Pedro Ferrándiz
"Perdimos en el 69 y se festejó en Las Ramblas"
Este viernes el Madrid vuelve a una Final Four 15 años después, y será en Barcelona, justo tras la lluvia de clásicos en fútbol. Ferrándiz, el entrenador blanco con más títulos, ya jugó en casa del gran rival una final de la Copa de Europa en 1969. Dos años antes había ganado la Final Four de Madrid.
El Madrid vuelve a la Final Four 15 años después y lo hace en Barcelona, donde usted ya perdió en 1969 una final de la Copa de Europa. ¿Qué ambiente le esperará al Madrid?
Tal y como está de enconada la rivalidad Madrid-Barça, me temo que los seguidores culés, al menos los que vayan, estarán claramente en contra del Madrid. Es duro asumir que el eterno rival gane la Copa de Europa en tu cancha. Y la afición del Barcelona lo dejó claro en 1969. En los últimos minutos de la final, que tuvo dos prórrogas, se decantó totalmente por el TSKA. Escuché más veces la palabra TSKA en la Ciudad Condal de lo que lo había hecho en Moscú. Allí iban a los partidos muchos oficiales del ejército ruso y eran muy educados y respetuosos.
Raimundo Saporta consiguió que aquella final se disputara en España, pero al clasificarse el club blanco, la FIBA le obligó a que se jugara lejos de Madrid.
Fue también un acto de amistad con Samaranch, porque tampoco tenía ningún objeto que el Madrid jugase en Barcelona. Creo que él debió intervenir para que se celebrase allí.
Y se plantan en Barcelona sin saber muy bien qué ambiente se iban a encontrar.
No, sin saberlo, no. Yo me lo imaginaba muy bien y era contrario a ir a Barcelona. De no haber jugado allí creo que habría sumado otra Copa de Europa. Estoy convencido. Al TSKA ya le vencimos aquel mismo año en Moscú. Pero en Barcelona... conocía demasiado bien lo que nos esperaba.
¿Y cómo eran los partidos en el Palacio de Deportes de Barcelona, en Montjuïc?
Los recuerdos son muchos y muy pocos agradables. Llegaron a meterme una colilla encendida por el cuello de la camisa. El ambiente era tremendo.
Pero en aquella final del 69 las crónicas cuentan que el público se mantuvo neutral muchos minutos.
Sí, lo reconozco, incluso aplaudieron jugadas de ambos equipos, pero al final se decantaron decisivamente cuando vieron que los soviéticos podían llevarse de verdad el título.
¿Es cierto que usted salía a la pista antes de tiempo para caldear el ambiente?
Sí, tenía la costumbre en todos los partidos, pero especialmente en Barcelona y Badalona. Salía primero para que el público se desahogara conmigo, cosa que hacía muy cumplidamente, y luego aparecieran los jugadores con los aficionados algo aplacados.
¿Al estilo Mourinho?
Cabría decir, aunque sólo fuera por una cuestión de edad, que Mourinho es el imitador.
Emiliano falló en los últimos segundos del tiempo reglamentario, ¿qué recuerda?
Puede ser, pero si le hubiéramos dado más balones a Emiliano en lugar de a Miles Aiken, nuestro americano, hubiéramos ganado. Aiken paró bastante el ritmo porque no podía correr como los demás y el arma del Madrid era el contraataque.
Aiken había sido el máximo anotador en su tercer título europeo un año antes, pero usted le puso la cruz casi nada más llegar a Madrid.
No desde el principio. El problema es que a él le costaba entrenarse fuerte, le dolía una rodilla, y en el Madrid todos debían trabajar igual, porque nuestro principal arma era el contraataque. Eso a él no le gustaba. Y si no le gustaba el contraataque, pues a mí no me gustaba Aiken. En la final de Barcelona frenó nuestra velocidad y, sobre todo, falló una canasta al final de la primera prórroga que hasta yo la hubiera metido (él mismo recuerda que la Demencia le cantaba: "Pizarrín, enano saltarín").
Ha mantenido durante años que Aiken erró ese tiro a propósito sólo para fastidiarle.
No puedo asegurarlo, pero me dolió tantísimo Él sabía que al final de temporada estaba en la calle. Si había alguna posibilidad de que me arrepintiera, la olvidé con aquel fallo.
Dicen que le amenazaba con el infierno cuando tiraba desde fuera.
Eso es una leyenda. Mis jugadores tenían libertad en todos los terrenos.
Pero al final el relevo de Aiken fue traumático, porque ficharon a Whitmore y lo detuvo la policía.
Whitmore era de lo mejorcito jugando al baloncesto que he visto en mi vida y le pillaron fumando hachís. Lo quisieron meter en la cárcel y lo tuvimos que despedir. Lo dices ahora y la gente se ríe. Yo lo hubiera castigado, aunque no hasta ese punto. Prácticamente lo echó el gobierno de la época, porque yo me lo hubiera quedado. Era un jugador tremendo.
Volvamos a la final de Montjuïc, ¿cuál fue la reacción de los aficionados de Barcelona tras el encuentro?
Festejaron con entusiasmo nuestra derrota, creo que incluso hasta en Las Ramblas.
¿Fue la más dolorosa de su carrera?
Una de las más, porque perder el título en casa de tu rival es muy duro.
Al Madrid de la década de los sesenta siempre se le recordará por ser el primero en romper la hegemonía de los clubes de la Unión Soviética.
Sí, abrimos la puerta de las victorias ante los equipos del Este al resto de Europa. Hasta entonces vencer a los yugoslavos, checos, polacos, soviéticos... era impensable. Y el Madrid empezó a ganarles a todos y luego nos siguieron el Simmenthal Milán y el Varese.
En su palmarés hay cuatro Copas de Europa, ¿cómo se prepara una final?
Los grandes equipos europeos se conocen bien. Es más importante evitar meterle presión extra a los jugadores, no hay razón para modificar la actuación psicológica habitual. Así era en el Madrid de aquella época, donde los jugadores iban a por todas, no hacía falta ninguna preparación psicológica.
¿Llegó a espiar a su plantilla desde la habitación de al lado poniendo un vaso en la pared?
¿Me imagina con un vaso en la oreja para escuchar lo que se dice? Otra leyenda más.
En la final de Barcelona también estuvo Brabender, era su segunda temporada y ese mismo año se nacionalizó y debutó con la Selección. Uno de sus grandes aciertos, aunque estuviera a punto de echarle.
Le fiché por recomendación de Philadelphia tras un maratoniano viaje por EE UU. En realidad, pretendía traer a un armario y Brabender apenas pasaba del 1,90. Me planteaba cederlo al Canoe cuando Amescua (el delegado) me comentó que un entrenador de prestigio nacional acababa de decir, tras ver un entrenamiento, que era un petardo. En ese momento determiné que tuviera ficha del primer equipo. Luego pensé que me había equivocado, pero viendo cómo se ejercitaba, cómo defendía Y mira, acerté. Nuestros nacionalizados no fueron fraudulentos porque siguen aquí más de cuarenta años después.
En España se llegaron a prohibir los extranjeros para igualar la competición.
El Madrid tenía los mejores americanos y eso sentaba mal. Los equipos protestaron y en las reuniones de la Federación se vetaron. En 1965 jugamos la Copa en Salamanca sin Luyk y sin Burgess, con Emiliano lesionado y Sevillano tocado, y nos llevamos el título de paliza.
Perdió la final de Barcelona, pero en 1967 había ganado la Final Four en Madrid. ¿En qué cambia jugarse el título en dos días en vez de en uno?
Son dos cosas diametralmente diferentes. La Final Four es una de las mejores cosas que hay en el baloncesto internacional, con cuatro aficiones y un colorido extraordinario. En la Final Four que ganamos nosotros todo el público era del Madrid, porque entonces los seguidores no viajaban. Fue una barbaridad el ambiente favorable que nos encontramos. Y de entonces, de la final ante el Simmenthal, es esa histórica foto en la que aparezco en el banquillo dando un brinco enorme junto a Clifford Luyk.
¿Qué consejo le da al actual Madrid?
Que siga como en sus últimos partidos importantes. Está jugando bien, pero sobre todo veo un potencial enorme en la mayoría de sus jugadores. Me ha sorprendido la progresión de Tomic y creo que Mirotic será una gran figura. El equipo tiene un porvenir tremendo y lo que lamento es que Messina no pueda disfrutar del trabajo realizado. Digan lo que digan ahora, es un gran entrenador y un campeón.
¿Cree que Messina se ha arrepentido de su dimisión?
No lo sé, pero muy satisfecho no debe andar.
¿Considera que sin él la plantilla se ha liberado?
Cuando se va un entrenador, en cierto modo, se liberan unos y otros lo sienten. No creo que todo el equipo se haya sentido liberado, eso no lo concibo. Algún que otro jugador sí; pero eso, aunque no se crea, le ocurriría al mismísimo Mou.
¿Y a usted que le sucedió?
Lo mismo, pero en mi caso hubo mayoría de liberados. Aunque ahora estoy encantado de cómo me tratan los que fueron mis jugadores.
"Me voy porque los títulos me salen por las orejas", dijo antes de dejar el banquillo en 1975. Pero 20 años después volvió a levantar la Copa de Europa, la última del Madrid, esta vez desde los despachos, como asesor presidencial.
Sí, era el responsable de la sección. Yo gané cuatro Copas de Europa como entrenador y una como directivo. Entonces había mucha presión por el vacío de títulos, como ahora, porque llevábamos 15 años sin ganar. Y recuerdo, y eso nunca ha trascendido, que estuve a punto de vender a Sabonis antes incluso de la Final Four. Llegué a hablarlo con el presidente, Ramón Mendoza, y con el vicepresidente, Lorenzo Sanz.
Suena a locura sólo planteárselo, ¿por qué lo hizo?
Tenía mis razones y hasta ahí puedo decir; aunque reconozco que Sabonis es de lo mejorcito que ha pasado por el Madrid.