La ilusión ha regresado a los Lakers. Por fin. Y con justificación. La obvia evolución del equipo esta temporada y el hecho de tener en sus manos la posibilidad económica de pelear por dos grandes agentes libres en los próximos veranos han devuelto el optimismo a una franquicia que lleva un lustro de dura travesía por un desierto de derrotas. Y es que el conjunto entrenado por Luke Walton ya divierte. Y, lo que es más importante, está aprendiendo a ganar. Y lo hace mientras su núcleo joven, la clave de todo, se gusta y convence.
Porque sí, en 2018 las cosas están cambiando ante nuestros ojos. En lo que llevamos de año, y a pesar de los últimos resultados negativos, el equipo angelino acumula un balance de 20 victorias y 15 derrotas. Además, por primera vez en cinco años ha enlazado dos meses consecutivos con récord ganador (enero y febrero; en marzo está al 50%) y ha alcanzado (y superado) los 30 triunfos en el global de la campaña. Los Lakers, asimismo, han vencido en 12 de los últimos 14 partidos en casa (18-16 en el total de la campaña) y, desde que tocaron fondo el 5 de enero con unos registros de 11 victorias y 27 derrotas, están en un muy buen 20-12. Estos números no les darán para jugar los playoffs este curso en el durísimo Oeste, sin embargo evidencian una clara mejoría que tal vez pueda considerarse el preludio de lo que puede estar por llegar en unos meses. Sobre todo si revientan el mercado con algún pez gordo (LeBron James, Paul George…).
Pero mucho tendrá que meditar antes de julio el tándem formado por Rob Pelinka & Magic Johnson. El equipo está funcionando, hay química, y lo que parecía claro hace unos meses (el plan de ir a por dos grandes estrellas, aunque ello supusiese renunciar de entrada a todos los jugadores de la plantilla que quedasen libres), podría dar un giro si no ven claras sus opciones de fichar lo que tanto desean. Isaiah Thomas ha encajado bien, Brook Lopez está en su mejor momento del curso y Kentavious Caldwell-Pope continúa siendo un jugador sólido todas las noches. Los tres, que acaban contrato en junio, están cumpliendo más que correctamente con su función de ayudar en el crecimiento de Julius Randle (otro jugador con futuro incierto, pero su magnífico rendimiento desde el traspaso en febrero de Larry Nance Jr. debería despejar dudas sobre la conveniencia de su continuidad), Kyle Kuzma (claro robo del draft), Josh Hart (buen jugador de equipo) y, sobre todo, de las dos grandes joyas de la corona, Lonzo Ball y Brandon Ingram, los benjamines del equipo.
El base ha ido de menos a más en la temporada y está en unas estadísticas que le meten directo en un club exclusivísimo junto a una leyenda actual, LeBron James, y otra pasada que, además, tiene bien cerca, Magic Johnson. Casi nada. Son los tres únicos jugadores que con 20 años han promediado, como mínimo, 10 puntos, 7 asistencias y 6 rebotes. Lonzo ordena, dirige, defiende y acumula estadísticas sin demasiado esfuerzo. El joven rookie tiene problemas con sus porcentajes, sí, pero eso es algo que debería ir mejorando con el tiempo y con entrenamientos específicos de tiro. Lo trascendente es que sabe jugar y no es egoísta, algo que abunda menos en la NBA de lo que debería. Al igual que Ingram, el otro jugador especial.
Sin atraer tanto los focos ni ser tan protagonista en los titulares como Lonzo, la progresión del alero en su segunda campaña en la NBA está siendo digna de un futuro All Star. Según datos de Basketball Reference, sólo ha habido dos miembros de los Lakers desde 1963 que hayan tenido más encuentros de 25 o más puntos antes de cumplir los 21 años: Kobe Bryant y, de nuevo, Magic Johnson. Ingram cada vez penetra más hacia el aro, selecciona mejor sus lanzamientos a canasta y suma en más cosas, adelante y atrás. Cuando Lonzo estuvo KO por lesión en febrero, el ex de Duke demostró su versatilidad cogiendo las riendas del equipo como director de juego. Y lo hizo a un nivel altísimo, completando el mejor mes de su corta carrera (18,6 puntos, 5,2 rebotes y 5,6 asistencias, con un 54,5% en tiros de campo y un 52,2% en triples). Con sus 206 centímetros (221 de envergadura), puede adaptarse a cuatro posiciones con solvencia. Es un diamante en bruto cuyo único talón de Aquiles seguramente sea la escasa fiabilidad desde la línea de tiros libres (68,9% esta temporada).
Teniendo en cuenta estos ingredientes, la progresión que está demostrando el equipo en estos últimos meses y el hecho de que vayan a disponer de gran margen salarial para poder fichar, el final de la reconstrucción laker parece cercano. De momento vuelven a molar y eso no es poco después de unos años de tantos sinsabores para una afición tan poco acostumbrada a sufrir como la de los 16 veces campeones de la NBA. Veremos cómo sigue su historia, pero ya hay pocas dudas: van por buen camino para regresar a la élite.