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ELECCIONES 28-M

Horche: un alcalde de 22 años para 3.000 personas

Había terminado la Semana Santa. Hacía calor. Entre las calles de un lugar perdido de La Alcarria, Alberto Ruiz Guijarro guarda su plan político en el mismo cajón donde conserva las fotografías de mil veranos.

Alberto frente al ayuntamiento de Horche / Sergio Murillo

“Todo esto habría que soterrarlo”, juzga Alberto, con la mano derecha apuntando a la maraña de cables que se apelotonan en la fachada de un edificio derruido y la izquierda en el bolsillo. “Y allí igual”, observa convencido, señalando al otro extremo de cordones negros, algunos pelados, que cruzan la calle en una imagen deconstruida y rural de apaños eléctricos que juegan a ser luces navideñas. Pero no es diciembre, sino abril; y el calor de la calle no anuncia churros y chocolate, sino el ruido indiscreto de una todavía lejana campaña electoral en plena Semana Santa.

Horche es un pequeño municipio de algo más de 2.750 habitantes situado en el corazón de La Alcarria, sobre el valle del río Ungría. Desde hace casi tres décadas, el ayuntamiento ha sido un bastión socialista. Sin embargo, la caída del “candidato de siempre” ha abierto la puerta a una impredecible oposición que, en un ajuste de cuentas con el tiempo, ha presentado un peculiar nombre.

Identificado con el pueblo, jamás con la ciudad

Alberto Ruiz Guijarro nació en el año 2000 y figura el primero en la lista del Partido Popular para las municipales. No tiene referentes políticos, pero sí recuerda “la España de Aznar” como “una buena época”. Su corta vida hace imposible cualquier tipo de trayectoria política; no tiene experiencia en despachos y, durante la entrevista, se muestra nervioso. Cuando concluye, según pone un pie en las calles estrechas y laberínticas del pueblo, un espíritu diferente le invade.

“La gente me ha visto crecer porque he estado muy implicado en la sociedad civil”, dice con una mueca de orgullo, justo antes de contar sus experiencias tocando en La Ronda, dejándose ver por la hermandad de San Isidro, ayudando en los encierros o “sacando los pasos por Semana Santa, hace unos días”.

Su voz es la de un vecino más. Identificado con el pueblo, jamás con la ciudad. Representado por sus compañeros de quinta y de aventuras veraniegas a resguardo del calor alcarreño en las frías y húmedas bodegas horchanas. “Es una política más cercana, no se trata de dar grandes mítines”, dice mientras gira una calle; y vuelve a torcer otra esquina: “Implicarte en el día a día, no ir a eventos enormes”. El último quiebro, casi por arte de magia, convierte una vereda empedrada y humilde, cubierta por dos balcones añejos, uno de ladrillo, en la plaza del ayuntamiento. “Es simplemente dar paseos, encontrarte a la gente, hablar con ellos”.

Alberto bebiendo agua en el pilón del pueblo / Sergio Murillo
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Alberto bebiendo agua en el pilón del pueblo / Sergio Murillo

En la puerta de uno de los tres bares que hay en Horche todos saludan a Alberto. Adolescentes y ancianos por igual. “Aquí la juventud es más de derechas que la gente mayor”, sus manos hacen el ademán de quien intenta transmitir algo fácil de comprender pero difícil de explicar. “En los pueblos queremos más a la tradición. Nos gusta la caza, los toros, la Semana Santa”, baja los brazos y asiente: “En las grandes ciudades no ocurre eso, están menos implicados”. En ese mismo instante, atento, como si tuviera ojos en la nuca, abre la puerta para que salga un hombre con dos tercios de cerveza congelada.

Cuando se le pregunta por el coste de oportunidad que conlleva una decisión como esta, respira hondo y, sincero, confiesa: “No poder prosperar mucho en lo que he estudiado, en mi grado universitario”. Además de candidato por el Partido Popular en Horche, Alberto es licenciado en una ingeniería de electrónica de comunicaciones. Su gran aval, la prueba de que sí tiene algo que aportar.

Se da cuenta y se crece. Menciona, de golpe, su apuesta por “la digitalización, que puede ayudar a atraer jóvenes” y su idea de “plan urbanístico, también para que vengan familias”. Todo, “sin dejar de lado el papel y el boli”, pues “no vas a cambiarle a las personas mayores la forma de hacer trámites”, pero con la seguridad de que “un pueblo sin juventud es un pueblo muerto”. Aprieta los dientes y sonríe aliviado, está contento con su respuesta.

De un lugar perdido de La Alcarria

Aunque sabe que tiene muchos apoyos, también es consciente de la incertidumbre que genera su edad. “Hay personas que son reacias a votarme por ser joven, pero tengo la suficiente madurez para gobernar un pueblo”; de repente, como un flashazo en forma de slogan, pronuncia nervioso: “Horche necesita un cambio y estoy dispuesto a liderarlo”.

Y da la sensación de que la transformación que quiere comandar no guarda relación con una política de frases estudiadas, sino con la defensa de todo lo que le rodea. De su familia y de sus amigos; de las bodegas húmedas y los bares secos; de los que barren para casa y de los que matan cucarachas con la escoba. De un lugar perdido de La Alcarria. De su vida. En la terraza del bar, vuelve a perder la vista en el fondo de la plaza: “¿Ves? Allí también habría que soterrarlo”.