Hallazgo milenario en Egipto
Varios investigadores tratan de responder ambiciosas preguntas sobre el clima de la remota era de los faraones a través del estudio de la madera de los sarcófagos.
La muerte era un elemento central en la antigua cultura egipcia. Al menos, hacia esa dirección señala la majestuosidad de los muchos elementos fúnebres conservados. Tumbas engalanadas que guardan el descanso de momias vendadas, inmóviles en su eternidad. De todas las civilizaciones extintas, la de las pirámides y los faraones es una de las que más interés despierta en nuestros días. Ríos de tinta se han derramado con el estudio concienzudo de una época pisada hace mucho por el avance del calendario.
Como la investigación está en continuo diálogo consigo misma, tal es el carácter de las disciplinas científicas y de la evolución técnica, día a día parece arrojarse un poco más de luz sobre los tiempos pasados. No solo sobre las grandes gestas, las batallas y las figuras heroicas. También sobre lo pequeño y lo cotidiano. Sobre cómo vivía el inmenso gentío de individuos olvidados, de caras sin rostro. Los que araban los campos, pisaban las calles y luchaban las guerras.
Este interés por desentrañar los misterios insignificantes que, una vez sumados, componen el más esclarecedor mosaico, abarca las tareas más inimaginables y creativas. Sorpresivo es, sin duda, el estudio exhaustivo de la madera de los sarcófagos. Lo que, a ojos inexpertos, no es más que un compendio ajado de astillas antiguas, ha resultado ser un portal a través del tiempo. Un testimonio elocuente del pasado.
Así lo ha demostrado un grupo de investigadores de la Universidad de Ginebra. Los expertos se plantearon una pregunta tan aparentemente excéntrica como intrigante. ¿Se pueden determinar detalles concretos del clima mediterráneo de la antigüedad sometiendo a escrutinio los materiales de sus cajas funerarias? La respuesta, por descabellado que parezca, ha resultado ser afirmativa.
Es bien sabido que sobre los primigenios ataúdes egipcios suele haber una ficha con los datos generales del cadáver. Era una práctica habitual en la época, que facilitaba las labores de identificación de los cuerpos y su almacenamiento en los lugares de descanso. Pero hay otro elemento que habla a través de los siglos. La madera. Como un archivo que ha surcado, paciente, los océanos del tiempo, y descubre ahora, una miríada de primaveras más tarde, todos sus secretos.
El escrutinio del material de los sarcófagos puede ofrecer detalles concretos sobre las condiciones climáticas que se vivían en aquel Egipto milenario. Esto permitiría, por ejemplo, compararlos con valores actuales para analizar pormenorizadamente la evolución de estos valores. También sirve para determinar si la caja fue construida en un periodo de sequía o de abundante lluvia, dependiendo principalmente del ancho de los anillos -el anillo ancho indica crecimiento en un entorno húmedo, mientras que el fino señala sequedad-. Numerosas interrogaciones que ahora, desde la lejanía de centenares de décadas muertas, comienzan a recibir luz.