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PREMIER LEAGUE

Más libras que botas

La Premier adquiere a los entrenadores más célebres, pero no a las principales estrellas del fútbol mundial, casi todas en España.

El Manchester United ha pagado a la Juventus 120 millones de euros por Paul Pogba.

Ha llegado el nuevo chorro de dinero a la Premier League y la primera conclusión es un poco extravagante. Más que la liga de los mejores jugadores del mundo, será el campeonato de los entrenadores estrella. Es cierto que ha aterrizado un buen número de estupendos jugadores, la mayoría jóvenes —con Pogba y el dineral que se ha pagado por él a la cabeza de todos—, pero las estrellas de verdad se mantienen en el continente, en LaLiga española especialmente, prestigiada por Messi, Cristiano Ronaldo, Griezmann, Luis Suárez, Bale y Neymar entre otras figuras que no han saltado al fútbol inglés.

Es el primer año del nuevo contrato televisivo de la Premier, cuya ventaja económica sobre el resto de los principales campeonatos se ha ampliado tan notoriamente que se hablaba de algo parecido al apocalipsis en Europa. Cualquier club inglés supera al 90% de los continentales en ingresos por televisión, con lo que eso significa de ventaja en el mercado y de captación de patrocinadores. Si la ventaja ya existía en los últimos años, cabía la posibilidad de una nueva vuelta de tuerca: la migración de los grandes cracks a los equipos ingleses.

No ha sucedido, pero es posible que ocurra en el futuro. Por ahora rinde beneficios al fútbol español la saga de éxitos de sus equipos en Europa, hegemonía pocas veces vista. A esa realidad estrictamente competitiva, y a la fascinación que siempre ejercen el Real Madrid y el Barça en el mundo, se debe el grado de resistencia de LaLiga a la Premier League, cuya abundancia no se ha traducido en la supremacía prometida.

Un problema de la riqueza es cómo administrarla adecuadamente y no caer en el despilfarro. Desde esa lógica sorprende el escaso impacto del mercado futbolístico inglés en el escenario mundial. Ha sido más notable la inflación económica que el éxito deportivo, y hasta no es descartable el efecto contrario. La ventaja económica del grueso de los clubes ingleses se ha traducido en los tres últimos años en una decadencia de sus equipos, paradoja que se explica por el derroche en jugadores sobrevalorados y por la victoria del Leicester en el último campeonato.

La Premier había establecido su propio código jerárquico. Manchester United, Chelsea, Arsenal, Manchester City y Liverpool —en este caso producto de su celebridad como institución sagrada del fútbol— habían adquirido la clase de ventaja que impedía pensar en cualquier otro rival, y menos aún en el Leicester, un equipo sin ningún peso en la historia del fútbol inglés, con uno de los presupuestos más bajos y sin ningún jugador que mereciera la atención de los grandes. De hecho, el argentino Esteban Cambiasso, 35 años, jugador del año en la votación de los aficionados del Leicester, rechazó la renovación por dos años y fichó por el Olympiacos griego. El hombre quería disfrutar de los placeres de la Liga de Campeones.

Como nada invita más a la imitación que el éxito, se atribuyó la victoria del Leicester a dos factores: la magia de Claudio Ranieri, el entrenador que llegó al equipo días antes del comienzo de la Premier, después de su fracaso con la selección de Grecia, y a la cohesión interna del equipo, sin egos y con un perfecto aprovechamiento de las cualidades de sus jugadores. Y eso también corría de cuenta del técnico.

De los seis grandes, tres han cambiado de entrenador: Manchester United, Chelsea y City. El Liverpool sustituyó a Brendan Rodgers por Jurgen Klopp a mediados de temporada. En la liga del dinero, la fijación no se ha dirigido a futbolistas, sino en los entrenadores. Ninguno inglés, por cierto. Los jugadores más llamativos están casi todos en España. Los entrenadores, no. Por excéntrico que parezca, esta temporada será la Premier de Mourinho, Guardiola, Conte y Klopp. Sobre sus espaldas caerá el peso de unas expectativas descomunales.

Con el precedente de la temporada anterior, existe una sensación de desconcierto. Nadie se atreve a señalar a un favorito. Hay más morbo que certezas. Guardiola tendrá que acabar con la molicie de las estrellas del City, y no es fácil. Ha elegido a jugadores jóvenes, prometedores, pero sin probar en el gran escenario del fútbol, caso de Stones, Sané y Gabriel Jesús. Le falta redondear al equipo. Un portero moderno le vendría de perlas. Mourinho tirará de potencia con dos nuevos —Bailly y Pogba— y un veterano que gana todas las ligas, menos la de Campeones. Es Ibrahimovic y sus 34 años.

Conte quiere organizar un Chelsea a su manera, la italiana de la Juventus. Desde esa vertiente, sabe muy bien lo que se hace. La contratación de Kanté, un desconocido hasta hace un año, no servirá para vender periódicos, pero el exjugador del Leicester es la típica hormiguita que adoran los tácticos. Y Conte está acostumbrado a resolver más desde la táctica que desde el ingenio de sus jugadores. El Chelsea parece un equipo adecuado a sus ideas.

A Klopp no se le discute en el Liverpool, aunque su temporada inglesa fue discreta. Llevó a los reds a la final de la Europa League y provocó un cierto entusiasmo en una hinchada cada vez más acostumbrada a las decepciones. El Liverpool necesita optimismo, algo que está inevitablemente asociado a la figura del extrovertido entrenador alemán. De jugadores no está muy allá.

Alrededor de las celebridades de los banquillos gravitarán Ranieri (Leicester City) y Pochettino (Tottenham). Uno hizo la temporada de su vida. El otro, los deberes con nota. Notarán la presión, pero el foco incandescente se dirigirá a las estrellas. Esta vez no serán los jugadores.