Rafael Nadal, diez veces Rey en Francia, diez veces el mejor
Conquistó su décima Copa de los Mosqueteros con una exhibición ante Wawrinka: 6-2, 6-3 y 6-1. Llevaba tres años sin ganar un Grand Slam y es el 15º, a tres de Federer.
Nunca, en la historia del tenis, un jugador ha dominado tanto una superficie ni ha monopolizado tanto un torneo como Rafa Nadal en Roland Garros. Un teatro de los sueños, una alfombra ocre de tierra en el corazón del Bois de Boulogne, donde el español se hizo inmortal al levantar la Décima. Su décima Copa de los Mosqueteros. El Santo Grial o el Dorado de la tierra que llevaba dos años sin morder. Lo consiguió tumbando a Stanislas Wawrinka, el hombre que no había perdido ninguna de las tres finales de 'grandes' que había disputado, por 6-2, 6-3 y 6-1 en 2h:05.
Cuando se ventilan gestas históricas, el aire se espesa. Los 30 grados y el sol de justicia que caían sobre la Philippe Chatrier calentaban el oxígeno que entraba en los pulmones. La tensión se podía tocar. Y en eso, apareció por la bocana de la pista Rafa Nadal y el speaker le presentó como 'Monsieur Roland Garros'. Señor Roland Garros. Señor de la tierra. Uno en el deporte se puede hacer inmortal parando el crono en 9:58 como Usain Bolt. Dominando la pintura como Bill Russell o el aire como Michael Jordan. Desalojando agua con turbinas de pies y manos al estilo de Michael Phelps hasta colgarse 28 medallas olímpicas. Trazando zigzags y dibujando goles imposibles como Pelé, Maradona o Messi. Danzando ante la muerte en un ring como Muhammad Ali para acabar en pie. O ganando un torneo mágico y legendario como Roland Garros diez veces. Siete Wimbledon tienen Roger Federer y Pete Sampras. Nadal se queda, con 15 Grand Slams, a tres del suizo (18) y desempata en la segunda plaza con el estadounidense (14). Y lo que queda...
Nadal tuvo claro el guión que le entregaron tío Toni (que se despedía de París), Carlos Moyá y Francis Roig. Había que evitar que el suizo, de 32 años y 3º del mundo, le pegara a la bola con comodidad. Con los pies firmes en la arcilla, tiene un hierro en la derecha y un estilete en el revés a una mano. El mallorquín se procuró un break para 4-2 y desde ahí encadenó seis juegos seguidos para llevarse el primer set por 6-2 e impulsarse hasta el 3-0. 'Stanimal' se llevaba la bola a la boca para morderla desesperado. Las grietas comenzaban a hacerse enormes y amenazaban con hundirle...
En la segunda manga, que finalizó 6-3, Nadal lanzó un drive paralelo sin mirar, ajustado a la línea para neutralizar un revés cruzado, que puso a la pista en pie. El de Lausana se golpeó la cabeza con la raqueta, la destrozó... se fue al vestuario para aclarar las ideas. Quizá leyó en su antebrazo la frase que lleva tatuada del dramaturgo irlandés Samuel Beckett ("Lo intentaste, fracasaste, no importa. Fracasa otra vez, fracasa mejor"), pero tampoco surtió efecto. La historia no se iba a torcer.
La tercera manga comenzó con otra rotura de Nadal y todo se encaminó hacia la Décima. Una Copa que Nadal conquistó sin ceder ni un set, como en 2008 y 2010. Y sólo entregando 35 juegos. Una exhibición en la que sólo se permitió 12 errores no forzados, consiguió un 83% de puntos con primeros y un 65% con segundos. No perdió su servicio. Un tenista rozando la perfección en lucha contra la edad (cumplió 31 hace ocho días), ganando otra vez un Grand Slam tras tres años, algo que se le resistió en 2005 con problemas de ansiedad y 2016 por una lesión de muñeca. Nadal es de diez. Es inmortal. Roland Garros lo confirmó.