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Paga dos libras en Londres por un “paquete misterioso” y esto es lo que se encuentra

El creador de contenido ‘Fabian Paeres’ se topa junto a su pareja con un puesto en el que deciden participar dos veces; la fortuna les sonrió ambas.

Paga dos libras en Londres por un “paquete misterioso” y esto es lo que se encuentra
Sergio Murillo
Nació en Santa Marta de Tormes en 2001 y creció entre Guadalajara y Badajoz. Amante de la literatura, estudió Periodismo en la URJC. Se estrenó como jefe de Cultura en El Generacional. Ha sido corresponsal para El Estilo Libre y conductor de informativos en Cadena COPE. Entró en Diario AS en 2023 como redactor en Actualidad.
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Mucho ha cambiado Londres desde que Dickens describiera sus calles y novelizara, inventando tramas que brotaban de una urbe tan real como los problemas que acuciaban los desgraciados personajes del universo dickensiano, un contexto social que, en el fondo, tenía al misterio como parte intrínseca de su esencia urbanística. Siglo y medio después de la muerte del escritor, la ciudad, pese a las transformaciones inevitables que han propiciado unas décadas agitadas y convulsas, continúa guardando enigmas en sus esquinas.

Esto debió pensar la pareja oculta tras ‘Fabian Paeres’, nombre de un usuario de TikTok que ha compartido con sus pocos seguidores una experiencia que ha terminado por volverse viral: el creador de contenido graba a su pareja cómo se acerca a un puesto típico londinense en el que se paga una cierta cantidad de dinero por seleccionar y adquirir un paquete cuyo interior se desconoce. El valor de la incertidumbre; el precio de un secreto.

“Estamos acá en el lugar donde tú pagas dos libras por un paquete misterioso, no sabes qué hay y lo escoges desde acá con una vara”, dice el tal Fabian, que apunta con la cámara a la chica. Ella mueve de un lado a otro el palo, quizá buscando una suerte de inspiración motriz o que la fuerza de una favorable elección azarosa agitase su pértiga como hace el agua con la del zahorí.

Entonces frena. Fueron uno segundos de silencio que en aquella recóndita tienda callejera debieron parecer eternos. “Ese, ese, sí”, se decide. Luego selecciona otro más y, con los dos en la mano, se acerca al cámara para quitar la máscara a la fortuna. Disfruta, le dice irónico el comerciante inglés.

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Fueron cuatro libras. Y diríase que no estaban del todo mal invertidas: chalecos reflectantes y un recipiente que incita a “agitar para servir” pero que hace las veces de termo para bebidas calientes. “Está bonito”, resuelven, antes de despedirse del tendero y volver a perderse por las siempre nubladas calles de Londres.

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