Sonia Díaz Rois, experta en gestión de la ira: “La clave no es evitar enfadarte”
La ‘coach’ explica por qué discutimos más en Navidad y señala los siete errores que empeoran las relaciones sin que nos demos cuenta.


La Navidad es ese momento del año en el que todo parece amplificarse: las ganas de estar bien, las expectativas, las dinámicas familiares…, y también las emociones que habíamos logrado tener a raya durante meses. Entre las reuniones infinitas, el cansancio acumulado y la sensación de que “hay que llevarse bien porque toca”, el enfado —una emoción tan cotidiana como incomprendida— aparece más de lo que nos gustaría.
Para Sonia Díaz Rois, mentora y coach experta en gestión de la ira y autora de Y si me enfado, ¿qué?, el problema no está en sentir enfado, sino en lo que hacemos con él: “El enfado no viene a fastidiarte la fiesta. Como cualquier emoción, viene a avisarte de algo. Lo ignoramos, lo etiquetamos como emoción negativa o lo dejamos crecer hasta que estalla. Y ahí es donde las relaciones se tensan. La clave no es evitar enfadarte, sino saber qué hacer con ese enfado”.
Según la experta, diciembre no inventa conflictos nuevos; solo ilumina los que ya estaban ahí. Con menos descanso, menos espacio personal y más convivencia de la habitual, las reacciones se aceleran. Por eso propone revisar los siete errores más comunes que cometemos cuando estamos enfadados, especialmente en familia, y que, sin darnos cuenta, deterioran nuestras relaciones.
1. Culpar a los demás de lo que uno siente
Es muy fácil soltar un “Me has puesto de los nervios” o “Me has hecho enfadar”, sobre todo cuando estamos tensos. Pero esa idea tiene truco: la otra persona puede activar algo, claro, pero lo que pasa dentro es nuestro.
Cuando creemos que la emoción nos la “provocan”, perdemos margen de cambio y de actuación. En cambio, en cuanto reconocemos que somos los responsables de nuestra reacción, recuperamos poder para gestionarla con más calma.
2. Generalizar y exagerar
El enfado no es un narrador para nada fiable. Exagera para hacerse notar: “Siempre haces lo mismo”, “Nunca te das cuenta”, “Todo el mundo pasa de mí”.
El problema es que estas exageraciones nos alejan de lo esencial y hacen que la otra persona deje de escucharnos. Detectar esos absolutos no significa restarnos importancia: significa volver al centro para expresar qué necesitamos realmente.
3. Quedarse en la queja
La queja es útil porque señala algo que te disgusta, pero también es muy comodona porque te anima a decir “esto no me gusta” sin mover ficha.
Es esa “mecedora emocional” que nos permite desahogarnos, pero sin cambiar nada. La queja señala el problema; la acción lo transforma.
La claridad llega cuando nos preguntamos qué necesitamos y qué pequeño paso podemos dar para resolverlo.
4. Acusar en lugar de pedir
“Tú nunca…”, “Ya estás otra vez…”. Estas frases cierran la conversación antes de empezar, porque ponen al otro a la defensiva.
Cuando explicamos cómo nos sentimos y lo que necesitamos, pasamos de la crítica a la claridad. Una petición abre la puerta al diálogo. Una acusación es como dar un portazo.
5. Creer que se tiene la razón al 100 %
Cuando estamos enfadados, la mirada se estrecha. Nuestra versión parece la única posible y, desde ahí, escuchar se vuelve casi imposible.
La flexibilidad no significa renunciar a lo que pensamos y sentimos; significa abrir un centímetro la perspectiva para ver que puede haber otras interpretaciones y otros puntos de vista. Ese gesto baja la intensidad del conflicto, nos devuelve claridad y capacidad de escucha. Además, nos permite conocer qué piensa y siente otra persona y aprender desde la curiosidad.
6. Pensar que solo uno tiene derecho a enfadarse
Este es uno de los principales motivos de enfado y que genera mucho resentimiento sin que nos demos cuenta.
Lo que yo siento es legítimo; lo que siente la otra persona… “tampoco es para tanto”.
Pero si tú puedes enfadarte, el otro también. Reconocerlo —solo reconocerlo— hace que la conversación sea más justa y más humana.
7. Pensar que después de un enfado no hay marcha atrás
Hay enfados que pasan rápido… y otros que se quedan ahí, clavados como una espinita. Y no hay nada que desgaste más una relación que enfadarse por lo mismo una y otra vez.
Son esos enfados que vuelven porque nunca se hablan ni se resuelven.
La solución está en retomar la conversación cuando se recupera la calma: contar cómo lo vivimos, escuchar al otro y acordar qué hacer si vuelve a ocurrir. Este cierre de ciclos —sencillo, pero poco habitual— entrena al cerebro para resolver en lugar de acumular.
Un propósito realista
Para Díaz Rois, mejorar las relaciones no pasa por ser impecables ni por evitar los conflictos —porque enfadarnos nos vamos a enfadar, eso está garantizado—, sino por algo mucho más realista: entender qué está pasando por dentro antes de reaccionar. “El problema no es enfadarte. El problema es no saber qué hacer con ese enfado. Cuando aprendes a escucharlo, tienes más espacio para ti…, y para la otra persona”.
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Para Díaz Rois, estas fiestas no necesitan conversaciones perfectas: necesitan personas un poco más conscientes. Un gesto que se puede entrenar y transformar no solo una sobremesa, sino la manera en que nos relacionamos todo el año.
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