TIKITAKAS MÚSICA | ENTREVISTA ROCÍO SAIZ
“Las mujeres en la música lo hemos pasado y lo pasamos muy mal”
La amargura con la industria, esos carteles de festivales sin nombres de mujeres, se puede palpar en la voz de Rocío Saiz. Icono LGTB, activista y referente infinito, anuncia en AS que colgará el micrófono tras el Vibra Mahou Fest en Madrid, como una vez ya hizo con el deporte de alta competición.
“Me han oscurecido el pelo para una serie”, exclama Rocío Saiz (Madrid, 1991; 33 años) a modo de saludo según traspasa la puerta del edificio de Prisa Noticias en la calle Valentín Beato, 44, por la que se accede a la redacción del Diario AS. “Me hace ilusión estar aquí”, añade. Viste un traje gris y se levanta las gafas de sol, con una sonrisa directa y tan de verdad que desmonta. Porque antes de “cantante, actriz, artista multidisciplinar y activista LGBT española”, como la define la Wikipedia, Rocío nació en el hospital 12 de Octubre en Madrid para luchar toda su vida. Es su naturaleza. Su sangre y piel. Y su voz. Y hasta sus pechos. Contra la injusticia y las aristas de una sociedad necesitada de referentes como ella y que ella misma, cuando era niña, no tenía. Antes que en la música y el feminismo lo hizo en el deporte. “Guardo en casa con mucho cariño mi camiseta del Atlético Femenino con mi nombre a la espalda, Rocío Saiz”, dice. Aunque más lo hace ese chándal de la selección española de kayak polo, esa modalidad de piragüismo que la llevó por todo el mundo. Pero también jugó a balonmano, y al rugby, y ahora anda enredada con el bádminton, y con todo lo que se le ponga por delante. Porque le han teñido de castaño oscuro el pelo, arrebatándole el rubio claro que la caracterizaba, para una serie, y también colabora en Radio 3 y ha escrito un libro (‘Que no se te note’, Roca Editorial) pero su arrojo es imposible de frenar. Resulta como esa agua que brota de una presa con las compuertas recién abiertas. Arrolladora, como esa ola que nunca termina de pasar. Aunque en el fondo mueva lodo. Esa industria que critica, “a la que tanto le cuesta incluir nombres de mujeres en los carteles de sus festivales”, que ha ido esquilmando el ánimo de esa Rocío que saltó de un equipo de fútbol de lesbianas a la música profesional con Las Chillers, y luego el dúo Monterrosa (con Enrique F. Aparicio) y que fue detenida por un Policía hace dos veranos en Murcia por ‘libertinaje y escándalo público’ aunque en realidad solo hiciera lo de siempre cuando canta el ‘Como yo te amo’ de Rocío Jurado, alzar su camiseta y mostrar sus pechos como reivindicación. Un gesto que replicaría hasta la misma Eva Amaral, en el Sonorama siguiente. Pero la primera edición del Vibra Mahou Fest en Madrid, el próximo 9 de noviembre en el WiZink Center, puede ser su última vez en un escenario. El de Rocío. Con los brazos cansados de luchar contra todo. Y la voz. “Quizá es que haya fracasado en la música”, susurra, triste y profundamente descarnada, mientras las letras de poliespán con las que posa para las fotos con AS brillan solo porque ella las roza.
¿De dónde le viene el deporte?
Mi padre era un enfermo de que hiciésemos deporte, que yo siendo mayor, me he dado cuenta que, si todo el deporte que he hecho, también hubiera tocado el piano, a lo mejor me hubiese sido más fácil la música. Pero mi padre jugaba a fútbol, en el Madrid, a la vez que se sacaba Medicina. Y estaba obsesionado con que hiciéramos deporte.
¿Hasta dónde llegó con el Madrid?
No sé cuando lo dejó. Fabián Saiz se llama. Le pasó como a Julio Iglesias, que se lesionó cuando estaba en lo más alto aunque no llegó a debutar con el primer equipo o el filial. Cuando éramos pequeñas, mi hermana y yo, en mi colegio había balonmano, nivel ocho años, entonces era como: “Hay que apuntarse”. Mi padre nos llevaba los fines de semana a todos los partidos, que eran como a las ocho de la mañana, pero yo quería jugar a fútbol. Y mi hermana y yo hicimos las pruebas para el Atlético y nos cogieron, que mi padre estaba deseando que no. Era como: “Hay que ir a Getafe y a Getafe no podemos ir porque está muy lejos”. Al ser médico había muchos días que no podía ir. Entonces seguimos en el balonmano. Al empezar el instituto había lucha libre y dije: “Voy a aprenderla”. Estuve un año, que era durísima y dificilísima.
Y entonces se le cruzó el piragüismo.
Un día vinieron a darnos una clase en el colegio, que yo seguía con el balonmano. Y fuimos a probar. Y me metí en una modalidad que se llama kayak polo que se juega en la Casa de Campo, donde he estado jugando con la selección española durante muchos años. Veinticuatro. Sigo a día de hoy, con mi piragua. He remado por todo el mundo. Campeonatos del mundo, de Europa. Cuando dejé la alta competición tuve un momento de súper tristeza.
¿Cuándo fue?
Con 22. Requería estar todos los fines de semanas entrenando y muchos días a la semana y yo empecé con la música. Coincidía y tuve que elegir. Fue muy duro dejarlo. Entonces apareció el rugby, empecé a jugar en el Cisneros, estuve tres, cuatro años. Lo que pasa es que yo ya me había lesionado del ligamento cruzado y cada fin de semana en cada concierto tenía una lesión diferente. Que si me caía, que si el tobillo.
¿Por qué?
Porque cantando y actuando me tiro por el suelo, salto a la barra, al público… El ligamento cruzado de la rodilla izquierda me lo rompí saltando en el FIB al público hace dos años. No me cogieron y salí en ambulancia. De hecho, me tengo que operar.
En los Juegos de París 2024 mostró en las redes su chándal de la selección. ¿Llegó a ir a algunos Juegos?
No por una razón que es durísima: hay muchísimos más deportes de los que creemos. El kayak polo, que es mi modalidad de piragüismo, donde yo he estado tantísimos años y hay mucha gente tirándolo hacia delante, muchas personas muy involucradas, no es olímpico. ¿Y qué pasa cuándo un deporte no es olímpico? Que te abandonan. En la época en la que yo competía, por ejemplo, en el Mundial de Japón, solo se llevaban a los chicos porque no había dinero para llevar al femenino. Hubo muchos años de mi etapa deportiva, y de la generación anterior, que se rompieron la espalda por entrenar, teniendo hijos, hijos hijas, familia, carreras y no las llevaban a los campeonatos internacionales porque la selección española no quería. No sé si sabes qué es el kayak polo pero voy a decirte una cosa: los partidos son tan intensos que solo duran veinte minutos, diez por parte. Una modalidad de piragüismo en la que te puedes subir por encima, por debajo, damos la vuelta en el agua… Cinco contra cinco. Llevamos chaleco, casco… En España no se valora absolutamente nada pero forma parte de los World Games, que conjuga los deportes no olímpicos, y cuando yo empecé con la música y el activismo, me di cuenta que a nosotras, las chicas, siempre nos ponían en los campos 2 y 3, nunca en el 1.
De eso se quejaba Arantxa Sánchez Vicario en su día: que cuando ella estaba jugando en la pista principal si venían hombres a entrenar las echaban.
A las concentraciones nosotras nos teníamos que llevar un tupper y vender lotería para poder ir a jugar a Polonia. Los chicos iban con todo pagado. Nosotras ni siquiera teníamos ropa. Debíamos ir al Decathlon y poner: “España”. Entonces, llegué a la Federación de Piragüismo un año y dije: “Como yo empiezo a ser una persona medio publica os doy una oportunidad: ‘Quiero las cuentas de los últimos 30 años’. A esa reunión vino toda la cúpula y lo primero que dijeron fue: ‘No os vamos a dar las cuentas, os vamos a pedir perdón”. Y empezaron a cambiar las cosas. A día de hoy, la selección senior de kayak polo femenina es campeona de Europa. Los chicos no son mejores que las chicas, tienen más recursos. Y es así desde el principio de los tiempos, en el deporte y todos los ámbitos. Personas sufriendo que no tenían que haber sufrido.
Caitlin Moran en su libro, ‘Como ser mujer’, lo dice: hay que ser activistas.
Lo contrario es ser terroristas. Yo no me levanto cada día diciéndole a la gente lo que tiene que hacer, pero hay cosas que son como básicas. Si tú estas en el fútbol y eres padre no le puedes decir a tu hijo: “Tú, marica de mierda, atento a la pelota”. Cosas que no van de ser activista o no, es que vivimos en una sociedad en la que tiene que reinar el respeto y la diversidad. Si no quieres la diversidad bueno, pero el respeto… Hay muchos hombres que han querido sumar y apoyar y se les ha tratado de apartar. Cuando un hombre empieza a ver lo que estamos sufriendo, de repente le entra también la conciencia feminista, porque de repente tiene hijas. Porque hasta el más machista, de repente, a su hija, la han intentado violar en la calle. Hasta el tío más sádico tiene una hija y de repente le entra el miedo. Pues este miedo es el que tú has creado y generado. Y, sin querer, se dan cuenta de que son víctimas de su propia violencia.
¿Cómo empieza en la música?
Sin querer (ríe). Es verdad que todas las cosas en mi vida han sido sin planearlas. Las buenas. Empecé con 21, 22 años. Una amiga me dice que trabaja en el Siroco y tiene la parte de arriba libre para hacer una fiesta. Y digo: “Voy a montar una banda”.
¿Qué hacía usted entonces?
Trabajaba en el teatro, porque yo he sido siempre muy macarra y empecé a estudiar audiovisuales y al mes dije: “¿Qué es esto?”. En la Complu. Llegué allí y me pareció un infierno. Y al mes me puse a trabajar en el teatro Alfil. Era la que limpiaba ropa, la que recogía la basura, la chica para todo. Yo jugaba a fútbol en esa época, en el equipo de Fulanita de tal, el local LGTB, que montaron una liga de chicas. Nos empezamos a apuntar un montón. Una tocaba la guitarra, otra el bajo… Les dije: “¿Por qué no montamos un grupo de música?”. Y de ahí nacieron Las Chillers. Éramos seis que cada una jugaba en un equipo diferente de la liga del Fulanita, y empezamos a hacer el idiota. Claro, éramos un grupo de lesbianas, que tocábamos fatal, y todo versiones. Pero era como una necesidad de que la gente necesitaba ir a un sitio que no fuese una cosa hipernormativa, heterosexual. Sino que tú llegabas ahí…
Y se lo pasaba uno bien.
Claro, llegabas a un sitio y veías a seis pavas tirándose cervezas por encima, cantando versiones punkis de Camela y decías: “¿Pero qué es esto?”. Que no hace falta irte al Burning Man y meterte en una orgía para ser feliz. Nosotros llegábamos ahí y hacíamos versiones de Rebeca y su ‘Duro de pelar’, y cantábamos: “Me voy a Aurgi, cambio de ruedas”. Punkísimo.
Y eso sigue adelante.
Y empieza a llenar un montón de salas hasta que, de repente, me llaman de un festival en Murcia, el ZorriFest, que era autogestionado y, por supuesto, vino la Policía y nos echó (ríe). Y un año Joe Crespúsculo canceló su concierto en el SOS, no sé por qué, en Murcia también, y la gente que estaba en esa época trabajando en la comunicación del festival había venido a vernos actuar un día, pues eso, de tomar cervezas, y nos dijeron: “¿Por qué no os venís y ocupáis el sitio?”. Y eso fue… Tocamos el mix de La Oreja de Van Goh, siete canciones de Camela en una, Perlas Ensangrentadas, Mil campanas, todo lo de boda, todo el repertorio; que toda la vida nos habían insultado y habían dicho que vaya puta mierda. Todo eso en una hora, desafinadísimo, pero con una sensación como de libertad… Que a mí me han tirado hielos, piedras, de todo y ahora veo a todo el mundo poniendo exactamente lo mismo que yo hace diez años y es como: “No me lo puedo creer”. Todos esos hielos que yo me he comido por poner La ventanita del amor, el Saturday Night.
En un San Isidro, en Madrid, por ejemplo.
Me tiraron de todo. Vasos, hielos, piedras... Tuvimos que salir con un taxi pagado a la puerta. Yo tenía a todas las travestis montadas y diciéndoles: “Que nadie se vaya de aquí sola”. Porque, claro, tú te vas por la parte de atrás del parque, en un contexto de drogas y alcohol, que no es un espacio seguro para nada... Yo he salido corriendo de conciertos, festivales, fiestas mayores de pueblo…
En Murcia, en 2023, se la llevaron detenida por mostrar los pechos durante la actuación, en un momento en el que canta ‘Como yo te amo’ de Rocío Jurado, algo hacía siempre.
Desde el primer día. Te puedo enseñar el vídeo del primer concierto en el que yo hago el “Como yo te amo” y me quito la camiseta, con el mismo speech. Ahora ya no lo hago porque, cuando lo hizo Amaral, ya parece que imito a Amaral, que me lo dice mucha gente. Que recuerdo cuando me llamó Eva y me dijo: “Quiero conocerte”. Yo a Eva no la conocía, pero, para mí, que Eva Amaral, me nombrara fue como…
La imagen del Sonorama 2023.
Fue el único que yo no he ido y pensé: “Si Eva Amaral te conoce ya está”. Ya ha valido la pena. Ella no tenía nada para ganar. No necesitaba hacerlo. Y también a mí me dio la oportunidad de dejar de hacerlo y que la gente me empezara a valorar de otra manera, porque siempre era como: “Ah, la de las tetas, ¿vas a enseñarlas?”. Y quería que eso se acabara. Y le dije a Eva: “Te has cargado el San Benito ahora. Ya verás. Esto es durísimo”. Pero, claro, Amaral tiene una fuerza y la seriedad suficiente como para pelear contra eso porque mi guerra siempre ha sido desde lo lúdico, el humor, la fiesta y la pista de baile. Y eso no lo toman en serio. Para mí ha sido muy difícil que me tomen en serio.
Suena crudo, eh.
Lo digo con amor.
¿Lo de Murcia le había ocurrido alguna vez antes?
Sí, en Molina de Segura (ríe), que también es Murcia. El PP me quiso poner una demanda. Y en Gandía, en su momento, lo hice y había una concejala que vino y me dijo: “Ponte la camiseta o te vas”. Es que me ha pasado en muchos sitios. Sino es porque te miran mal o porque te insultan, o te dicen que no te quieren pagar, o contratar, ahora lo que me ha pasado, porque tengo mucha gente que sabe dentro de la cultura, la industria, que la mayoría de los ayuntamientos en España son de vox, y la ultraderecha no me quiere, ni a nivel personal ni político. Y a mí me parece normal. Igual que nosotros, en la izquierda, no me parecen bien otras cosas, estoy muy a favor de la libertad de expresión, pero no de la censura y a mí me han censurado en muchos carteles de festivales. No puedes censurar a un artista en 2024. Yo llegué a pasar miedo. ¿Qué leyes me estoy saltando? Porque yo tengo un juicio pendiente todavía. Un juicio en el que voy perdiendo porque el fiscal general le dio la razón a él, porque dijo que no había comedio ningún delito, pero es que es muy difícil demostrar un abuso de poder. No hay imágenes de que él me tocase o me gritase. Al final ellos saben perfectamente cómo hacer la violencia pasiva que yo lo llamo.
La música hace tiempo que dejó de ser para usted ese juego que era con Las Chillers.
Y no solo ha dejado de ser un juego, sino que muchas veces es un problema. Cada uno hace su hobbie su trabajo y si no te sale bien tienes un problema. Yo tengo unas deudas. Mi círculo lo sabe. Todo el mundo cree que lo artístico es la gran belleza. Drogas, noche, fiesta, amantes y dinero. Bueno, pues es en realidad: peligrosidad social, peligro con el coche, furgoneta… Muchas veces no comes, no cenas, no duermes… Yo, además, nunca he tenido un equipo de trabajo. No tengo técnicos, porque yo prefiero que mi gente tenga un sueldo digno, les doy de alta aunque yo no cobre. Y te lo puede decir cualquier persona que haya trabajado conmigo. Yo adoro trabajar con la gente. Hay que rodearse de personas más brillantes que tú. Y yo te juro que he visto crecer a gente. Ginebras, Cariño… Me llamaban, cuando empezaban, para pedirme consejos. Y yo lo primero que les decía era: “Cuidado con la noche”. Porque no solo tiene todo el tema de las drogas: hay espacios en los que somos las únicas mujeres. Festivales donde somos las únicas. Hay que hacer una especie de autodefensa y hay que tener cuidado. Y yo ya tengo 33 años y he visto de todo y hay muchos que ya ni me saluden, que es: “Ay, Rocío, qué miedo”.
Pero también habrá todo lo contrario.
Sí, compañeros fantásticos y maravillosos como, y voy a dar nombres, Sidonie e Iván Ferreiro, que han entendido esta perspectiva de género y nos intentan cuidar y querer. Pero luego yo he visto muchos artistas a los que admiramos, o admiráis, que son muy malos compañeros, y a los que no les interesas nada.
Le noto, sin embargo, cierta amargura al hablar de la música.
Yo, por un lado, quiero dejar la música. No tengo dinero para poder seguir haciendo discos. Me lo he gastado todo en hacer canciones y tengo 33 años y tengo que decidir: si quiero tener o no familia, si tener una casa… Tomar decisiones, porque ya no tengo 25. Y me da pena porque digo. En realidad, ¿quién está en esta franja de mi edad haciendo música? Ya hay que saltar. Zahara, Cristina Rosenvinge… Gente cuarentona que tiene las cosas ya. Pero con treinta y tantos te quedas en el limbo y, si no has ganado dinero, y tu proyecto no ha funcionado, porque mi proyecto no ha funcionado. Yo no meto a gente en las salas. Voy a festivales, quedo muy bien en los carteles, pero a nivel económico no ha funcionado. Como muchos otros. Es que es muy difícil que te funcione. Porque yo, para pagar a seis músicos, necesito, como mínimo, para gastos, 2.000, 3.000 euros. Las altas, los sueldos, los viajes. Si no se paga eso a los artistas pequeños…
Está encontrando otro camino, en la actuación.
Bueno, el sueño de mi vida siempre ha sido ser actriz.
Ya le han cambiado el pelo, castaño.
Quizá ahora esté en mi época más femenina. Pero cuando yo tenía 18, 19 años, que debía decidir qué estudiar, yo quería entrar en la RESAD. Yo, en esa época, era un niño no binario. El boyerón. El Marimacho. Y de ahí no pasaba. Y me dijeron que había que hacer un examen, y decir un texto, y dije: “No soy capaz”. No tenía la fuerza suficiente para ponerme delante de un tribunal y no sentirme juzgada, no era fuerte. Entonces lo dejé de lado. Ese sueño.
Pues mira, se lo está dando la vida.
Eso me dijo mi bruja, que yo soy muy loca de las pitonisas, pero también te digo que yo la mayoría de las cosas las hago gratis. La gente se cree que no, pero no actuar, tocar, ir a no qué sitio, de no sé qué colectivo a dar una clase. Las hago gratis porque entiendo el activismo así. Aquí cuantas más cosas haces, peor te tratan. Mocatriz. Esa palabra no la hizo Ojete Calor para insultarnos entre todos. No hablaban de esas personas underground que generamos nuestro propio trabajo porque, si no, no nos lo dan. Para ponerte en el punto de mira hemos tenido que comer muchas cosas. Yo actúo en muchas cosas pero ninguna es muy grande.
Ya llegará.
No lo sé. No quiero que se sienta el día de mañana como un fracaso, pero hay que asumir que lo es. La música. En lo económico y emocional. Porque personal no: yo he hecho sin tener ninguna ayuda tres giras por Latinoamérica, quince años de conciertos, de llamar, coger el teléfono: “Contrátame”. La de veces que he tenido, eso, que llamar yo, estar detrás, dale, dale, dale. Hemos conseguido ampliar la perspectiva de género montando una asociación de mujeres en la industria de la música. Me han dado un Premio Pluma y he sido la primera lesbiana de la música y la primera mujer de la música que ha hablado en el Congreso de los Diputados. Con mi nombre y apellidos. Bueno, todo el mundo dice: “No vendes”. Bueno, pues no venderé discos, pero yo me siento bien.
A pesar de la amargura que se le nota en la voz.
Es un camino muy duro. No puedo decirte que ha sido precioso, que me ha encantado mi vida y no sé si volvería a nacer y elegiría este camino. La realidad más absoluta es que las mujeres en la música lo hemos pasado y lo pasamos muy mal. Y a día de hoy no hay personas trans, no existen, no están en las programaciones. No es que sea uno, es que es cero.
Pero los hay.
Muchísimos.
¿Y eso por qué es?
Porque este es un país que no le gusta la diversidad. Y cada vez va a menos. Cada vez lo raro y diferente está más perseguido. Sin embargo, luego tú quieres una persona que sea diferente, que te llame la atención, que te estimule…
¿Cómo cree que puede cambiar eso? ¿La mujer en la música?
Tenemos que empezar a dejar de responsabilizarnos y responsabilizar a nuestros compañeros. Si todos los artistas masculinos dijesen que no a un cartel donde no hubiese mujeres, te aseguro o personas diversas, que habría trans, y mujeres y personas no binarias. Y yo antes estaba agotada de no poner el foco y ya lo pongo. En mis compañeros.
Va a actuar en la primera edición del Vibra Mahou Fest en Madrid, en el WiZink, el 9 de noviembre. También lo hará Shego.
David Pejenaute está entendiendo y apoyando a muchas mujeres y hay que reconocérselo.
¿A qué Rocío Saiz encontrará el público?
Es mi concierto de fin de gira y no sé cuándo volveré. De alguna manera para mí es una despedida del cien por cien. En este concierto, y mis músicos lo saben, vamos a hacer como una especie de aquelarre: vamos a quemar los trajes. Saben que yo me retiro de esta alta competición de la música también. De este sacrificio, de este dolor y de este sufrimiento de intentar llegar a un sitio. De suplicar. Se acabó. Esto es un fin de ciclo para mí, después de 15 años.
Ostras.
Creo que es un buen sitio. Mi ciudad. Nunca he tocado en un WiZink. Yo creo que está bien ya. Ojalá que mis músicos pudieran hablar en una de estas entrevistas porque ven lo que sufro. Una persona que da todo. Y llego triste a los conciertos y en el momento en el que llegas triste hay que parar. Y hay que decir: igual hay que hacer otra cosa.
¿Ha pensado el qué?
A mí me encantaría actuar pero igual tengo que volver al trabajo de oficina. Porque es lo que te digo: llevo muchos años viviendo en la precariedad. Lo que más duro es no poder pagarle al día a mis músicos porque te pagan a 90 días y mi cache es, te lo digo claramente, 2.000 euros. Yo no puedo ahorrar de concierto en concierto. Y ha habido alguno 800, menos IVA. Igual he tocado mucho por muy poco porque me gusta mucho la carretera pero ya llega un momento… Me he roto las dos rodillas, una costilla, lo he dado todo.
Resulta muy doloroso lo que cuenta.
Yo es que he vivido al límite. Ya salgo a los conciertos y digo: “No me voy a tirar porque ya no puedo”. No me puedo permitir ir en silla de ruedas. Tengo esa operación ya pendiente del ligamento. Nueve meses parada, de qué vives. No tengo nada claro el futuro y es una de las cosas que más me perturban porque intento buscar trabajo por Linkedin y no me contesta nadie. O, cuando lo he pedido, todo el mundo me dice: “Si te va genial”. Pues si te estoy pidiendo, igual no me va tan bien. ¿Pero qué es que te vaya bien? Porque he dicho que sí a cosas que normalmente la gente dice que no.
¿Tan duro resulta?
Tenemos una psicóloga de artistas que te dice: “Tú puedes actuar toda la vida pero no puedes ser música toda la vida”. Es imposible. Músico hombre puede, ser cool a los 70. Música mujer, no. En algún momento te van a echar y, antes de que te echen, te tienes que ir. Y yo estoy en ese punto. Prefiero irme antes de que me echen. Pero insisto: no es el público, sino la industria. La gente te dice: “Has de seguir”. Pero luego no compra entradas. Me hace gracia cuando Vetusta Morla dice: “Todo el mundo agota las entradas”. No es verdad. Igual ya no se acuerdan ellos de que hay otro mundo ahí abajo en el que están cancelando la mayoría de las giras. La de las salas. O sea están los privilegiados de arriba y luego los demás. Y, cuando la música no ha mejorado tu vida, llega un momento en el que tienes que parar. Nadie de va a acordar de mía. A mí siempre me dicen: “Si tienes cinco discos”. Sí y son muchos. Pero nadie se acuerda de la música que hago. Igual hay que decir: igual soy útil en otro lado. No sé.
Y su voz suena de pronto queda, como el rubio de su pelo bajo el tinte oscuro.
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