MÚSICA

La maqueta con letras ‘políticamente incorrectas’ de Estopa que nunca vio la luz como disco

Cuando los hermanos Muñoz eran unos adolescentes que trabajaban en la Seat grabaron un humilde trabajo macarra del que se extraen algunas de sus canciones más famosas.

La maqueta con letras ‘políticamente incorrectas’ de Estopa que nunca vio la luz como disco

Cuando estopa no era más que la parte gruesa del cáñamo, aquella que queda en rastrillo cuando se rastrilla, la rumba costumbrista catalana —de innegable herencia extremeña— estaba huérfana sin todavía saberlo. Eran los años noventa y los hermanos Muñoz se ganaban el jornal en la fábrica Seat de Cornellá. Por entonces no eran Estopa, sólo les pedían que la ‘dieran’ para trabajar más rápido. Y ellos cumplían, puestas las manos en la cadena de montaje y la cabeza, en un horizonte musical que rozaban con las yemas de la imaginación.

Habían crecido con los sonidos de Los Chunguitos y Los Chichos, de Robe Iniesta y de Joaquín Sabina. Tenían aquello que hace falta para hacer historia en la música: además de talento, eran canallas y le echaban cara. Comenzaron a tocar en bares y pronto ganaron el concurso de cantautores del barrio de Horta-Guinardó con Luna lunera. Sus sueños iban más rápido que los hechos, de manera que decidieron atrapar el éxito en la casa de su amigo Jordi —después con Emilio y su primo— grabando una ambiciosa maqueta de 37 canciones.

Historia de una maqueta

“Fue por etapas, entre 1994 y 1999″, confesaron en una entrevista, debiendo esbozar una sonrisa pícara por la travesura —bendita travesura— cometida. Aquella chapuza meritoria de inesperada y brillante calidad fue distribuida por su círculo más cercano y, poco a poco, comenzó a resonar en los silbidos de jóvenes afortunados que decidían dar una oportunidad a aquel trabajo de dos hermanos adolescentes ‘de la Seat’. “Se hizo viral sin que Internet fuera lo que es hoy en día. No había ningún tipo de herramientas para difundir masivamente, como WhatsApp, pero se hizo viral”, recordaba José.

Aquella era una maqueta macarra: de letras macarras y mensaje macarra. En absoluto era un trabajo comercial. Cuando el joven dúo barcelonés lanzó su primer disco, doce de aquellas canciones fueron rescatadas y chocaron contra el muro de la industria musical, que obligaba a cambiar algunas partes de la letra por lo que se entendía —el estilo directo de los hermanos no da lugar a interpretación— como apología a las drogas.

Fue el caso de Como Camarón. “Esa del segundo”, que se canta en la canción, no vendía “cosa fina”, sino “cocaína”. Todavía más directo era el mensaje en El del medio de los Chichos. Los favores jamás fueron “que sea su mensajero y una canción de colores. Me ha dicho que abra las puertas, que abra también los balcones y que cante esta rumbita pa’ alegrar los corazones”; eran “una rumba pa’ cantarla y un caballo de colores; me ha dicho que me lo chute pa’ quitarle los olores”.

El resto de canciones fueron rescatadas de dos en dos en los sucesivos álbumes hasta llegar a 2014, restando otros 19 temas que permanecen en el cajón de su estudio, a la espera de ser sacados, y que pueden escucharse en algunos rincones de las plataformas, así como en los auriculares de aquellos afortunados que hace tres décadas aceptaron la maqueta de dos adolescentes desconocidos que, como otros tantos, se ganaban su jornal en la Seat de Cornellá.

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