La apoteosis de Ultraligera en la Riviera, parte I

Dicen que el cinco es un número mágico. El de la libertad y la aventura. El número que baja a la tierra lo espiritual. Porque cinco sentidos tiene el hombre y cinco los dedos en las manos y los pies con los que prenderse del mundo. Ellos son cuatro, Gisme, Coque Fernández, Santi Urruela y Martín Aparicio, aunque en realidad sumen cinco sobre los escenarios, porque se une Kash. Como cinco las Rivieras para hacer historia en la música de España con solo un primer disco (‘Pelo de Foca’). Cinco seguidas, las cinco ‘sold out’. Cinco, un número primo que este octubre ellos, Ultraligera, harán comunidad. El jueves 9 de octubre fue la primera, con un show lleno de sorpresas y giros durante todo el concierto. Lo inesperado. La libertad con la que ellos llevan a la escena la magia de ese número. El cinco. Su cinco. Parte primera.

“Las primeras veces nunca se olvidan. Esta es nuestra primera gira. Esta es nuestra primera Riviera y esto es como perder la virginidad”.

Lo dice Gisme. Mirada azul aquí, allá, viendo gente allá donde se pose, hasta el fondo de la sala llena. Labios rojos. Un pie sobre un altavoz. Calza, por cierto, zapatillas y no sus inconfundibles botas Charlie, de boxeador, con las que hace más de un año lleva pisando más de 80 salas y festivales por todo el país; un clásico, como ese ese largo collar con chapitas engarzadas que, durante los conciertos, a menudo retuerce en las manos y en esta primera Riviera lleva de cinturón, durante 19 canciones y casi dos horas en las que Ultraligera sobrepasa cualquier expectativa. También esta vez. Con esa serie de conciertos que le confirman como una de las grandes bandas del momento. Su directo es apoteósico, electrificante, salvaje y tierno a la vez, haciendo de cada espectáculo un lugar distinto en el que quedarse a vivir. Y esto es algo que les diferencia profundamente de todas las demás en la escena indie rock. Con un repertorio que comenzará con ‘La Basura’ pero cambiará el orden de algunos de sus hits, que en realidad son todos, porque no hay canción de Ultraligera que no tenga algo especial, y te arrastre, en una escenografía distinta y dejar en manos del púbico la elección de algunas canciones.

Pasa cuando llega el momento de la guitarra acústica, cuando se ha atemperado un poco el inicio altísimo del concierto y Gisme pregunta, con esa media sonrisa pícara que le ilumina el rostro y, por ende, la Riviera entera. ‘Nunca Nadie’ o ‘Mírame’.

La primera, una de sus baladas referentes, de las que erizan la piel por la profundidad con la que brota de la garganta de Gisme, les ha acompañado mucho en esta gira. La segunda, no. Apenas la han tocado una vez. El público tiene ganas de vivirla en directo. Dejan constancia con un grito atronador. Gisme está sentado en un sofá, sentado como se componen tantas canciones, su guitarra sobre las piernas, y sus amigos al lado, Santi y Coque, en dos sillas a los lados, en un salón improvisado en esa Riviera a la que enseguida hará decidir otra vez: ¿‘Luna cansada’ o ‘San Valentín’? El público volverá a levantar pulgar con las cuerdas vocales. La primera. Será la primera vez que la toquen con público.

Es entonces Gisme pide compañía, hay un sitio libre en su sofá y la persona que lo ocupe no podía ser más especial en la historia del grupo. Desde sus mismos cimientos, cuando ‘Mierda de Fiesta’, era su primer y único single como banda. Se llama Laura Solla y es guitarrista. Se llama Laura Solla y que Ultraligera les haya pedido que le acompañen en esta noche tan especial no puede contarles mejor. Su grandeza humana también. Con ella coincidían en bares y escenarios cuando empezaban a tocar, de la que aprendieron tanto, cuando los pagos por las actuaciones eran de 25 euros y una cerveza, amiga de Coque, fue quien puso a Martín en el camino del grupo. Martín, el baterista y más pequeño del grupo, un gallego con sangre argentina, que cogió un vuelo A Coruña-Madrid, más tren a Majadahonda, para hacer clic en el puzle, tras otros que en su puesto no funcionaron. En esta Riviera su posición no está al fondo sino sobre lo alto de una estructura con forma de escalera por las que Gisme sube, baja y salta constantemente. Derramándose. Siempre derramándose.

Justo después volverá el rock que quema, los primeros acordes de ‘Pelo de Foca’ con el público ejecutando esa orden que desde la megafonía se escuchó en varias ocasiones desde la apertura de puertas: “Será el momento de ponerse las máscaras”. Esas de papel que al entrar, miembros de su equipo de producción entregó al público, tan Ultraligeras. Desde la misma portada de su disco ‘Pelo de Foca’, con diseño de Alejo Trulls y fotografías de Roberto de la Torre, inspirada en rituales paganos y disfraces del norte de España para representar el paso de las estaciones y el tiempo, el reconectar con los ancestros. Simbólica, oscura y sugerente. Con una la figura de un extraño perro mezcla oso gigante atado con una cadena a un hombre que porta esa máscara. La que han repartido. La que desde uno de sus shows este año, en Huesca, comenzaron a llevar ellos sobre el escenario, después de que alguien del público les entregara unas, hechas de manera artesana. Enseguida se hicieron las propias. Rotundas. Tan simbólicas, oscuras y sugerentes como su música. Es uno de los grandes momentos de sus conciertos.

La energía es tan densa como el humo que sale de los cañones. Eléctrica. Con una fuerza tan volcánica y abrumadora. Tan indómita y feroz como abrumadora. Y liberadora. Gisme se entremezcla con el público, trepa hasta un poyete al fondo de la sala mientras su gente, toda su gente, sus amigos sobre el escenario, su crew y todos sus fieles le miran con una sonrisa ancha bajo esas caretas blancas e iguales.

“Qué cantidad de emoción puede aguantar el cuerpo, eh!”, ha dicho Gisme también. La que ellos le han puesto a su carrera y estas citas en la Riviera en las que Santi lleva lentillas que tiñen uno de sus ojos de rojo y el otro de blanco y Coque, esa americana blanca a lo Elvis, con toque Coque Style, que estrenó en el Toledo Beat 2025. ‘Me miras mal’, ‘Mierda de Fiesta’ y ‘Hasta el fondo’ siguen para el clímax. Las tres últimas canciones.

Con ‘Recuerdos del baile’, una Riviera completa encoge el corazón a la vez. Porque esa siempre es la última. Cuando ellos saltan y se mezclan con el público y mientras tocan y suenan y cantan junto a las miles de personas que llenan esa sala ese “y me he acordado del baile / de mi corbata azul / y tu vestido amarillo / llevándose todo el brillo para ti” se hacen cuentas y aún falta una canción, la penúltima siempre. Matanza. Cuando las luces se apagan un piano gigante se mueve hacia el centro y una niebla densa llena el escenario, en el que las personas se multiplican. Están ellos cinco. Pero también tres más. Una joven, un chico que viste un precioso abrigo rojoj, una mujer con aire de duquesa en el sofá. La sorpresa final. Su música más allá. Esa canción sin videoclip, la letra es tan clara, directa, que no lo necesita, hecha carne sobre el escenario de esta sala mítica en la que ellos ya ha puesto su nombre, para siempre. Haciendo del cinco, su cinco, un número eterno.

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