OBITUARIOS

Muere Keiichi Tanaami, el ‘Andy Warhol japonés’ que fascinó a Sergio Ramos

El artista japonés, miembro de la generación dorada del pop art, ha fallecido a causa de una hemorragia intercraneal a los 88 años.

Keiichi Tanaami en 2017 / Andrew Tupalev

En el ecuador del pasado siglo floreció un modo de expresión plástica y pictórica que vino a desafiar las bellas artes clásicas y tradicionales y cuyo motor era la crítica social que unió al mundo a finales de los sesenta en una suerte de protestas, revoluciones y movimientos estudiantiles. Se llamó pop art y anticipó que el planeta jamás iba a volver a ser el mismo; así lo entendieron artistas de la talla de Andy Warhol y Richard Hamilton, en Estados Unidos y Reino Unido, respectivamente; también en Asia, donde brilló el pincel y el ingenio de Keiichi Tanaami, que este mes de agosto ha cerrado los ojos para siempre.

El artista japonés falleció el 9 del presente mes a causa de una hemorragia intercraneal, pero la noticia de su deceso no ha trascendido en diversos medios locales hasta este martes. Su funeral se dio tal y como había deseado: en la más absoluta intimidad. Quien ha multiplicado el eco de su partida ha sido Sergio Ramos, gran admirador de su obra; en la colección privada del camero, Tanaami tiene una posición de honor.

“Con profunda tristeza lamento el fallecimiento de Keiichi Tanaami, un artista extraordinario y querido amigo. Su creatividad no conoció límites y su arte tocó los corazones y las mentes de muchas personas. Me siento increíblemente afortunada de haberlo conocido, de haber compartido conversaciones e intercambiado ideas sobre su arte que tanto admiro”, deja por escrito el zaguero, que resume en dos frases la honda pesadumbre que en él provoca su muerte: “El mundo ha perdido a un verdadero visionario y yo he perdido a un querido amigo. Que su alma descanse en paz eterna y que su espíritu siga inspirando”.

El horror en una viñeta

Tanaami nació en Tokio durante el largo estío de 1936; su padre era un comerciante de textiles y su infancia se la robó la guerra: apenas tenía nueve años cuando las Fuerzas Aéreas del Ejércitos de los Estados Unidos sobrevolaron su urbe natal, dejando a su paso cerca de 100.000 muertos, más de un millón de personas sin hogar y 267.171 escombros que, un día antes, eran edificios. Aquello no se borró jamás de su memoria. Quien sabe si imbuido por la vieja esencia de las primeras vanguardias, decidió convertir aquel dolor en materia trascendente y los motivos bélicos —bombarderos que rugen, reflectores en el cielo, un mar de fuego engullendo la ciudad y el pez de su padre muerto en la pecera— pasaron a definir su modo de concebir el arte.

Ampliar

“Mis sueños eran un torbellino de miedo y ansiedad, ira y resignación. La noche del ataque aéreo, recuerdo haber visto enjambres de personas huyendo de las cimas de las montañas. Pero entonces se me ocurre algo: ¿fue real ese momento? El sueño y la realidad están mezclados en mis recuerdos, grabados para siempre de esta manera ambigua”, dijo en una ocasión, haciendo referencia la madrugada en la que un ente despertó dentro de él: un alma que convertía la guerra en cuadros cargados de simbolismos y colores, cargados de elementos de la cultura popular japonesa y norteamericana y difíciles de comprender dentro de los parámetros de lo lógico, sólo visibles desde una profundidad onírica casi irreal.

Llenó su maleta personal de recuerdos y, tras estudiar diseño en la Universidad de Arte de Musashino, comenzó a trabajar en diferentes géneros pictóricos. Después viajó a los Estados Unidos de América, la tierra que había conocido desde el cielo. Era 1967, auge del próspero consumismo en la nación, y Nueva York le abrió las puertas de la obra de Andy Warhol, a quien admiró en lo formal por no limitarse únicamente a un medio y combinar la variedad de métodos en el complejo proceso de creación; y en lo ideológico, por lo difícil que podía resultar comprender que un artista ‘diera a luz’ únicamente para el mercado y no para nutrir su intelecto, su visión de la belleza o su apetito estético.

Su partida deja huérfano al movimiento que vio en la cotidianidad el reflejo de un futuro colorido, que hizo de la cultura de masas la lupa que se cernía sobre una transformación global nada heterogénea y que entendió el cómic, el consumo y la publicidad como pilares con los que denunciar un mundo resquebrajado cuyos cristales se rompieron las noches en las que los bombarderos quemaron las infancias. El horror en una viñeta.

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