GASTRONOMÍA
Lhardy, el mítico restaurante que servirá la boda de Almeida y Urquijo: ¿cuánto cuesta y qué se come?
Dos siglos de vida, el cocido madrileño como plato estrella y un historial de ilustres clientes avalan la elección de los novios para el catering de sus nupcias.
Ninguna boda es cualquiera, pero la de José Luis Martínez Almeida y Teresa Urquijo es, si cabe, la menos ‘cualquiera’ de este calendario. Ya casi pueden oírse las campanas de la iglesia jesuita de San Francisco de Borja, templo neobarroco del barrio de Salamanca que sellará el amor entre el alcalde de Madrid y la joven de noble cuna. Aplausos en la puerta, ramo al aire, felicitaciones, collejas; y tras lanzar el arroz, tocará pensar en él de otra manera. La comida.
Sigue en directo la boda entre Martínez Almeida y Teresa Urquijo: el enlace matrimonial, en vivo
No han querido asumir riesgos y han delegado la responsabilidad del apartado gastronómico, así como la decoración, a uno de esos restaurantes que no fallan. Lhardy, propiedad de Pescaderías Coruñesas, alimentará a los invitados de la ceremonia; reto que, por difícil que parezca para tan lujosa oferta, está en la hoja de ruta de sus servicios: “Celebrar una boda es un evento único en el que no hay que dejar ni un solo aspecto sin cuidar. Ofrecemos un servicio completo para organizar su boda, desde la comida y las bebidas hasta la decoración”.
De Proust a Almeida: dos siglos de historia
La primera vez que Lhardy abrió sus puertas en Madrid todavía no se habían completado las reunificaciones de Italia y Alemania, la reina Isabel II de España tenía 9 años y faltaba un siglo para que estallase la Segunda Guerra Mundial. Fue en 1839, al lado de la plaza del Sol.
Las nupcias de Almeida son un evento más —y eso que, se sabe, no es cualquiera—: ya en 1841 acogió el bautizo del marqués de Salamanca. En su interior se reunía Alfonso XII con el duque de Sesto y entre estas paredes probaron el lenguado al champán intelectuales como Albert Camus, Jean-Paul Sartre o Marcel Proust. Las personalidades que han pasado por este restaurante constituyen una especie de paseo de la fama histórico que viene a recopilar cumbres de diferentes campos, muy distintos entre sí, reunidas todas entre cuatro paredes y dispuestas a comer cocido madrileño. Su corazón culinario sigue latiendo en plena carrera de San Jerónimo, arteria del corazón urbano castizo.
Un cocido madrileño colmado de gentilicios
El restaurante cuenta con cinco menús diferentes, a los que hay que sumar otros cuatro más: el menú ‘cocido’, el ‘infantil’, el ‘cóctel’ y el ‘desayuno’. De todos, es el ‘cocido’ el que más tradición tiene de todas sus ofertas, el más popular entre sus comensales y su opción estrella. Dicho menú se presenta de la siguiente manera: “El cocido madrileño, plato fundamental de nuestra gastronomía, es resultado de la historia de la ciudad, agrupando los mejores productos y sabores de cada zona para crear un plato popular y único que representa a los madrileños”.
Se trata de una sopa con fideos de cabello de ángel, garbanzo “de Brunete, de nuestra finca”, repollo y zanahoria de Carabaña, patata “de Granja de los Monjes”, chorizo de León, morcilla del Valle de Arán, longaniza trufada “de cerdos de Euskal Txerri”, tocino ibérico de Huelva, crujiente de oreja ibérica con salsa brava, costilla ibérica de Sierra de Villuercas y relleno de cocido de ropa vieja. Con tanto gentilicio, uno piensa que si es costumbre decir que Madrid es una ciudad caracterizada por hacer de su población una familia de españoles que provienen de otras ciudades es porque, precisamente, existe el cocido.
Todo esto se acompaña con un soufflé como postre, un aperitivo de bienvenida y una croqueta o barqueta de riñones. De bebida, como en los otros menús, agua, cerveza y refrescos, los llamados ‘olorosos’ y lujosas opciones de vino blanco y tinto.
El menú de la boda
Y qué comerán Almeida, Urquijo y compañía. El desembolso para el catering ha ascendido a un total de 90.000 euros, cuyo sentido se vuelve más tangible que el gotelé al visualizar que el gasto por cabeza es de 175 euros. El catering contará con un cóctel de seis variedades diferentes, provenientes de la elección que han tenido que hacer los novios entre 31 pinchos diferentes. Destacan aquí las samosas de carrillera con crema de yogur y menta, tataki de bonito en marmitako, cococha de merluza en salsa verde y las míticas croquetas (de jamón, de idiazábal y de carabinero). Y, sin duda, la nombradísima parrillada de brochetas en directo, que tendrá desde sardinas de Santurce hasta patitas de pulpo.
Lo clásico. Primero, segundo y postre. Después de los entrantes, tras haber abierto boca y para empezar a realizar la función vital de la nutrición más seriamente, han tenido que elegir entre 25 propuestas que iban desde ensaladas hasta cremas y consomé, desde lasañas y raviolis hasta su famoso bogavante del Cantábrico asado. En cuanto al segundo, casi es un hecho que la opción por la que se han decantado ha sido el solomillo —parece que el lenguado al champán de Proust queda en el pasado—; y en lo que al postre respecta, las opciones dulces encuentran encumbradas por una torrija caramelizada con sopa de arroz con leche y tarta árabe. También hay recena de mini-hamburguesas y barra libre de 9 horas, lo que rompe la tónica clásica y selecta anterior y da sentido a lo que el cuerpo pide tras escuchar esa canción que no recordabas que existía.
Los tentáculos de Pescaderías Coruñesas
La tradición de Lhardy debe entender bajo la historia de Pescaderías Coruñesas, empresa que nació formalmente cuando se inscribió en el Registro Mercantil de La Coruña la sociedad Lamigueiro y Jové. El capital social entonces fue de 200.000 pesetas, lo que hoy serían 1.200 euros. Era un 15 de octubre de 1911.
Hoy sus tentáculos llegan desde la costa gallega a la capital a través de varios restaurantes: O’ Pazo, en la calle Reina Mercedes; El Pescador, en la rúa José Ortega y Gasset; Filandón, en la carretera Fuencarral-El Pardo; Lhardy Catering, en la calle Vivero; Desde 1911, también en la calle Vivero y junto al anterior local; y el citado Lhardy de la carrera de San Jerónimo.
Proust, que se sepa, sólo tomó lenguado en el último.