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Así es la vida personal de Arturo Pérez-Reverte: de su infancia en Cartagena a su hija Carlota

El laureado escritor de novela histórica visita ‘El Hormiguero’ para presentar su nuevo libro: ‘La isla de la mujer dormida’.

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La vida de Pérez-Reverte, así como la de Joseph Conrad, no se entiende sin el mar y sus efectos; esto es, la huella que las aguas dejan en el alma de las gentes. El escritor fue antes periodista que famosa rúbrica de novelas históricas. Y antes de ello, como todos alguna vez, fue niño. De muy joven llamó el océano a la puerta de su casa: hijo de un marino mercante y apasionado de la pesca, su infancia transcurrió en Cartagena de manera apacible —todo lo que aquellos años difíciles permitían—.

Todavía asaltan al escritor pequeñas dosis de potente nostalgia en forma de anécdota que, en columnas o entrevistas, entrega con sonrisa cómplice: fue expulsado del primer colegio en el que estudió, cursando después el bachillerato en un segundo liceo que le vio mancharse de tinta por primera vez las mangas de la camisa: participó activamente en la plantilla de Proa, la revista del colegio.

El transcurso de su juventud hizo que Arturo cambiase la localidad del Levante peninsular por el Madrid de los últimos años de dictadura. Se licenció en Periodismo en la Universidad Complutense, compaginando dichos estudios con Políticas; después vinieron las prácticas en Pueblo y el barro —bendito barro—, el micrófono y la guerra, su familia y el mar.

El salto del periodismo a la literatura

A Pueblo entró como becario, pero se quedó doce años. “Allí aprendí a no respetar ni a Dios ni al diablo, y que un periodista con un magnetófono está en las mismas condiciones que el presidente del Gobierno. Allí aprendí a desconfiar de las palabras grandilocuentes, aquello nos obligó a ser valientes”, dijo sobre aquellos días en una entrevista a XL Semanal, reconociendo que aquella cueva de piratas era, a fin de cuentas, “la mejor escuela de periodismo de España”.

Tras un breve intento de fundar su propia cabecera, la revista Defensa, Pérez-Reverte dio el salto en 1985 a Televisión Española. Ya era un comunicador de renombre con experiencia en relatar lo peor del ser humano —durante la guerra de Eritrea, allá por 1977, permaneció meses desaparecido y sobrevivió gracias a sus amigos en la guerrilla—, pero fue allí se convirtió en símbolo nacional del reporterismo: primero presentó en RNE La ley de la calle y, después, Código uno en TVE. Y en 1994 dijo adiós.

Fue entonces cuando empezó su odisea literaria. “Volvía de una guerra que me dejó un poco raro y decidí escribir. No tenía intención de publicarla. Y entre guerra y guerra seguí haciéndolo hasta el best seller internacional, que fue La tabla de Flandes; fue una salida, un futuro. A partir de El club Dumas me lo planteé de una forma profesional”, confesaba a sus lectores en XL Semanal. Se embarcó entonces en un viaje que todavía dura y que tiene por bandera lo literario; un periplo cuya última parada ha sido La isla de la mujer dormida, publicada el pasado mes de octubre, y que tiene como condecoración y responsabilidad especial su nombre cosido en el sillón T de la Real Academia Española.

De padre a hija

La vida íntima de Pérez-Reverte se escribe tras una cubierta que sólo se abre cuando el autor quiere y de la manera en que lo decide. Así ha sido cuando ha hablado de su querida Carlota (Madrid, 1983). Su hija, fruto de la relación que el escritor mantuvo con Blanca, a quien conoció en las postrimerías universitarias, siguió la tradición familiar y, de nuevo, volvió la vista al mar para comprender su presente: estudió Historia y Arqueología marítima y se dedica a ello en la Cartagena natal de su padre.

De niña ya jugaba a excavar en el jardín y hacer agujeritos a la búsqueda de cosas. Después comprobé que bucear es una de las experiencias más maravillosas que existen. Y, además, en mi familia el mar ha sido un elemento muy presente. Así, los dos aspectos se unieron y tuve muy claro a lo que quería dedicarme”, confesó Carlota a ABC varios años atrás.

Los seguidores más acérrimos de Arturo conocen a Carlota por El Capitán Alatriste. “Desde siempre me ha gustado mucho escribir y recuerdo como un momento mágico y precioso la colaboración con mi padre en la primera entrega de la serie de Alatriste”, recordaba la arqueóloga en aquella ocasión, desvelando su excelente labor de documentación histórica. Un trabajo propio de un Pérez-Reverte. Mejor dicho: de dos.

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