Los dos elementos clave del hogar que muestran si una persona será feliz durante su vejez
Según explica el autor japonés Yamamura Shukei en ‘El Muro de Vivir Solo en la Vejez’, el desorden de una persona puede descifrarse a través de un par de detalles.


No debe confundirse el caos con el desorden. Del primero puede extraerse una esencia universal capaz de explicar desde su naturaleza amorfa asuntos tan complejos como los confines de la matemática y la física (la clave de comportamientos impredecibles de sistemas dinámicos) o, en lares mitológicos y espirituales, el estado primordial del universo; esto es, lo que existía antes del orden. En cuanto al antónimo de este último, el desorden, en realidad, es algo más trivial, banal e insustancial: hay tantos desórdenes como personas.
Pese a los casi infinitos modelos de desorden, las personas tienden a mostrar algunos patrones predecibles que evidencian si este escenario parte del agobio o de la pura felicidad. De ello habla El Muro de Vivir Solo en la Vejez, libro del autor japonés Yamamura Shukei que, en un pasaje, se refiere a la manera en que puede conocerse a un humano según ordena —o no— su habitación. En realidad, dice el nipón, tan solo hace falta fijarse en dos detalles: el televisor y la cama.
Detalles reveladores del retrato cotidiano
Según recoge el portal Diamond Online, citando la mentada obra, el depósito de chatarra en que pueden convertirse varios pisos debe analizarse, primeramente, desde las inmediaciones de la pantalla que uno coloca en el salón: si la casa posee mucha basura, esta habrá colonizado sus alrededores. En el caso de las personas mayores, cuyo consumo de televisión es mayor, esto se torna todavía más revelador: si hay latas, por ejemplo, rodeando el televisor significaría que la persona es perezosa y pasiva, lo que resta, según Shukei, felicidad a su alma.
Se encuentra la otra mitad del corazón en la cama. Las sábanas y las fundas de la almohada son complicadas y tediosas de lavar, de manera que, recoge el autor, si una persona mayor las deja mucho tiempo en el mismo lugar estaría reflejando una pasividad similar a la del televisor y, por tanto, y en términos probabilísticos, tampoco sería feliz.
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En contraste con esto, el escritor da por asumido que cuando el soltero o el anciano es capaz de tomar sus propias decisiones, también posee un nivel razonable de interacción que le permita afrontar estas tareas cotidianas. De no hacerlo, sería una de los infinitos cuerpos del desorden, que no debe confundirse con el incorpóreo y amorfo caos.
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