Djokovic remonta para jugar su novena final en París Bercy
El serbio levanta un partido que pintaba mal para él contra un gran Rublev y se enfrentará este domingo a Dimitrov en busca de su séptimo título.
La pista cubierta de Bercy es uno de esos lugares mágicos en la carrera de Novak Djokovic, en los que parece que casi nunca puede perder. Allí, el serbio es capaz de obrar milagros. Este sábado, ante un grandísimo Andrey Rublev, que compitió con una estabilidad pocas veces vista en su trayectoria, remontó un partido que pintaba mal para él (5-7, 7-6 (3) y 7-5) y el domingo (15:00, Movistar+) jugará por novena vez la final del Masters 1.000 de París, 58ª en la categoría, récord absoluto.
Ocho semifinales y ocho victorias, ese es el impresionante balance de Djokovic en la penúltima ronda del torneo francés, que ha ganado en seis ocasiones. El renacido Grigor Dimitrov, que apeó a Stefanos Tsitsipas, será su rival por el título en un duelo que promete. El cara a cara favorece y mucho al de Belgrado: 11-1. Del lado del búlgaro está la carga de horas en pista de Novak en sus tres últimos encuentros: 2h39 contra Tallon Griekspoor, 2h54 ante Holger Rune y 3h01 frente a Rublev. Además, Dimitrov ha sido capaz de apear en su camino hasta la final a Medvedev, Hurkacz y Tsitsipas, tres Top-20, además de batir a Musetti (22º) y Bublik (33º) en una magnífica semana.
A eso se agarrara para intentar abatir a un gigante como Djokovic, que fue capaz de salir del atolladero en el que se metió tras un flojo primer set contra Rublev, a quien poco se le puede reprochar. Había acabado su partido de cuartos contra De Miñaur cerca de la una de la madrugada del sábado y, con razón, se quejó: “Primero ceno, hago el tratamiento, llego al hotel, me ducho… ¿Me iré a dormir a las cuatro o cinco? Una locura. Horario increíble, gracias. Estoy en el consejo de la ATP y… ¡En la ATP estamos juntos!”. También había bromeado sobre las conclusiones que sacó de las cuatro derrotas anteriores contra Djokovic (le ganó el año pasado en la final de Belgrado). “No aprendí nada, me dejó casi a cero”.
Lecciones y maestría
Pero por lo visto en París, sí que venía con la lección aprendida, o al menos tenía un plan. Y lo ejecutó de manera brillante. Lo que ocurre es que enfrente tenía a una leyenda, a un tipo capaz de reaccionar ante cualquier situación adversa, de manejar todo lo que concierne a un partido como nadie. Los tiempos, el público, la jueza de silla, su equipo… todo. Y al mismo tiempo, jugar al tenis como los ángeles contra un rival que lo bordaba. Así fue volteando un marcador que se le había complicado sobremanera (”Andrey me ha asfixiado como una serpiente a una rana. Ha jugado a un nivel extremadamente alto, por encima de lo normal”, reconoció Novak) y a los puntos, mereció ganar los dos últimos sets. Uno lo sacó adelante en un desempate manejado con maestría y el otro con una traca final de presión asfixiante (no se pierdan un revés paralelo increíble en el décimo juego) que acabo con la paciencia, esta vez infinita, del ruso, que solo tiro la raqueta al final, cuando perdió de manera triste por una doble falta que no merecía. Pero así es el tenis y así es jugar contra Djokovic. Un mundo, tan cerca y a la vez tan lejos.
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