Albert Ramos cuelga la raqueta

Albert Ramos jugó este jueves su último partido como profesional del tenis. Nacido en Mataró (Barcelona) hace 37 años, el que fuera finalista del Masters 1.000 de Montecarlo (le ganó Rafa Nadal) y número 17 del mundo en 2017, colgó la raqueta en el ATP Challenger de Valencia, con una derrota ante el británico Jan Choinski (6-4 y 7-5 en 1h41).

Ramos deja el deporte al que ha dedicado la mayor parte de su vida con cuatro títulos, todos sobre tierra batida (Bastad 2016, Gstaad 2019, Estoril 2021 y Córdoba 2022), la superficie en la que brilló y sobre la que ha golpeado sus últimas bolas en el circuito. Su balance 281-333, con victorias de prestigio, como las cosechadas ante Andy Murray, cuando el británico era número uno en Montecarlo 2017, y contra Roger Federer, tercero del ranking en Shanghái 2015. En otro orden de cosas, tendrá el ‘honor’ de haber sido el primer derrotado por Carlos Alcaraz, en la ATP, en Río 2021. En Roland Garros 2022, tuvo un punto de partido contra el murciano en el quinto set.

“Lo primero, agradecer el apoyo durante el partido. Ha sido un placer jugar aquí. Gracias también al torneo por su hospitalidad, a Pablo (Andújar). Estoy contento de haber competido aquí el que ha sido mi último partido y un poco triste, obviamente, porque han sido muchos años haciendo esto y se acaba, pero tranquilo y con la cabeza alta por haberlo dado todo”, dijo Ramos, que había recibido ya un homenaje el pasado lunes, cuando ganó a Pedro Martínez en la primera ronda de Valencia.

Un año complicado

Este año, el catalán (352º) solo ha podido jugar dos partidos ATP, uno en el Barcelona Open, donde fue homenajeado tras caer ante Holger Rune, y el otro en Roland Garros (fue cuartofinalista en 2016), cuando perdió ante Casper Ruud después de superar la previa.

Se va el poseedor de una de las derechas más efectivas y bonitas sobre arcilla que ha habido en las últimas décadas, un tenista sosegado e inteligente que supo escoger bien sus batallas para completar una buena carrera, que culmina con la discreción que le caracterizó, sin haber dicho nunca una palabra más alta que la otra.

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