Pese a las lesiones y la inquietud por su paternidad, el balear ha hecho uno de los mejores años de su carrera, con dos títulos de Slam.
Era ya de noche en Melbourne. Rafa Nadal había perdido los dos primeros sets de la final del Open de Australia ante Daniil Medvedev y los cronistas escribían sobre la derrota sin paliativos del español contra el ruso, magnífico e imperturbable durante más de dos horas. Pero todo cambió desde la tercera manga. Rafa, curtido en mil batallas, se hizo con el control ante un rival que empezó a perder la calma y remontó. Una volea de revés cerca de la red culminó una de las mayores gestas de la historia del deporte. El ganador de 22 Grand Slams (aquel fue el 21) soltó la raqueta y se llevó las manos a la cara con una sonrisa de incredulidad, mientras su equipo, eufórico, lo celebraba en la grada de la Rod Laver.
“Es el título más inesperado de mi carrera y de los más emocionantes por todo lo que he vivido en los últimos meses”, afirmó Nadal, Premio AS del Deporte por sexta vez. “Nos enorgulleciste a todos. Va a ser algo que nunca, nunca olvidaremos”, le dijo Craig Tiley, director del major aussie. El manacorí venía de un final de 2021 marcado, cómo no, por la lesiones. El 11-S publicó en su cuenta de Instagram una fotografía en la que se le veía con muletas y la pierna izquierda escayolada, una instantánea que ya es icónica en su extraordinaria ruta. Cuatro meses después era de nuevo campeón de un gran torneo, en un inicio de año espectacular en el que encadenó 20 victorias consecutivas y tres títulos (Melbourne, Australia y Acapulco).
Primer revés
Una costilla maltrecha lo frenó en la final de Indian Wells ante Taylor Fritz. Pagó el tremendo esfuerzo que hizo para vencer en las semifinales a Carlos Alcaraz, que venía pisando fuerte. Pero ni mucho menos fue el final del curso para él. Bajó la cabeza, descansó, se recuperó y empezó a entrenarse para preparar la campaña de tierra. Necesitaba encuentros y horas en pista para encarar Roland Garros con garantías de éxito. No le fue demasiado bien ni en Madrid ni en Roma, pero en París volvió a mostrarse dominador. Pudo con Novak Djokovic, que se cruzó con él muy pronto, en cuartos, con su mejor actuación en el torneo y peleaba con Alexander Zverev en la penúltima ronda cuando el alemán se rompió el tobillo derecho. En la final, sometió a Casper Ruud para levantar por 14ª vez la Copa de los Mosqueteros en la Philippe Chatrier. ¿Increíble? No, Nadal.
Combativo
“No sé lo que me espera en el futuro, pero voy a seguir luchando para continuar”
“No sé lo que me espera en el futuro, pero voy a seguir luchando para continuar”, dijo en la entrega de trofeos. Había llorado de alegría unos minutos antes de hacer una promesa que desea cumplir: volver a su Grand Slam favorito. Había disputado todo el torneo con el pie izquierdo, que le ha martirizado desde el inicio de su trayectoria, dormido. “Depende, pero bueno, no es matemático, unas siete u ocho horitas”, explicó sobre la duración de la anestesia. “El pinchazo duele, duele que te pinchen con una aguja. Depende del sitio. Duele menos el nervio. Pero es soportable. Porque si no, no lo hubiéramos hecho. Aunque hacer esto 20 minutos antes de salir a la pista cada día, no es agradable”, añadió sobre “el bloqueo a distancia de los nervios sensitivos” con el que compitió.
Le tocó parar otra vez y buscar una solución permanente, o al menos duradera, para poder jugar en Wimbledon sin pasar por ese arriesgado calvario. Hubo rumores sobre una posible renuncia, pero Nadal se presentó en el All England Club dispuesto a dar guerra. Y lo hizo hasta los cuartos de final, con un triunfo muy meritorio contra Felix Auger-Aliassime, porque lo consiguió con una rotura abdominal. “Lo pensé durante todo el día. No tiene sentido seguir compitiendo así”, afirmó Rafa. “Es algo muy duro para mí. Estoy muy triste”, confesó el día antes del partido de semifinales contra Nick Kyrgios que debería haber disputado y no pudo.
De cualquier otro tenista se hubiera esperado incluso la retirada definitiva. Sin embargo, Nadal empezó a trabajar para regresar por enésima ocasión. Algo más de un mes después se plantó en Cincinnati. Perdió contra Borna Coric a las primeras de cambio. “Necesito días para volver mejor. No estaba preparado para ganar”, reconoció. De ahí, rumbo a Nueva York para el US Open. Sus sensaciones no mejoraron demasiado antes de perder contra el estadounidense Frances Tiafoe en octavos. Había varias razones que lastraron su rendimiento. Una la hizo pública, su preocupación por ciertas complicaciones en el embarazo de su esposa, Mery Perelló. “A nivel de competición, me falta frescura, rodaje, tranquilidad, cosas intangibles… Ahora es momento de tener mi primer hijo y que todo vaya bien”. La otra la ocultó. Se había vuelto a romper el abdominal. Eso lo contó semanas después en la Laver Cup, otro punto álgido de un año muy especial para él. Ya son historia las lágrimas que le brotaron mientras Roger Federer, llorando también, le cogía de la mano. Una imagen emotiva de dos colosos que dio la vuelta al mundo. Era el día de la retirada del suizo y ambos jugaron y perdieron, en el O2 de Londres, un partido de dobles contra Sock y Tiafoe. “Se va una parte de mi vida”, expresó.
Indomable
.“No sé si recuperaré el nivel, pero moriré por ello”
Agridulce
Poco después, fue padre. Todo salió bien y el pequeño Rafael llegó a la vida del matrimonio Nadal-Perelló. Felicidad y alivio sin perder de vista la competición. Le esperaban París-Bercy y las ATP Finals en Turín. “Hola a todos. Después de unos días y muchos mensajes de cariño solo quería daros las gracias a todos. ¡Estamos muy contentos y todos muy bien! Un fuerte abrazo”, escribió en redes sociales. En Francia, cayó en segunda ronda; en Italia, a donde viajó con su mujer y su primogénito, no pasó de la fase de grupos. “No sé si recuperaré el nivel, pero moriré por ello”, prometió al final de una campaña que culminó con un balance de 39-6, cuatro títulos y la admiración de los aficionados, que lo han elegido como Favorito de los Fans tras 19 años de reinado de Federer en los premios de la ATP. AS también reconoce su labor. Faltaría más.