Di Nenno, Chingotto y la contracultura
Los argentinos, en un pareja circunstancial, realizaron un emocionante ejercicio en el Master Final que a punto estuvo de darles el título de Maestros.
Dicen que lo contracultural es aquello que se opone a lo dominante. A lo establecido. Y no existe mayor ejemplo en el pádel que el de dos locos bajitos que decidieron emprender un camino catártico en el Master Final del World Padel Tour para ponerlo todo patas arriba. Ellos son Martín Di Nenno y Federico Chingotto.
Y es que Chingotto y Di Nenno se unieron por una cuestión casual. La concepción de la clasificación al Master Final, los mejores 16 clasificados, hizo que, parejas ya establecidas, se vieran obligados a jugar juntos. La duda, los días previos, era saber quién iba dónde en dos jugadores de marcado carácter desde el drive.
Pero, ellos, ajenos a toda presión, complejo y circunstancia, se plantaron en la prueba de las pruebas de World Padel Tour con la intención de disfrutar. De dejarse llevar. Sin apenas entrenamientos previos, sin horas en pista y sin un esquema de juego interiorizado, el plan era no tener plan.
Para sorpresa de todos, Chingotto partía desde el revés y Di Nenno en el drive. Quizá por el estilo de juego, muchos apuntábamos a lo contrario, pero ellos jugaron esa baza y con ella irían a morir. Quién dijo que 170 centímetros no son los suficientes para dominar desde el revés, pensarían.
Lo cierto es que la lógica de su primer enfrentamiento les avocaba a un recorrido corto. Sanyo Gutiérrez y Agustín Tapia, la pareja dos, en primera ronda. Unos cuartos de final que, sobre el papel, no deberían salvar. Pero ellos, con ese aire fresco a favor, demostrarían que las cábalas, en el deporte, suelen ser inocuas. En un encuentro donde aprovecharían las debilidades de un proyecto que hace meses aspiró a lo más alto y que este final de temporada pedía algo más que una tregua lograrían el billete a semifinales.
No contentos con ello y con haber hecho saltar la sorpresa inaugural, Fede y Martín afrontarían en semifinales un duelo aún más exigente. En lo deportivo y lo emocional. Sus exparejas, Paquito Navarro y Juan Tello, frente a frente. O cruzado a cruzado. Como si de una realidad paralela se tratara, Chingotto lidiaría con Tello desde el revés y Di Nenno con Navarro desde el drive. Qué cosas tiene la vida.
Y saldrían adelante. Y lo harían con nota. Su pádel, libre y ordenado, rocoso y visual, era el resultado de la liberación de dos jugadores que supieron interpretar que la presión, cuando se sabe y puede gestionar, se convierte tan solo en una palabra más del diccionario. Sus sonrisas, cómplices, incluso cuando no iba bien, eran también puntos ganadores.
El ejercicio que hicieron ante Tello y Navarro de dominancia, resistencia e inteligencia táctica dice mucho más que los winners, errores no forzados o el resultado final. Los focos alumbran a quién los merece, no a quien los reclama. Y los aplausos y el reconocimiento premian a quien se lo gana, no a quien lo reivindica. Y ellos llegarían a la final porque serían mejores. La ovación de más de 12.000 personas -récord en el pádel- iconiza a la perfección su hazaña.
Pero habría más. Si sus dos primeros actos habían sido una oda a romper con lo establecido, el ejercicio que realizarían ante los números uno sería emocionante de principio a fin. Eran inferiores por juego, físico, proyecto, variantes y concepto. Todo apuntaba a un casi trámite para los reyes del pádel. Y aún así supieron encontrar el camino para disfrutar, disfrutarse y hacernos dudar. A todos.
En un partido siempre a la contra y con cuatro match balls consecutivos salvados de por medio, Chingotto y Di Nenno forzarían el tercer y definitivo set. Ahí, ya no podrían dar más. Lebrón y Galán, insaciables, subirían una marcha más para conseguir el título final a una temporada de ensueño con dos números uno y 10 títulos en World Padel Tour y 4 en Premier Padel.
Martín y Fede, Fede y Martín, se marchaban de Barcelona con el trofeo de subcampeones, el de finalistas. A un paso de la gloria, pero no de la victoria. Porque vencer no es siempre ganar. Ellos, que no brillarán como Maestros, vencieron sin ser los ganadores. El respeto de un deporte, el cariño del público, la sorpresa de los compañeros o el sabor del trabajo bien hecho son una victoria que, inmaterial, vale tanto o más.
Y es que la contracultura genera equilibrio. ¿Por qué? Porque lo establecido necesita de la inestabilidad para cobrar sentido, para no caer en lo rutinario. Para hacernos creer que hay una realidad mejor. Y, ellos, sonrisa, afán de superación y esfuerzo mediante, en tres días, le han dado esa armonía al deporte para que todos aquellos que creen que no pueden, con todos los condicionantes que cada uno tiene, tengan la esperanza de sí. Y esa victoria también vale más que cualquier trofeo.