Un mundial doblemente a contrapelo
La cita catarí ha estado salpicada desde el principio por la polémica: el proceso de elección, la sede y las fechas
Cuando se concedió a Qatar este Mundial nadie pensó en las fechas. La decisión se tomó en diciembre de 2010, en Zúrich, donde excepcionalmente la FIFA votó conjuntamente las sedes de 2018 y 2022. España presentó junto con Portugal una Candidatura Ibérica al primero, con Villar convencido de haber repartido votos con Qatar, pero a la hora de la verdad pesó más el acuerdo Rusia-Qatar y a esos dos países fueron los Mundiales, para enfado de Estados Unidos, que aspiraba al segundo.
Hubo trastienda, claro. Siempre la hay. Ya años atrás Estados Unidos se quedó sin el Mundial de 1986, que pretendió al renunciar Colombia y que se quedó México. Kissinger, que se batió por la candidatura de Estados Unidos, comentaría tiempo después: “Las intrigas para la concesión de aquella Copa del Mundo me hicieron nostálgico de los problemas de Oriente Medio”. Pero este otro revés iba a tener consecuencias y Blatter lo sabía. Él fue partidario de un reparto Rusia-18 y Estados Unidos-22, pero Platini le alteró el plan desviando votos para Qatar a instancias de Sarkozy. La venganza americana sería la irrupción del FBI en el Congreso de la FIFA de 2015, desmantelado a golpe de detenciones por corrupción. Fue el fin de Blatter.
Vuelvo a las fechas. Sólo a los dos años se fue cayendo en que en los meses habituales del Mundial de Qatar se alcanza con facilidad los 45 grados. Al empezar el runrún, allí se extrañaron. En mi primera visita a Doha me entrevistaron en televisión y vi a mi interlocutor molesto cuando me manifesté partidario de cambiar las fechas. Me aseguró que los estadios se refrigerarían, como se ha hecho, pero sobre todo defendió un argumento que condensaba su lógica: se acaba de jugar el Mundial de Sudáfrica en pleno invierno austral con temperaturas de 0º. Para él, perteneciente a un pueblo que nace, crece, se reproduce y muere en el clima de Qatar, lo inconcebible era soportar cero grados y se quejaba de que tras esa concesión a Sudáfrica señaláramos a su tierra como un lugar inhabitable.
La propuesta de las ligas europeas, que aportan el 73% de los jugadores, fue abril-mayo, a las 19.00 y 21.00, cuando no se superan los 32º. Stoudemore (Premier), Seifert (Bundesliga), Thiriez (Ligue 1) y Tebas unieron argumentos y amenazas ante la FIFA, que rechazó esa posibilidad. Le preocupaba la temperatura del resto del día, que cohibiría a las aficiones a acudir. Su pretensión era enero, pero Stoudemore se plantó para preservar los partidos de la Premier en fechas navideñas, tradición allí inamovible. Todo desembocó en esta especie de Mundial comprimido, con cuatro partidos diarios en la primera fase y menos de un mes entre el inaugural, 20-N, y la final, 18-D. Un hachazo en el calendario natural del fútbol.
Mundial a contrapelo por fechas, pues. También por la propia sede, un país sin tradición futbolística que contrata aficiones para colorear las gradas ante el temor de que la asistencia de verdaderos aficionados sea escasa. Y país con estándares en derechos humanos muy por debajo de la línea permisible, háblese del trato a la mujer, a los homosexuales o a los trabajadores extranjeros. ¿Hay justificaciones morales para admitir esto?
En el caso de los trabajadores de la construcción se puede aducir que su penosa situación no la ha creado el Mundial, ni con él ha llegado el delirio de la construcción con su secuela de muertes. Allí se construía desde hace tiempo a todo trapo, en tres turnos de ocho horas y con los trabajadores sometidos a la kafala, palabra que podríamos traducir por apadrinamiento, de lo más similar a la esclavitud.
Esa barbarie se ha conocido y corregido parcialmente gracias al Mundial. Ya no queda el pasaporte en manos del empleador, hay un salario mínimo, 280.000 han cambiado de empresa y una ley de estrés térmico impide el trabajo al aire libre de 10.00 a 15.30 del 1 de junio al 15 de septiembre e impone aire acondicionado en albergues y transportes. La situación dista de ser ideal, pero no es la que era.
Otra cosa es la situación de las mujeres y los homosexuales. Ahí sólo podemos confiar en que el Mundial, inyección de universalidad, permita a los cataríes percibir que hay otras formas de sociedad con mejores soluciones para la vida en común. Los de mi quinta y aledañas recordamos que nuestras madres no podían sacar pasaporte ni carné de conducir ni dinero del banco sin permiso de nuestros padres. Que a los homosexuales les amenazaba una Ley de Peligrosidad Social. Que el alcalde de Benidorm viajó a El Pardo en una Vespa para pedir a Franco que respaldara su decisión de permitir el bikini en las playas, por la que sufrió amenaza de excomunión por el obispo de Alicante.
El tiempo hizo su trabajo. El roce con el turismo y los relatos vacacionales o por carta de nuestros emigrantes ayudaron a ello. Un Mundial puede acelerar los tiempos. Ha pasado con los trabajadores, confiemos en que también en estos apartados.