Más farfolla arbitral en el fútbol
Añoro los tiempos en que un árbitro y dos jueces de línea iban en taxi al campo. Todo consiste ya en alterar la vieja sencillez del fútbol, clave de su éxito
La última idea de quienes manejan el fútbol es emitir en directo para el estadio y la tele (urbi et orbi) los diálogos entre el árbitro de campo y la sala VOR, una práctica antigua en la NFL que se fue extendiendo a otros deportes. Durante un siglo largo, el fútbol ha liderado el deporte mundial, desde su aceptación rápida del profesionalismo a la monumentalidad de sus estadios pasando por su facilidad para utilizar a (y hacerse cómplice de) los medios. Los que ahora lo dirigen prefieren copiar, principalmente de América. A lo mejor sirve para que nos enteremos por fin de qué es mano y qué no. A modo de adelanto, nos podrían ofrecer el diálogo entre Soto Grado e Iglesias Villanueva con ocasión de los dos penaltis fantasmales del Villarreal-Real Madrid de la Liga. Así nos podríamos hacer una idea de la utilidad de la fórmula.
Lo que me preocupa es otra cosa: la colectivización de las decisiones arbitrales, cuya responsabilidad, antaño a cargo de un señor vestido de negro, queda diluida en una asambleílla ligada por conexiones radiofónicas. Está pasando. Hace tiempo que los jueces de línea se abstienen de marcar el fuera de juego hasta que la jugada llega al punto en que ya no importa si lo fue; los árbitros se van dejando ir en decisiones graves en la misma idea de que mejor errar por omisión que por acción; y hasta en la sala VOR empieza a haber desatenciones porque sus ocupantes, libres de la presión que se sufre en el campo, van entrando en perezosa rutina según pasan los meses y los partidos.
Así se fue al limbo el fuera de juego de Ponce, jugador del Elche, en Cádiz, que ha enfurecido a los gaditanos y con razón, porque dos puntos son una fortuna para un pobre. No lo marcó la juez de línea, Guadalupe Porras, bien porque no lo viera o por el nuevo hábito gremial de sujetar el brazo; y tampoco —y esto es peor— lo vieron los hombres de la sala brumosa, Iglesias Villanueva ni su ayudante Díaz de Mera, y el gol subió al marcador. Medina Cantalejo reaccionó con la pretensión fea y pelotillera de desviar infantilmente el fallo a LaLiga por no tener instalado aún el fuera de juego semiautomático, intento de ganar puntos ante su jefe, Rubiales, cuya némesis es Tebas. Pero al tiempo mandó a la nevera a los dos negligentes, lo que no dejaría de ser contradictorio. En el caso de Iglesias Villanueva, la omisión resulta especialmente grave, ya que es un especialista en sala VOR. Ya no arbitra en el campo. Iglesias Villanueva, por cierto, fue el que vio penalti en la mano de Foyth en La Cerámica. ¿Con qué criterio selecciona Medina Cantalejo los especialistas en sala VOR? Yo se lo digo: Iglesias descendió a Segunda, tiene rebasada la edad para arbitrar en esa categoría y lo ha recogido en la sala VOR. No es el único caso. Esa es la cantera.
Otro ejemplo de despiste por dilución de tareas o ida de olla —este extraordinario— se produjo en el Sporting-Valencia de Copa. Munuera Montero dio inicio a la segunda parte con solo ocho jugadores del Sporting sobre el campo, siendo encima el portero uno de los tres que faltaban. Hace poco, en el Atlético-Barça, ya vi a Munuera haciendo el Mateu, adornándose con postureos necios. Ahora se ve que con la cabeza en su ombligo olvidó el viejo requisito de comprobar si están todos e intercambiar una señal de aquiescencia con los dos porteros antes de pitar el saque de centro. Fueron los jugadores del Sporting quienes le advirtieron de que estaban en minoría y se repitió el saque cuando aparecieron los impuntuales. No se rompió nada, pero no deja de ser otro síntoma de despiste colectivo en un grupo largo y caro en el que unos descansan en otros.
Añoro los tiempos en que un árbitro y dos jueces de línea iban en taxi al campo. En el Mundial hacía falta una furgoneta porque eran 11. Todo consiste ya en alterar la vieja sencillez del fútbol, clave de su éxito, añadiéndole farfolla y reescribiendo el reglamento. Conocer lo que hable el árbitro con su otro yo en el más allá no nos hará más daño, pero no reparará en nada el que estamos sufriendo.