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Las gradas de animación se han podrido

Es la insistencia en un experimento antropológico aberrante que consiste en reunir cada dos semanas a lo más gamberro y desatado de la juventud de cada ciudad.

Vinicius recibe insultos en estadio del Valencia

La creación de las llamadas gradas de animación pareció un buen invento, nacido al hilo de aquella especie de espíritu de Ermua que surgió a partir de la muerte de Jimmy, aquel ultra del Depor que acabó sus días en el agua del Manzanares. Un caso sin resolver todavía, por cierto, al cabo de nueve años. Aquello movió conciencias, provocó un “basta ya” colectivo y LaLiga impulsó una idea destinada a contener esos desmanes.

Se trataba de sustituir a los viejos grupos ultras, descontrolados, por gradas de animación, zonas de público joven y colorista de los que se pretendía que crearan ambiente, pero no problemas. Para eso se hizo un registro nominal de todos los que podían acceder a esa zona y se estableció una rigurosa vigilancia, con cámaras que grabarían a los alborotadores a fin de eliminarlos. Las malas conductas costaban la expulsión. Funcionó algún tiempo. Con más problemas en algunos clubes, a los que costó más domesticar a sus cachorros, pero tuvo visos de utilidad. No hacía mucho de eso cuando el Madrid expulsó a 17 gambas de su blanquísima grada de animación por gritar “¡Messi subnormal!”y “¡Puta Cataluña!”. Y se dieron otros casos por toda la geografía.

Pero ha pasado el tiempo y la cosa ha vuelto a su ser. Evaporado aquel espíritu de Ermua, lo que se concibió como solución no ha funcionado. En realidad, es la insistencia en un experimento antropológico aberrante que consiste en reunir cada dos semanas a lo más gamberro y desatado de la juventud de cada ciudad en un espacio no mayor que una plazuela de barrio para que se conozcan, intercambien ocurrencias y se envalentonen.

Se han aflojado los controles, las autoridades no lo toman en serio y los clubes piensan que todo va bien mientras dentro del estadio no creen problemas. Para los clubes crear problemas es saltar al campo, tirar la portería, alcanzar a un linier con un botellazo… Insultar sistemáticamente, con frecuencia de las peores maneras como se trata de los casos de racismo u homofobia, no es dar problemas. La misma grada blanca de la que hubo 17 expulsados por lanzar insultos a Messi y Cataluña, coreó el día del City aquello de “¡Ay Guardiola, ay Guardiola, qué delgado se te ve, primero fueron las drogas, hoy por Chueca se te ve!” sin consecuencia alguna. Bueno, no sólo sin consecuencia, también sin la menor alarma. No es excepción, elijo al Madrid como referente porque lo es en todo. Las gradas de animación están corrompidas y envalentonadas, con la diferencia de que hoy tienen una pátina de legalidad porque están en un registro y bajo un supuesto control que nadie se molesta ya en ejercer. Incluso algo ha empeorado.

Cuando eran bandas ultras mondas y lirondas, podía ocurrir que el estadio rechazara sus iniciativas más groseras. Ahora no pasa, porque se sabe que ejercen más o menos tácitamente la portavocía del club. No nos hemos preocupado de eso y ha sobrevenido lo que ha sobrevenido. La estrella del momento del Madrid, el objetivo de los denuestos rivales, no es de raza blanca, como Cristiano, al que sólo le cabía lo de “ese portugués, qué hijoputa es”, sino de raza negra, con lo que la categoría del insulto salta de escala. Como su temperamento no es resignado ni apaciguador, sino reactivo, el incendio ha ido recorriendo España y hasta hacer crisis en Mestalla, donde no ocurrió nada que no hubiera ocurrido antes en muchos otros campos salvo que Vinicius señaló a un culpable y se lo llevaron.

Pero gota a gota los vasos llegan a colmarse, ahora el mundo ve a España como país racista. Los más conmiserativos conceden que si no somos racistas al menos no combatimos el racismo, cosas que no se distinguen mucho la una de la otra. Ahora, sí, ahora de golpe le caen a Mestalla todos los cierres de grada represados en un negligente Comité de Competición, agravio comparativo del que toda la ciudad de Valencia se duele. Gradas de animación, ultras concentrados. Los mismos perros con distintos collares. Una bomba de excitación, hormonas, insensatez y envalentonamiento colectivo. “Ponen colorido, animación, mientras en el estadio no hagan nada…”. Eso me han dicho tantas y tantas veces… Pues mira si hacen.