Kopa, Cruyff, Mbappé: la vieja lucha
¿Se puede obligar a un futbolista a participar en un anuncio de algo que le desagrada, por cualquier motivo?
El New York Times desveló no hace mucho el supercontrato con el que el PSG disuadió a Mbappé de fichar por el Madrid: 225 millones por tres años más un bonus de 125. A la luz de eso, parece un capricho que ponga condiciones para participar en las campañas de las marcas que patrocinan a su selección. Por ahí encontró Florentino una escapatoria al chasco de su no fichaje: “Ya no es mi Mbappé”, vino a decir, en relación con las primeras noticias sobre tal intención.
Pero conviene examinar el asunto más de cerca. Sus objeciones han sido principalmente al KFC y a Betclic. No quiere, o no quieren sus asesores, asociar su nombre a lo que considera comida basura y a una casa de apuestas, decisión difícilmente reprobable. No faltan quienes sugieren con malicia que detrás hay una maniobra de sus asesores para colar otras marcas en su propio beneficio, pero en todo caso, ¿se puede obligar a un futbolista a participar en un anuncio de algo que le desagrada, por cualquier motivo? Esa es la cuestión planteada.
Sin comida basura ni apuestas, Cruyff ya pasó por algo así con su propia selección. Cruyff tenía un gran contrato con Puma, marca de prendas deportivas cuya enemistad con Adidas iba más allá de la mera rivalidad comercial, pues en la cabeza de ambas sociedades estaban hermanos enfrentados. Resultó que la selección holandesa contrató con Adidas y suministró la ropa con las consabidas tres rayas en las mangas. Cruyff se negaba a ponérsela porque hacerlo contravenía su acuerdo con Puma. Tras un largo tira y afloja, se la puso pero quitando una de las tres tiras. Aquella foto fue célebre.
La lucha de los futbolistas por su albedrío su presencia en el mundo de la publicidad tuvo en Francia un doloroso antecedente en Raymond Kopa. Ya se le va olvidando, pero Kopa fue el primer gran jugador francés, origen de una línea que continúa en Platini, Zidane y Mbappé. Criado en el Stade de Reims, le fichó Bernabéu para juntarle con Di Stéfano en su glorioso Madrid de finales de los cincuenta. Con él ganó tres copas de Europa seguidas y el Balón de Oro de 1958, año en que fue tercero del Mundial con les bleus. Su mujer añoraba Francia, pero no había forma de que el Stade de Reims le pagara lo que el Madrid hasta que un industrial de Angers, gran fan suyo, propuso dar su nombre a una bebida refrescante. Pronto un industrial textil lanzó una línea de ropa de fútbol a la que luego se añadirían botas. E hizo anuncios de todo tipo de artículos, incluso de tabaco, cosa que hoy chocaría pero que entonces se veía normal.
Aquella deriva publicitaria fue mal vista en la Francia de hace sesenta años. La sociedad veía algo impuro en eso y aunque con su regreso el Stade de Reims volvió a ganar dos ligas su propia afición se volvió antipática con él y el seleccionador dejó de llamarle. De niño mimado se convirtió en figura rebelde. En julio de 1963 publicó un artículo en France Dimanche bajo el título Los jugadores son esclavos del balón en el que atacaba el derecho de retención; la Federación, tras exigirle sin éxito que se retractara, le suspendió por seis meses. Intentó acudir a la justicia ordinaria pero era norma sagrada que los pleitos del deporte se resolvieran en su seno. Durante su sanción el Stade de Reims descendería a Segunda.
Anatematizado en su día, con los años se entendió su postura. Abrió nuevos cauces para los futbolistas franceses y puso la primera piedra para la creación del sindicato. Y no le sobró el dinero y subastó sus recuerdos, entre ellos el Balón de Oro. Respecto a Cruyff, un socio fantasioso le llevó a invertir en granjas porcinas y le arruinó, de ahí que fuese a jugar a Estados Unidos. Solemos recriminar codicia a los futbolistas, pero viven con la espada de Damocles de una lesión prematura, la certeza de que en el mejor de los casos su carrera acaba antes de la mitad de la vida y el conocimiento de muchos colegas que se arruinan al poco de retirarse.
Todo eso pesa en la conducta de Mbappé.