Aquel impulso reformador de La Quinta del Buitre
Su juego generoso y atacante ayudó a refinar el gusto y a crear la base de los éxitos definitivos de nuestro fútbol.
El 4 de diciembre de 1983, Di Stefano hizo debutar a Sanchís y Martín Vázquez en Murcia. Respondía así a la demanda de un artículo de Julio César Iglesias en EL PAÍS, en el que lanzaba la expresión “Quinta del Buitre” y le reclamaba con audacia que tirara de cinco canteranos que brillaban en el Castilla para remediar el juego aburrido del Madrid: Sanchís, Míchel, Martín Vázquez, Pardeza y Butragueño. Aquel Castilla, que entrenaba Amancio, arrastraba multitudes que no convocaba el primer equipo. El debut de la pareja fue feliz: 0-1 con gol de Sanchís. El 31 de diciembre aparecería Pardeza, ante el Espanyol; y el 5 de febrero, lo hizo de forma fulgurante Butragueño en Cádiz, porque entró en el descanso perdiendo 2-0 y marcó dos de los tres goles de la remontada. Míchel, que había debutado en falso en abril del 82, por jornada de huelga en la que jugaron los juveniles, quedaría para el curso siguiente, ya con Amancio ascendido a entrenador del Madrid. Su Castilla había sido campeón de Segunda, pese a que desde medio campeonato fue perdiendo quintos en favor del primer equipo. Por su parte, Di Stéfano fue subcampeón de las cinco competiciones que jugó: Liga, Copa, Supercopa, Copa de la Liga y Recopa.
El tiempo transcurrido da para una mirada homenaje a aquel grupo, del que Pardeza se desenganchó al poco tiempo para irse al Zaragoza, consciente de que en el Madrid tenía que pelear el puesto con un mito, Butragueño. Aquel grupo fue para la ciudad una aparición feliz. Llegaron cuando la ciudad les necesitaba, cuando surgían las autonomías, cada cual con su discurso, exaltando los valores de su mejor tiempo histórico, abrillantando sus virtudes. Madrid dejaba de sentirse respetada para verse como parásito de un país multicolor que la retrataba como ciudad funcionarial, sin alma, pasado ni bandera. No fue aceptada ni en Castilla La Mancha. Tras mirar con desprecio el movimiento autonómico, tuvo que crear la propia, inventar una bandera y tragar un himno autoparódico de García Calvo que nadie sabe ni desea saber.
Aquello provocó un espontáneo abrazo de la ciudad a sus singularidades. Las respuestas fueron la Movida Madrileña, con su liderazgo cultural, los bandos en castellano antiguo de Tierno Galván, el regreso a Las Ventas como exaltación mayor de las fiestas de San Isidro, con el madrileño Antoñete en sumo sacerdote, y La Quinta del Buitre.
Ni con Di Stéfano, Puskas y Gento, ni con Los Galácticos, se produjo tal pasión por acudir al Bernabéu. Una fe fanática arrastraba a las masas al estadio, donde se colaban varios miles con desesperación, atestando escaleras y vomitorios, en las noches europeas. Cuantos más goles le hubieran marcado al Madrid en la ida, mejor, más divertida iba a ser la fiesta. Y lo era. El nacimiento de la Quinta está marcado por una cadena de sensacionales remontadas que dieron como premio dos Copas de la UEFA. Luego llegó el Milan de Sacchi y “mandó a parar”, pero el mito estaba construido.
12 madrileños
Era un Madrid madrileño y canterano. En el estupendo despliegue en papel, podcast y tele con que ha homenajeado As este cuadragésimo aniversario, Míchel destaca que un año en la plantilla de 21 jugadores había dos extranjeros y 14 de la cantera, 12 de ellos madrileños. Eso explica la fortísima identificación. Butragueño fue el primer caso de fenómeno fan en el fútbol.
Hacían un fútbol generoso, atacante, incauto a veces, de ahí las goleadas fuera que obligaban a remontadas. Un juego bueno y bello, que si no recuperó la Copa de Europa sí dio para cinco Ligas consecutivas, una con nuevo récord de goles.
Lanzaron un impulso reformador. Veníamos de cuatro Ligas ganadas, dos y dos, por la Real y el Athletic jugando a esperar. Tras las cinco de La Quinta llegaron las cuatro del Dream Team y una más del Madrid de Valdano, todas con sello de fútbol atrevido.
Diez años de primacía de ese estilo menoscabaron la vieja idea de que los resultados llegan con más facilidad si se juega cicateramente, idea que va contra lo que nos explica la historia, pero que a España llegó contagiada desde Italia y provocó inflación de entrenadores sin deseo de riesgo. La Quinta, Cruyff y Valdano empalmaron diez Ligas consecutivas. Eso refinó el gusto, alejó la pregunta absurda de si prefieres jugar bien o ganar, y creó la base de los éxitos definitivos de nuestro fútbol.