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SIN CADENA

Indurain, una excursión con Don Enrique y una gorra del Roslotto

Hacía casi cuatro meses que no cogía la bici y justo hoy, después de muchos años, he vuelto a ver a una de las personas que me engancharon a este deporte

Indurain, una excursión con Don Enrique y una gorra del Roslotto
V. M.

Si la memoria no me falla, por aquel entonces contaba yo siete años. En tercero de Primaria. En unos años en los que todos los niños jugaban al fútbol, yo era de los más limitados. Tampoco era capaz de ver un partido completo. Eran los años de Indurain, y en mi casa por las tardes lo que se veía era ciclismo. Mi padre era -y es- un fan absoluto de Perico Delgado, que todavía apuraba sus últimos años de competición, y tras el almuerzo siempre estaba puesto el Giro, el Tour o la Vuelta.

Y en ese contexto me encontré con él. Un profesor -maestro, los llamábamos en el colegio a todos- que llevaba años ya en nuestro centro, pero que solía dar clases al curso A y yo siempre caía en el B. Un día tuvo que venir por la falta de otro profe y, tratando más bien de entretenernos durante una hora, empezó a hacer algunas preguntas en general a la clase. Hasta que hizo la pregunta mágica: ¿A quién le gusta el ciclismo?

Levantamos la mano tres compañeros. Uno de ellos, por cierto, tenía un hermano mayor que compitió en amateur. Don Enrique contó después que él salía en bici todos los domingos, y en verano varios días a la semana. Desde entonces, a veces cuando nos veíamos por el pasillo o por el patio del recreo, me decía alguna cosa relacionada con las bicis. Un día me llegó a decir: “Hoy es un buen día, que empieza el Giro”. Obviamente, tanto el Tour como la Vuelta eran en verano y ahí no tenía contacto alguno con él.

Unos años más tarde, organizó junto a otros profesores una ‘excursión’ a la salida de una etapa de la Vuelta a Andalucía 1996, que salía del pueblo. ¡Venía Miguel Indurain! Al que, por cierto, no dejaron ni respirar el poco rato que se bajó del autobús. Lo vi pasar a lo lejos, fugazmente y acompañado por dos auxiliares que le abrían paso entre la masa. Yo me busqué antes la lista de dorsales en un periódico. Llevaba un folio y un boli para que me firmasen autógrafos los corredores, y recuerdo verlos completamente maravillado, sin atreverme a pedirles firma, ni un bidón, ni una gorra ni nada de nada. Admirando a todos esos ciclistas y viendo la ropa tan ceñida que llevaban, sin el filtro del cristal de la tele ELBE de mi casa.

Sólo al final me animé y logré una firma de Wilfred Nelissen, que después ganó aquella etapa. También Javier Otxoa y un joven Javi Pascual Rodríguez. Luego, cuando llegué a casa, mi madre me había conseguido una bolsa de avituallamiento del Kelme con fotos postales de todo el equipo y una gorra del Roslotto firmada por Alexander Gotchenkov. Y en aquella salida, que luego estuvimos comentando en el cole todo el día, me terminé enamorando definitivamente de este deporte. Por supuesto, aquella tarde tras ver la etapa -y celebrar la victoria de Nelissen en Jaén como si hubiera ganado yo mismo, porque ya le había 'dado suerte'- me pegué hasta la cena haciendo carreras con las chapas con las que jugaba a diario.

Varios años después me crucé con él en la carretera. Yo iba en un entrenamiento de mi club con los otros chavales. Lo adelantamos, se enganchó nosotros y, al reconocerlo, empecé a hablar con él. Se alegró mucho de que un antiguo alumno suyo estuviese con la bici y, además, fuese rápido. De hecho, unos kilómetros más adelante me dijo que levantaba el pie y lo dejamos atrás.

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¿Y por qué os cuento todo esto? Pues porque hoy he dado mis primeras pedaladas de este 2022. Y antes de vestirme y coger la bici he ido a hacer algunos mandados en el pueblo… y lo he visto. Se jubiló hace tiempo y, pese a que ya tengo 35 años y hace más de 20 que salí de aquel colegio, me ha reconocido perfectamente. Después de decirnos más o menos cómo estábamos, ha llegado la pregunta:

- Y la bici, ¿qué? ¿Sigues saliendo? -me ha dicho.

- Poco. Con una niña de nueve meses y el trabajo, me queda poco tiempo. ¿Y tú?

- Síiii, claro que sí. Ya no puedo hacerme muchas tiradas, pero hago mis 25-30 kilómetros para mantenerme. Además la carretera está peligrosa y tengo que andar con cuidado.

Después nos hemos despedido y he hecho mi ruta. Apenas 1h30’, después de tres meses entre el Covid y la falta de tiempo por diversos asuntos que han tenido prioridad sobre la bici… aunque a veces esos ‘asuntos’ se han reducido a estar tirado en el sofá. Y bajo un cielo nublado, con un temporal de levante comiéndose la playa y salpicando gotas de olas del mar hacia la carretera, no han parado de venirme todos estos episodios a la cabeza.

No sé si viene de ahí. Pero el caso es que en los años que he cubierto carreras como periodista, cuando hemos ido recibiendo regalos como bidones, gorras o alguna bolsa de avituallamiento, siempre en los últimos días de carrera reparto la mayoría de ellos entre los chavales que van a verla. Igual estoy un poco mal de la cabeza, pero me gusta pensar que, tal vez, alguno de ellos se enganche al ciclismo después de volver a casa con un regalo entre las manos y habiendo visto a los ciclistas de cerca. Como me pasó a mí gracias, entre otros, a Don Enrique y aquella excursión escolar en la que fui a ver a Indurain y terminé con una gorra del Roslotto.