Lecciones de vida
El Master Final de World Padel Tour dejó momentos históricos como el adiós de Patty y Eli, la derrota de Galán y Lebrón o el acto de fe de Bela.
El deporte se compone de instantáneas. Son las imágenes las que acuden al recuerdo y engrandecen las gestas haciendo de las estadísticas, los hitos y resultados momentos para la historia. Retazos que, en pequeñas dosis, simbolizan la propia vida. Con sus triunfos y derrotas. Con todos sus sentimientos. Y, es precisamente esto, lo que ha escenificado el Menorca Master Final.
Porque la temporada de World Padel Tour es histórica. Sin contemplaciones. Con una pandemia sanitaria de por medio y las infinitas complicaciones que estás han contravenido, el pádel profesional ha conseguido lucir y componer una temporada que estuvo en peligro durante muchos meses.
Y, quizá, por ello el Master Final se convirtió en un evento especial. Y, sin saberlo, dio paso a un más que emotivo torneo que ha trascendido a la mera competición. Más allá de los resultados. Por encima incluso de los títulos de Triay y Sainz, en categoría femenina, y Belasteguín y Tapia en modalidad masculina.
Un Master Final que ha dejado varias lecciones de vida para anotar.
El adiós de Patty y Eli
Pocas situaciones han unido más al pádel. La despedida anunciada de una pareja histórica se hizo realidad y no por ello dejó de ser tan emocionante como significativa. Nunca las perdedoras fueron tan ganadoras.
Porque después de más de una década Patty Llaguno y Eli Amatriaín se separan como dupla. Se conocía desde hace meses que no continuarían en 2021, pero nunca se quiso creer. No se concibe en la pista una Patty sin Eli, ni una Eli sin Patty. Es así.
Una pareja que, más allá de los resultados -número uno del ranking femenino y ganadora de varios títulos WPT- ha sido un ejemplo. Muy pocas elegidas representan mejor qué es el deporte, cuáles son sus valores y hasta dónde pueden llevarte.
Patty y Eli se despidieron entre lágrimas en las semifinales del Master Final y, con ellas, lloró un deporte entero. Eso habla más y mejor de su trayectoria deportiva que cualquier mérito estadístico.
Qué es ser un Belasteguín
Hace años que se agotaron los adjetivos para calificar al de Pehuajó. Fernando Belasteguín ha conseguido unir su nombre al de esta disciplina de por vida y se antoja complicado pensar que este deporte logrará en algún momento un representante al que le siente mejor el traje del pádel.
Un Bela que trasciende a lo deportivo. Más allá de su octavo Master, de su enésima exhibición en una pista de pádel o de su capacidad de reinvención, esfuerzo y dedicación, Bela volvió a brillar más fuera del 20x10 que dentro de él.
Sus palabras tras conquistar el Master con Agustín Tapia en el que era su último torneo como pareja son una lección de superación en sí mismas. El argentino, emocionado, hizo catarsis, echó la vista atrás y explicó sin ambages qué había supuesto para él esta última etapa. En lo personal y lo profesional. El resultado no puede explicarse con palabras.
La humanización de Galán y Lebrón
La derrota viaja en el mismo tren que la victoria. Muchas veces, incluso, en el mismo vagón. También en el imparable expreso que habían construido Galán y Lebrón esta temporada.
Porque, al final de todo, Ale y Juan son humanos. Aunque a veces no lo parezca. Dos jóvenes con unas dotes innatas para este deporte, unas cualidades únicas como antes no se habían vivido y un potencial que ellos mismos están por descubrir.
Eran claros favoritos a la victoria, muchos daban casi por hecha su coronación final y se van de Menorca como subcampeones. Y a todos les sabe a poco. Quizá ese sea el mejor de los baremos de lo que han conseguido estos dos animales deportivos que ya han cambiado el pádel.
Galán y Lebrón han logrado una temporada para enmarcar donde -de forma merecida- ha habido más elogios, triunfos y alabanzas que críticas, derrotas y sinsabores. Crecieron como pareja en el halago y deben consagrarse en el fracaso. Así se forjan las leyendas.
La clase de Carolina Navarro
Ser una leyenda es mucho más que ser una ganadora. Y no se consigue por triunfar de forma repetida. Es lo que se proyecta en los demás lo que eleva una figura a ese selecto espacio donde conviven solos los elegidos.
Y ahí vive Carolina Navarro. Desde hace años. La malagueña es con toda probabilidad la mejor jugadora de la historia del pádel no -solo- por sus innumerables victorias en una pista de pádel, sino por todo lo que significa para el pádel.
Cayó con estrépito ante Triay y Sainz en cuartos de final, sí. Su versión -y la de Osoro- estuvo muy lejos de lo esperado, también. Pero pocos reparan en el trabajo, dedicación y esfuerzo que conviven en una jugadora que dejó cada gramo de esfuerzo antes y durante de su preparación para el Master a pesar de no pasar por su mejor momento físico.
Lo fácil hubiera sido abandonar. Lo impensable era que ella lo hiciera. Por eso Carolina Navarro es quien es.
La madurez de Paquito Navarro
Dicen que cuando vienen mal dadas es cuando realmente se conoce a las personas. También a los deportistas. Fácil es rendir a favor de corriente y mucho más difícil es lucir alejado de los focos.
Pues Paquito Navarro brilló, y mucho, en un Master que, a priori, no era el suyo. La lesión de su compañero Pablo Lima le obligaba a jugar con Javi Rico y, a su vez, le alejaba de las candidaturas al título final. Otra vez. Como en 2018.
Y, cuando muchos esperaban que claudicara, el sevillano demostró por qué ha sido y es el jugador referente del pádel español desde hace una década. No ganó, es obvio, pero volvió a demostrar -tras un sublime Campeonato de España junto a Juan Martín Díaz- el altísimo nivel al que está jugando y, además, mostró su lado más humano aconsejando y ayudando al debutante Rico -ojo a ese jugador-.
La temporada 2020 no ha sido la esperada, pero si continúa la línea marcada en el tramo final del curso el 2021 de Navarro debe ser tenido muy en cuenta, más aún en un año con tantos cambios de pareja.
El pundonor de Martín Di Nenno
Dio la vuelta al mundo. El agónico final del encuentro ante Tello y Chingotto copó titulares e informativos y puso de relieve la imagen de un agónico y maltrecho Martín Di Nenno sobre el bicolor tapiz del Pavelló Menorca.
Y es que el bonaerense, acalambrado y casi inmóvil tras más de dos horas de encuentro, tenía que ser ayudado por Maxi Sánchez para poder continuar -y ganar, a la postre- en el tie-break del tercer set. Y para clasificarse.
Suya fue no solo la gloria, sino la épica. Ganar es satisfactorio, pero hacerlo cuando todo está en contra ensalza lo que hubiera sido casi rutinario y lo eleva a la categoría de lo imposible. Lo graba en el recuerdo.
Di Nenno ganó hace mucho tiempo la batalla. Cuando, de verdad, todo estaba en contra. Por eso no se rindió en la pista, porque él se ha ganado el derecho a decidir cuándo y cómo.