Stupaczuk o el camino de la reivindicación
El argentino ha logrado, junto a Sanyo Gutiérrez, dejar atrás las dudas de los últimos años gracias a una versión más madura, estable y regular.
Franco Stupaczuk lucha contra sí mismo. Desde que despuntara muy joven su nombre y apellidos fueron sinónimo de las máximas aspiraciones y, a pesar de que quizá desequilibró la balanza en su contra, es, precisamente ahora, que ha logrado emprender el camino menos directo a la cima, el de la reivindicación.
Y es que el pádel moderno no espera a nadie. Este mantra, tan lógico como reiterativo, se cumplía a la perfección en la figura de Franco. El argentino, precoz en el despunte y certero en el alcance de la gloria, había abandonado las promesas intrínsecas al futuro talento para verse juzgado, precozmente, con el mismo baremo que las estrellas más rutilantes de World Padel Tour.
Porque Stupa fue, no hace tanto, la figura llamada a liderar el cambio de época. La ‘Next generation’. Su pádel atractivo, convulso, físico, atrevido y con una estremecedora adicción por la pegada en altura le pusieron bajo el foco antes de tiempo para reclamar unas virtudes que no eran suyas.
Ocurrió desde 2015. La irrupción de los ‘Superpibes’ -la pareja que componían él y Di Nenno- le hicieron ganarse un nombre en el circuito apenas con la mayoría de edad y su brillante eclosión junto a Jardim acabaron de cimentar una fama que en muchos momentos no jugó a su favor.
Más aún lo sería su etapa junto a Cristian Gutiérrez. El del Chaco encontró en la que para muchos es la mejor muñeca que ha dado el pádel la convicción y los resultados -logró 3 títulos en 2017, 1 en 2018 y se posicionó como pareja 5- e igualó su máximo nivel al de figuras tan rutilantes como las de Paquito Navarro, Fernando Belasteguín, Maxi Sánchez y tantos otros nombres. Y ahí radicó el error.
Stupa era, por méritos propios, capaz de plantar cara e incluso superar a cualquier jugador. Pero, por juventud, inexperiencia o por vivir todavía en una etapa precoz de aprendizaje, en fases cortas. En torneos, rachas o picos de forma. Quizá en sensaciones. Por pico máximo de juego, el argentino era el revés llamado a liderar las próximas generaciones, por regularidad no.
Y ahí radicó el error. En apenas dos años Franco pasó de lucir el traje del feliz aspirante a verse envuelto en la camisa de fuerza del que está obligado a luchar por todo sin importar nada más que los números, esos eternos prisioneros que dictan lo que para muchos es la verdad absoluta.
Fue en su última etapa con Gutiérrez y, especialmente, en su unión con Matías Díaz donde se le intuyó desdibujado. Lejos de esa versión fresca, alegre, impetuosa y convincente que había mostrado sin presión, lucía altibajos constantes -con alguna lesión de por medio- y un papel poco convincente.
Una etapa que, además, decidió coincidir en el tiempo con la eclosión de la ‘new wave’. Los jóvenes talentos que él había liderado en los últimos años comenzaron a escalar puestos en el ranking, sumar victorias y copar los elogios y nombres como los de Ale Galán, Juan Lebrón o Agustín Tapia sonaban con más fuerza que nunca para reivindicar el trono que a él se le impuso.
Pero Stupa estaba preparado para el cambio. Caer tras haber subido es, para muchos, el mejor de los aprendizajes. Alejarse de los focos permite ver con claridad lo que el deslumbrar de las luces antes solo permitía distinguir y los aplausos apenas dejaban espacio para oír. La reinvención vive alejada de la fama.
Influiría, y mucho, haber sido elegido por Sanyo Gutiérrez, quizá el mejor derecha de la última década. El 2020 Stupa tenía su gran oportunidad junto a todo un exnúmero uno y la temporada se presentaba, sin saber lo que vendría por delante, como el sendero correcto a sus 24 años. La presión, evidente durante todo el curso, no superaría a la confianza de tener un proyecto ambicioso y estimulante entre manos que le iba a permitir crecer.
Y se notaría desde el primer compás. Aunque muchos no lo recuerden. En Marbella estuvo a tan solo un certero remate de lograr la primera final del año dejando por el camino a los que, a la postre, serían los indiscutibles números uno del año. Desde entonces, la realidad le ha devuelto a lo más alto. Tres finales consecutivas y un título lo avalan. La pelea por el segundo puesto de la Race 2020, también.
Un Stupa que ha aprovechado la madurez para ganar en variantes y ampliar las alternativas de su juego. Ya no hay despliegue y pegada. O no solo. Defiende con la misma velocidad y sale con mayor estabilidad de la presión, aborda la transición con más empaque y sin la voracidad que le descolocaba y ataca exhibiendo más recursos, paciencia y estrategia que el que busca esgrimir la pegada.
Y es que Stupaczuk comenzó hace ya tiempo el camino de la reivindicación, quizá el más difícil, y ha mostrado su madurez en un año sin igual. No es el mismo, no busca serlo y no volverá a recordar al que deslumbró en sus inicios. Ahora es más maduro, estable e inteligente. Y, eso, le acerca mucho al lugar en el que siempre le han colocado.