Septiembre: Mi verano empieza cuando se acaba el vuestro
Criado y crecido en un pueblo turístico de costa, poco a poco he ido haciendo del mes que comienza mañana mi período favorito del año para vivir y pedalear
Antes de meternos en el tema de hoy, vaya por delante que en esta semana que entra os debo una segunda entrega de las rutas por Cantabria, esta vez con el Pas y el Asón como protagonistas y como respuesta a la sugerencia de un Twittero cuyo nombre mencionaré en dicho artículo. Guante recogido y artículo en el horno.
Y me vais a permitir ahora que cambie un poco el tercio. Que me ponga un poco más profundo y reflexivo. Pero en estas horas finales de agosto, los últimos rezagados van volviendo ya de sus vacaciones. Eso los que han podido aprovechar hasta el final, porque la gran mayoría ya está en casa. Además, como siempre pasa por mi tierra en el último fin de semana de agosto desde que tengo uso de razón, poniente y levante se pelean dando lugar a cambios de temperatura en horas, temporales en la mar y jornadas desagradables para la playa. Lo que acelera el éxodo del veraneo.
Los días, ahora ya sí, se acortan por minutos anunciando la despedida de la estación festiva del año por excelencia. Y que precisamente este año ha sido tan extraña que, cuando el sentido común llamaba a un relax prudente y moderado, muchos –conocidos incluidos- se han pegado el verano de sus vidas y no han dudado en dejar vasto testimonio en sus redes sociales. Como si los 50 días de confinamiento estricto les hubiese hecho salir cuales toros desbocados del chiquero. Como si sólo ellos hubiesen estado encerrados y los demás no. Luego que por qué estamos otra vez como estamos. Pero bueno, eso es otro tema.
Se acaba vuestro verano
Me he criado, he crecido y vivo ahora en un pueblo esencialmente turístico. Los 22.000 habitantes que tenemos de septiembre a mayo se convierten en casi 100.000 en los meses del estío. Este año muchos menos, hasta el punto de que era relativamente fácil encontrar aparcamiento. Pero sé perfectamente lo que es hacer vida normal y laboral en un pueblo que multiplica su población de gente que está pasando sus vacaciones. Ya estoy acostumbrado, y este año por lo que todos sabemos me ha tocado llevar un paso más allá esas rutinas ya habituales. Por ejemplo: tratar de no ir a comer fuera los domingos y hacerlo, si es posible, entre semana. Lo mismo con la playa, que está masiva hasta el hastío.
Tampoco soy de los típicos insoportables que se pasan el día criticando al que viene de fuera. A mí no me estorba nadie, pero uno echa cuentas y al final no merece la pena tardar el triple en hacer lo que durante el resto del año haces con normalidad y más a gusto. Es una simple cuestión de ahorro de energía y recursos. Se trata de huir de los sitios de moda –que los hay, incluso dentro del pueblo- y buscar lugares un poco más apartados. No pelear el espacio con los turistas. Renunciar a meter codos, entrando en jerga ciclista.
Además, siempre es igual. El incremento es paulatino. En junio, cerca ya de la noche de San Juan, empieza a llegar gente. Es terminar el curso escolar y van entrando los primeros. Luego llega julio con la explosión definitiva. Y salir con la bici es casi un acto de fe… de fe en que llegarás de una pieza, con tanto conductor tan variopinto. Tráfico intenso, atascos a la entrada de cada pueblo, peatones cargados de enseres playeros que asaltan la carretera haya o no paso de cebra, ciclistas que por lo visto en su pueblo no tienen semáforos y no saben que cuando está en rojo hay que pararse. Pitidos, ruido, humo. Y un calor terrible que te impide, si no sales a primerísima hora, irte al interior a subir puertos y repechos.
Pero de repente, un día, llega el cambio. Y ha sido hoy. Esta mañana salí para hacer dos horas y media –que se han quedado en 2h10’ al final- y ya nada era igual. Este cambio, a diferencia del otro, es repentino. De pronto sales y todo ese bullicio ya no está. Deja paso a un silencio tranquilo. Uno que permite ir por la carretera y oír las olas del mar y hasta el canto de los pájaros. El aire ya no arde y el cielo amanece enmarañado de nubes. Luego, de mediodía en adelante, vuelve a aplomarse todo y eso nos recuerda que meteorológicamente la estación no ha terminado. Pero el verano social sí. Ése ya se ha ido con todos los turistas. Y la carretera de la costa ya no está llena de coches en los arcenes, que vuelven a ser para ti.
Empieza el mío
Y es ahora cuando empieza mi verano. Uno que desde hace muchos años –desde que me incorporé al mundo laboral, básicamente- disfruto mucho más que los meses centrales, porque además es un verano que sabemos efímero. Llega septiembre y los días se siguen acortando. Las playas se quedan vacías y permiten hacer de la orilla tu pista de atletismo, por ejemplo. En los paseos y carreras ya no vas esquivando gente, pero a tu paso levantan el vuelo decenas de gaviotas.
Los bares están ahí para ti, con vida y alegría pero sin agobios. Poco a poco, el aire se va volviendo cada vez más fresco. Pero cuando vives en la costa de Málaga, a diferencia de los montes, se trata de un fresco agradable que hace que ya no sudes por culpa de la combinación entre calor y humedad cuando vas por la calle. El sol calienta –y puede llegar a quemar si te confías- pero ya no achicharra.
Y cuando vas en la bici ya no es necesario echarle hielos al bidón para mantener el agua medianamente fresca durante un rato, y tienes la opción de buscar la ruta que quieras, porque el calor ya no va a ser un impedimento. Como decía, lo que más me gusta es que sabemos que ese verano, o veranillo como le decimos aquí una vez empieza el curso escolar de nuevo, es efímero. Que incluso se puede ver interrumpido un par de días por las primeras lluvias –falta hacen este año, porque mi comarca está a mes y medio de empezar a sufrir cortes de agua-, pero luego vuelve de nuevo y te regala otra semana más de esa estación. Otra dosis que apurar y aprovechar porque probablemente sea la definitiva.
¿Cómo no voy a darle la bienvenida a mi mes favorito del año? Ya tenía ganas de verte, mi Septiembre.