La mayor pájara de tu vida: Quedarse vacío sobre la bici
La falta de alimentación durante las salidas puede provocar que tu ruta se convierta en un verdadero infierno. ¿Recuerdas cuál fue la mayor pájara de tu vida?
Con el tiempo que llevamos aquí juntos, y todavía no habíamos hablado de un fenómeno tan ligado al ciclismo desde que existe. Las pájaras. El ciclista que no se haya agarrado una buena pájara ni es ciclista ni es ná. Por no ser, no es ni globero. Ahora que la posibilidad de que salgamos algún que otro rato a entrenar –antes de que los Zwift se pongan en huelga o algo por el estilo- va empezando a coger cuerpo, podemos hablar un poco de esta situación que se da en nuestro cuerpo cuando vamos en la bici y hacemos mal las cosas.
Veamos. Cuando hacemos ejercicio, obtenemos la energía de dos formas distintas –lo que se conoce como ‘rutas’: a través de las grasas o energía de combustión lenta, o bien a base de glucógeno, de combustión más rápida. Por tanto, a baja intensidad quemaremos más porcentaje graso y a mayor intensidad, más cantidad de glucógeno iremos consumiendo. Y a medida que pase el tiempo, aunque no nos ejercitemos a mucha intensidad también iremos gastando, poquito a poco, las reservas de glucógeno de nuestro cuerpo.
Por tanto, si no las reponemos durante el entrenamiento –o sea, si no comemos- puede llegar el momento en que nos quedemos vacíos. Y eso es, básicamente, lo que nos pasa cuando nos da una pájara. Al no tener ya reservas de las que consumir, el cuerpo empieza a rendir cada vez menos. Además, es bastante ‘dramático’, porque te vas quedando sin fuerzas hasta el punto de que sólo puedes pedalear. Y la velocidad ni siquiera puedes marcarla tú, sino la inclinación del terreno, el viento… el ciclista queda prácticamente a merced de los elementos. Además de esa sensación de vacío –que luego se transforma en un hambre feroz- y falta de fuerzas, el corazón se queda en un pulso determinado y ya no podemos ni subirlo. También puede haber sensación de escalofríos y un cierto mareo.
Todo esto, claro, se arregla comiendo. Pero si llegado el momento comes demasiado de golpe tampoco es que estés solucionando mucho ya que el proceso de digestión limitará aún más tus capacidades. Por eso es tan importante, en deportes de fondo como el ciclismo, ir comiendo de forma periódica. Barritas, algún que otro gel en una marcha, fruta… alimentos que nos aporten lo que vamos gastando y nos llenen de nuevo esas reservas para que el motor siga tirando.
La mayor pájara de mi vida
Por ilustraros con el ejemplo más cercano que tengo, os cuento la mayor pájara de mi vida. Yo estaba en mis últimas semanas de ciclismo de competición. Llevaba unos meses poco motivado, sin ganas de sufrir cuando las cosas se ponían feas. Ese día, os lo prometo, estaba concentrado en hacer un buen entrenamiento, una buena ruta para animarme. Salíamos desde Torre del Mar hacia Málaga, subiríamos a la Fuente de la Reina, bajaríamos por Comares –que tiene unos cuantos kilómetros de repecheo y falso llano antes del descenso definitivo- y volveríamos hasta casa ya por la carretera de Benamargosa. Unos 100 kilómetros y casi 1.500 de desnivel acumulado. Tenía 16 años.
Recuerdo que hacía aire, pero no un viento fuerte. Moderado y de cara, íbamos dándonos relevos y yo recuerdo que, con la rabieta que llevaba, siempre daba los más largos y ponía una marchita más cuando entraba. Total, que así llegamos a Málaga y nos metimos por una cuesta empinada que empecé muy fuerte sin saber dónde terminaba. Error. Me desfondé y me sacaron unos metros. Luego en el falso llano que te deja a los pies del Puerto del León los enganché y me recuperé más o menos rápido. O eso pensaba yo. Siguiente rampa, saliendo ya de Málaga hacia el puente que cruza por encima de la autovía y entra en la carretera de los Montes, que es la zona más dura del puerto. Empiezan los ataques entre los compañeros. Salgo al primero y llego. Salgo al segundo y apenas doy dos pedaladas de pie me tengo que sentar. Me empiezan a pasar los que se quedaron en el primer ataque.
El puerto es bonito a rabiar, porque se va dejando atrás Málaga y toda la costa mientras se gana altura en los montes. Pero no lo disfruté. En la cima me metieron un cuarto de hora, y el director se enfadó conmigo por ir tan mal. “Muy flojo, Víctor”, me dijo. “Voy muy mal, no tengo más”, le respondí, y me dijo que tenía cinco minutos para parar, beber, comerme la barrita y seguir. Total, que me la como y empezamos el descenso que en realidad no es un descenso. Al segundo repecho me vuelven a soltar. Otra vez las piernas no dan. No puedo ir más rápido aunque quiera, ni siquiera puedo esprintar. Uno de los mayores me espera un rato y me ofrece otra barrita. Casi me la como hasta con el papel.
La subida a Comares parecía el Mortirolo. Me recuerdo subiendo despacio y con la mirada en un punto fijo. “Estás amarillo”, me dijo el hombre que se quedó a esperarme. Creo que trataba de animarme. Luego, cuando ya terminó la bajada del puerto que la carretera era más llana y la teníamos más transitada, se fue por delante mientras yo seguía con mi procesión. Poco antes de entrar a Benamargosa, en una finca vallada que queda un poquito por debajo de la carretera vi un árbol con una rama cargada de nísperos que sobresalía de la verja hacia la cuneta. Me bajé de la bici y pelé la rama ‘enterica’, como decimos aquí. Seguía teniendo hambre. Recuerdo que, incluso en llano, iba a 21 kilómetros por hora. No podía ir a más. Tenía escalofríos y una sensación de mareo leve, como cuando te bajas de un barco. Llegué a Vélez y no había nadie en el lugar de reunión -luego me enteré de que me sacaron una hora y creyeron que habría ido directo a casa-. Paré en un kiosco y con el euro que tenía en el maillot me compré un ‘kit-kat’.
Al fin, llegué a casa. Recuerdo que mi cabeza me iba diciendo, pese al ‘kit-kat’, siempre la misma palabra. Hambre. Hambre. Comer. Solté la bici en el cuarto, me di una ducha y mi madre tenía preparados espagueti a la boloñesa solo que, al no tener carne picada, le puso salchichas en rodajas. ‘Limpié’ un plato del tirón. “Más”. Otro. “Más”. A las 4 y pico de la tarde y con tres platos de comida en el cuerpo, me acosté. No me levanté hasta la mañana siguiente, que tenía que volver a entrenar, pero mi padre ya estaba despierto. “Ayer llamó el dire pa preguntar por ti y le dijimos que estabas ‘seco’. Te ha dado descanso para hoy”.
Y esta, amigos y amigas, ha sido la mayor pájara de mi vida. Curiosamente, no recuerdo lo que desayuné aquel día. Era 2003 y no estábamos tan puestos en nutrición como ahora, por lo que tal vez todo partiera de que no empecé el día comiendo bien desde el principio. En fin, experiencias de las que se aprende. Como siempre os digo, aquí tenéis los comentarios por si queréis contar la vuestra y nos divertimos todos un rato. ¡A seguir bien!