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Susurros del Campo

La riqueza de la caza

He tenido la gran suerte de pasar la Navidad en un pueblecito de la provincia de Segovia, junto con toda la familia en Nochebuena.

La riqueza de la caza

He tenido la gran suerte de pasar la Navidad en un pueblecito de la provincia de Segovia, junto con toda la familia en Nochebuena.

Un pueblo de los que cuando vas entrando, respiras paz, tranquilidad y a la vez, un poco de tristeza. No ves gente en sus calles, en contraste con las ciudades vestidas de Navidad, solo le adornan un pequeño árbol, decorado con modestos adornos. Sus habitantes se fueron para regresan “tarde mal y nunca”, a añorar lo que podía haber sido su pueblo, si la necesidad no les hubiese obligado a marcharse.

Entre en el único bar, que a su vez hacía de centro social, y tuve el privilegio de escuchar a tres paisanos, de los que, en menos de 15 minutos, te dan toda una lección de vida. Protestaban de la gran densidad de jabalíes y corzos que había en la zona, de los accidentes que provocaban y el miedo que les provocaba tener que conducir de noche. Y yo sigo preguntándome, a estas personas ¿Alguien los escucha? La respuesta la conocéis todos.

España vive hace años en una encrucijada singular que debe resolver más pronto que tarde: ¿Creemos en un modelo que sigue apostando por sus pueblos, por un desarrollo rural armonizado, o abandonamos nuestro campo a su suerte y nos lanzamos a la construcción de una nueva sociedad urbanita donde nuestro campo sea un escenario de paseo y fotos para Instagram?

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Suena algo exagerado, pero lo cierto es que en los últimos años avanzamos en esta última dirección impulsados por el auge de discursos radicalmente ecologistas y animalistas que se extienden por toda Europa.

Es sólo un ejemplo muy significativo de una deriva que también ha llegado a España y que está afectando a todos los sectores tradicionales del mundo rural. Uno por uno. Sin descanso. Con un discurso que se trata de imponer y que, al final, persigue defender los derechos de los animales por encima de los de las personas.

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El sector de la caza es uno de los que está sufriendo estos ataques con mayor virulencia, como si fuese responsable de los males que aquejan a nuestro campo.

Hablar de caza en el siglo XXI es hablar de campo, de desarrollo rural, de tradición, de conservación, de empleo, de generación de riqueza, de cultura… Digo esto –que resulta obvio- porque en los últimos años la sociedad española se está dejando llevar por esa tendencia cada vez más urbanita donde la realidad del campo nos queda cada vez más lejos, y eso distorsiona la visión que podemos tener de sectores tradicionales como el cinegético.

La propia página web del Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente (MAPAMA) asegura: “La actividad cinegética es uno de los principales motores de la economía rural en España”. Pero la caza es mucho más que eso.

Si hablamos de conservación, no podemos olvidar que actualmente el 80% del territorio nacional tiene gestión cinegética. Y si hoy podemos hablar de la calidad de nuestros 15 Parques Nacionales, si hoy podemos presumir de unas dehesas difícilmente comparables a otros paisajes y ecosistemas europeos, es, precisamente, gracias al trabajo constante y sacrificado de miles de cazadores y de gestores de cotos que cada día patean nuestro campo mientras algunos se dedican a criticar sin saber desde la décima planta de un edificio del centro de alguna ciudad.

Es fácil dejarse llevar por lugares comunes y frases hechas críticas con la caza, pero, le pese a quien le pese, la realidad es que la riqueza y la diversidad medioambiental de nuestro país son posibles gracias al trabajo, entre otros, de los cazadores. Si no, a ver cómo nos explican que los millonarios proyectos de recuperación del lince finalmente sólo han tenido éxito allí donde coincide con una buena gestión cinegética. Hechos, no opiniones.

Si hablamos de economía rural los últimos estudios hablan de un sector que genera más de 3.600 millones de euros y 54.000 empleos anuales, y que involucra, directa o indirectamente, a 5 millones de personas. Un sector que, seamos sinceros, cuando menos se merece un respeto que en ocasiones se echa en falta desde algunas administraciones y sectores ecologistas.

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Así que seamos valientes y dejemos a un lado todos esos tópicos facilones que a veces inundan las redes. Seamos capaces de ver al cazador como realmente es. Esos hombres y mujeres que cada uno de sus ratos los dedican al campo. A cuidarlo. A limpiarlo. A respetarlo. A gestionarlo. A amarlo…

No es una casualidad que los cazadores colaboren con algunas de las más prestigiosas entidades conservacionistas en la protección y recuperación de especies como el urogallo, el oso pardo, el lince ibérico y el águila imperial. Tampoco lo es que los espacios cinegéticos mejor gestionados sean zonas de una biodiversidad asombrosa.

El sector de la caza está cada día que pasa más profesionalizado y es sinónimo de protección de la naturaleza y de conservación. Porque el cazador es quien más ama a la naturaleza, el que dignifica al animal y que el que realiza una labor mucho más allá del simple ecologista.

A pesar de todas estas evidencias, lo cierto es que corren malos tiempos para nuestros pueblos, con un gran despoblamiento de zonas rurales, y bien harían todos los actores del campo en unir fuerzas ante lo que se avecina.

Ése es el camino. Ante los continuos ataques, más unión que nunca. Ante las mentiras y las agresiones, más comunicación que nunca. Pero todos, en una única dirección…

¡Felices fiestas!