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Un blog para tratar el pasado, presente y futuro del baloncesto tanto nacional como internacional: ACB, ULEB, Euroliga, Eurocup y la NBA.

Autor: Juanma Rubio

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Malas Noticias: drogas, gánsters y una carrera única al traste

Barnes pudo ser uno de los grandes de la historia del baloncesto pero acabó siendo el protagonista de una de sus mayores leyendas negras.

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Malas Noticias: drogas, gánsters y una carrera única al traste

Los días de vuelo, tantos en la carrera de un jugador profesional, no se le daban bien a Marvin Barnes. Ni los horarios, ni los traslados... ni los trayectos en sí. Una vez, en una de sus anécdotas más recordadas, aseguró que no se iba a montar “en una máquina del tiempo” después de comprobar que su vuelo (de una hora pero que cambiaba de franja horaria) salía de Louisville a las 8:00 y aterrizaba en St. Louis a las 7:59.

Eran los tiempos heroicos de malabares y trucos de magia barata de la ABA. Entonces, sin un dólar en el bolsillo, los jugadores viajaban en vuelos comerciales, con las escalas y horas de espera que fueran necesarias para abaratar lo más posible los costes. Los Spirits of St. Louis, por su parte, enlazaron cientos de veces a través de Kentucky y Bob Costas, el mítico narrador que por entonces (1974-76) cubría con apenas 22 años las aventuras (en toda la extensión del término) del equipo, ha asegurado siempre que no recordaba a Barnes llegar a tiempo a ninguno.

En otro trayecto, y en otro momento célebre pero que define su vida con tragicómica perfección, perdió el vuelo del equipo de Nueva York a Norfolk y se encontró con un problema mayúsculo cuando horas después ya no encontró ningún avión con el que llegar a tiempo a un partido al que se presentó finalmente unos pocos minutos antes del inicio, después de haber contratado un avión privado, cargado de hamburguesas, con el uniforme debajo de una ostentosa gabardina y al grito de “el inicio de partido será puntual”. Relegado a la suplencia, acabó sumando 43 puntos y 19 rebotes... y firmando en un tiempo muerto un cheque al piloto del avión, que se presentó en el banquillo y aseguró que no se movería de allí sin un dinero que el boca a boca no acierta a concretar: unos hablan de 800 dólares, otros de 1200...

La mente de Marvin Barnes fue definida como “un lugar muy bizarro”. Steve Jones, uno de sus compañeros en St. Louis, afirmó que llegaron a pensar que se aprendía las normas para encontrar siempre alguna nueva que romper. Él mismo explicó así una vida de excesos y malas decisiones: “Lo quiero es ser un gánster, un mafioso... Voy a morir pronto, así que voy a divertirme todo lo que pueda”. Hablaba de sí mismo como “News” por el apodo que le pusieron sus compañeros de vestuario, “Bad News” (malas noticias), y quienes le vieron en pista aseguran que habría sido uno de los mejores jugadores de siempre si hubiera sido capaz de asumir una vida disciplinada y mantenerse lejos de las drogas, que empezó a consumir en sus primeros pasos como profesional (1974) y que le convirtieron prácticamente en un desecho cuando debería haber entrado en sus años de esplendor: después de la desaparición de la ABA, fue incapaz de producir en la NBA aunque llegó a la liga con 24 años. Ni en Detroit Pistons, ni en Buffalo Braves ni en Boston Celtics, donde después reconoció que esnifaba cocaína en el banquillo ni en San Diego Clippers, un proyecto faraónico que se hundió arrastrado por los pies imposiblemente frágiles de Bill Walton.

Aunque nunca llevó peinado afro, Barnes personificó además todo lo que provocaba recelo en buena parte de aquellos convulsos Estados Unidos de los setenta, y más en un rincón de Missouri: un negro con zapatos de plataforma, abrigos extravagantes y pasión por los coches caros y los caprichos lujosos. Las leyendas urbanas decían que tenía trece teléfonos en su casa (él lo negó pero perdió la cuenta por cinco: uno en el salón, otro en la cocina, uno en el baño, dos en el dormitorio...) y que perdía por pura desatención los mismos Rolls Royce y Cadillac con los que recogía a niños por la ciudad, los llevaba a comprar helados y los devolvía, felices, en su casas. De día era un tipo querido, de noche un desastre que intimó con los grandes traficantes del área de St. Louis y dejó ahí su carrera y, finalmente, su vida. Pasó unos años rehabilitado y dando charlas por colegios para concienciar a los más jóvenes pero murió en 2014, con 62 años y de nuevo (según sus allegados) en una espiral de adicción y problemas: Malas Noticias.

Marvin Barnes fue uno de esos jugadores que acabaron personificando la ABA, aquella página tan particular (y tan recordada) en la historia del baloncesto. De hecho fue seleccionado para el Equipo Histórico de la desaparecida competición del balón tricolor junto a una tremenda lista de ilustres: Julius Erving, Rick Barry, Zelmo Beaty, Billy Cunningham, Louie Dampier, Mel Daniels, George Gervin, Artis Gilmore, Connie Hawkins, Spencer Haywood, Dan Issel, Moses Malone, David Thompson, George McInnis...

Era un ala-pívot intenso, rápido, capaz de defender a cualquier forward o pívot, con manos fuertes, pies ligeros, presencia cerca del aro y tiro de media distancia. Un portento que maravilló en su Providence natal y que fue elegido número 2 del draft de la NBA en 1974, solo por detrás de Bill Walton, pero que, como muchos otros, eligió la ABA para beneficiarse de la guerra de salarios que esta auspició para birlarle jugadores a la NBA, por entonces todavía un gigante con pies de barro. Firmó con los Spirits of St. Louis por 2,5 millones de dólares... a pagar en 14 años: poco más de 150.000 anuales.

Medía 2,03, en sus buenos años pesaba 95 kilos y solía desnudarse delante de un espejo para untarse aceites antes de salir a jugar. En pista montaba trifulcas y provocaba a los rivales pero casi nunca se peleaba. Odiaba entrenar y a veces se pasaba los calentamientos en la grada, charlando con la novia de turno. Eso le dejó en una ocasión castigado sin jugar toda una primera parte. En la segunda acabó con 40 puntos y 20 rebotes. Llegaba a muchos viajes del equipo con una mujer en cada brazo, apenas dormía y se hartaba a hamburguesas, filetes y perritos como dieta principal y muchas veces mientras le vendaban los tobillos antes de salir a jugar. E incluso así, fue Novato del Año y dos veces all star en una ABA en la que promedió más de 24 puntos y 13 rebotes por partido con un 50% en tiros... “con la peor selección de lanzamientos de toda la historia del baloncesto”.

Sus compañeros le tenían mucho cariño y el paciente Rod Thorn, su primer entrenador en St. Louis, trató de enderezarle con unas multas económicas que se acumularon más allá de los 30.000 dólares (de entonces). En su primer año desapareció durante días sin dar señales de vida para forzar una renegociación de su contrato. Apareció finalmente en una sala de billar de Dayton. Y en el segundo estuvo yendo y viniendo, pendiente de juicio por haber atacado a un compañero en la Universidad de Providence (donde llegó a anotar 52 puntos en un partido) con una barra de hierro. Antes de ese incidente, en sus años de instituto, fue detenido tras un robo con su banda e identificado sin problemas... porque había cometido el delito con su chaqueta de campeón del estado, en la que su nombre iba grabado en la espalda. Cuando jugaba en los Pistons acumuló detenciones por allanamiento, posesión de drogas, robo... Y tras su carrera como jugador pasó años entre la indigencia y la cárcel: California, Missouri... Malas noticias.

Bob Costas solía decir que Marvin Barnes era muchas noches el mejor jugador en pista aunque en el equipo contrario jugaran tipos como Julius Erving. Era así de bueno, se le llegó a comparar con Muhammad Ali por su carisma y porque escribía poemas a sus rivales... pero jamás pudo ser un viable jugador de equipo. Hacía de todo menos pasar la bola, nadie le supo imponer ningún tipo de disciplina y en St. Louis se le permitieron casi todos sus excesos porque se le consideraba el gran valor de la franquicia ante la inminente fusión con la NBA, donde sus propietarios querían hacer negocio. Aquella franquicia fue, en realidad, un proyecto caótico que representó perfectamente la locura naive de la ABA: un equipo que reunió en su frontcourt a Barnes, Moses Malone y Caldwell Jones pero que en dos años tuvo un balance de 67-101, apenas atrajo público al pabellón (por debajo de las 3.000 personas de media) y acabó desapareciendo sin ni siquiera consumar el pretendido salto a la NBA que sí pudieron dar Nets, Pacers, Spurs y Nuggets. Habían heredado los restos del naufragio de Carolina Cougars y se fueron sin ni siquiera poder fusionarse, ese era el último plan, con Utah Stars. Un equipo que reunió una enorme colección de talento sin ningún tipo de sentido colectivo, espíritu ni criterio. Con uniformes legendarios y concursos histriónicos en los descansos... a los que prácticamente nadie asistía a pesar de que St. Louis era, cuando aterrizó el equipo, el mayor mercado de EE UU (duodécimo del país) sin equipo de baloncesto profesional.

Se creía Superman y por un tiempo lo fue”, dijeron de Marvin Barnes, que salió de la universidad asegurando que o firmaba un contrato de un millón de dólares con una franquicia o se iba a trabajar a una fábrica. Y que acababa haciendo “todo lo que podía ser perjudicial para un equipo”. Desde luego, ha habido en la historia muchos grandes talentos que se han quedado en el camino por su mala cabeza. Pero seguramente ninguno reunió tanta calidad, tantas malas decisiones, tantos problemas y tanta leyenda negra como Marvin Barnes: Malas Noticias.