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SIN CADENA

Expectativa frente a realidad: la historia de mi fracaso cicloturista

Hacer una marcha y poder contarlo era uno de los propósitos de este año desde que empecé a escribir en este espacio. No será donde quería, pero será

Expectativa frente a realidad: la historia de mi fracaso cicloturista
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Hay veces que las expectativas chocan con la realidad. Los ciclistas profesionales pasan buena parte de la temporada redefiniendo objetivos y cambiando las planificaciones, por mil cosas. Una enfermedad inoportuna, una lesión que retrasa los planes... o una carrera que en principio debía darse bien y no sale como se esperaba. Salvar la temporada, que se le llama en el mundillo ciclista.

Evidentemente, los cicloturistas no tienen contratos de patrocinio -alguno hay, normalmente porque ahora corren pruebas populares pero han sido profesionales- y esos replanteamientos son distintos. Pero en este caso os vengo a hablar de la historia de un fracaso: el mío en este 2018.

Tampoco le demos a esto un toque dramático, que no lo tiene. En general, en España la palabra 'fracaso' tiene una connotación mucho más negativa que en el mundo anglosajón. Allí se fracasa y se empieza de nuevo, sin más. Aquí somos más de quedarnos con la mancha. Y precisamente por eso es tan 'depurativa' esa costumbre ciclista de replantear las cosas cuando el presente no sale como se esperaba.

Cuando empecé este espacio, allá por febrero, me sobraban nada menos que 12 kilos. Llevaba tiempo con ganas de escribir de cicloturismo y, al mismo tiempo, ponerme a entrenar y buscarme precisamente eso: un objetivo. Por poder vivir -de nuevo- lo que os contaba. Ponerme en forma y hacer una marcha con el objetivo de disfrutarla y hacer un no-muy-mal-tiempo. Con cinco meses y medio de tiempo por delante, decidí hacer la Perico Delgado, una marcha que resulta exigente aunque no tiene rampas brutales. Pero me gusta la zona, y subir por primera vez en bici Navacerrada y Morcuera -también, algo menos, Navafría- me llamaba la atención.

Incluso me puse una cita previa para ver qué tal iban las cosas. En Villacarrillo (Jaén), a mitad de junio. En la última semana de mayo había soltado seis de los 12 kilos que me sobraban y hacía entrenamientos de tres horas con cierta comodidad. Así que, bueno, algo habíamos mejorado.

Pero llegó junio y caí malo con un resfriado. Paré de entrenar y luego, por trabajo y otros temas, no fui capaz de volver a enganchar. Cuando llegaba el momento de inscribirse -con el hostal reservado- decidí no hacerlo. Tampoco era un drama, pero el caso es que en todo junio apenas pude salir tres o cuatro veces. Es lo que hay. A finales de mes decidí no ir a la Perico. Había cogido parte del peso que perdí -no todo, por suerte- y así era imposible. No iba a llegar en buen estado, no iba a disfrutar de un día de ciclismo. Y no iba a poder contaros la historia que hubiese querido. Por eso os estoy contando esta.

Menos mal que no tengo contratos de patrocinio -sólo el de colaboración con AS, y se ha prolongado hasta final de año-, porque si fuese ciclista profesional probablemente tendría un pie fuera del equipo. Pero el caso es que llega la hora de redefinir la temporada. La alargaremos algo más de la cuenta, pero ya tengo el sitio donde voy a quitarme el gusanillo de ir en un pelotón.

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C.C. Veleño/Seraphotograph

Será la Clásica del Pavo de Vélez-Málaga, en diciembre. He reanudado las salidas, que con este calor que ya va haciendo por el Sur no es poca cosa. Además, esa prueba -tiene unos 50 kilómetros con dos puertos, el último de 16 kilómetros como tramo libre- fue la primera en la que me puse un dorsal, con apenas 15 años. Y la última, allá por 2011. Aquella vez fue una 'ventolera'. Después de casi ocho años parado -de bici, practicando otros deportes de forma lúdica-, la preparé en cuestión de dos meses y medio. Salimos 144, llegamos a meta 136 y yo acabé el 112º con un tiempo de 53'07". El que ganó hizo menos de 31. Sólo os diré que cuando empezó el tramo libre yo ya iba a minuto y medio del pelotón.

Es más: me pasé toda la subida mirando a ver por dónde venía la ambulancia y el coche escoba, para asegurarme de que no terminaba último. Eso fue la última: la primera vez que corrí, con 15 años y 63 kilos de peso, después de una pretemporada buena para pasar a junior, aquella mañana amanecí con 39 de fiebre y estaba lloviendo lo más grande. Apenas 8 grados -eso en la costa de Málaga es hipotermia, o casi- y me quedé solo de un pelotón que iba parado. Al año siguiente sí la terminé más o menos con holgura.

Pero esta vez no va a ser una ventolera. Esta vez está meditado. Es el sitio perfecto para coger un buen punto y el año que viene, ya sí, ir pensando en cosas más serias. Como, por ejemplo, volver a Segovia. Y contaros la historia de cómo se disfruta una prueba cicloturista.