Hace sólo diez o quince años no hubiéramos imaginado que Zidane sería entrenador y que iba a levantar dos Champions consecutivas a las primeras de cambio. Como tampoco nos hubiéramos atrevido a predecir que Guti iba a ser un disciplinado profesor en el banquillo. Se nos da mejor analizar el presente y, sobre todo, repartir galones por lo ocurrido en el pasado. Adivinar quiénes serán los entrenadores del futuro no es una tarea sencilla. Las canteras trabajan de maravilla (miren a Setién), en 2ªB ya hay nombres que apuntan alto (ojo a Calderón en el Fuenlabrada) y por los cursos de entrenadores algunos ya han dejado huella (Redondo, el que más). Mirando a la tabla diríamos sin temor a equivocarnos que Valverde y Simeone deberán ampliar sus vitrinas en la próxima década, que Marcelino jamás dejará de revalorizar su precio y que Garitano y Bordalás por fin tendrán pronto un equipo con aspiraciones grandes entre manos. El futuro pinta bien para nuestros entrenadores. Pero sobre todo para uno al que la rodilla le retiró como jugador siendo un crío de 23 años y al que su cabeza le está haciendo volar en su primera oportunidad en la élite dirigiendo al Girona: Pablo Machín Díez.

Si le elijo a él como abanderado del porvenir no es por capricho o parentesco. Estos días volverá a primera línea de combate con su duelo ante el Barça y no encuentro a ningún entrenador que con sólo 42 años y tras doce años en la brecha aún no haya fracasado ni una vez y que en una sola primera vuelta haya sido capaz de tantas cosas juntas: poner a su equipo por las nubes siendo debutante en Primera, regalarnos una de las goleadas de la temporada desarbolando el plan de Jémez (6-0), ganar al mismísimo Madrid dándole un buen baño, obligar al Atlético a sudar la gota gorda y secar a Messi todopoderoso con un innovador marcaje al hombre (Maffeo). No se puede hacer más cosas con menos recursos. Esta jornada comparece en el Camp Nou como una seria amenaza desde el octavo puesto. Chapeau.

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Su éxito es el de haberse formado a fuego lento. Una grave lesión en el Numancia le dejó fuera de concurso cuando mejor pintaban las cosas como jugador a principios del siglo. Machín, soriano de cuna y corazón, había sido capaz de debutar con el primer equipo dirigido por Lotina. Su pasión era el fútbol, así que aceptó una propuesta del club que al principio parecía una muletilla reparadora: ser segundo entrenador. Fuera de los focos, se esforzó por aprender a conciencia a la sombra de Goiko, Arconada (del que más aprendió), Kresic, Pacheta y Unzúe hasta que el presidente decidió darle a él los poderes en 2011 por la salida del actual entrenador del Celta. Dos años permaneció el técnico en el equipo de su alma, hasta que decidió coger la maleta voluntariamente para, entre lágrimas, emprender otros retos. El Girona le esperaba para dar el salto de calidad que prometió y ha cumplido.

Teniendo las cosas fáciles en casa, se atrevió a salir y coger a un equipo que caminaba último en Segunda. Hay gente a la que sin duda le va la marcha. El reto era mayúsculo y volvió a sacar matrícula. Salvó al equipo en la última jornada y, claro, renovó. A la siguiente temporada el equipo arrancó con el segundo presupuesto más bajo de la categoría y llegó a la jornada final como segundo clasificado. Acarició el ansiado ascenso, pero en el último minuto lo perdió: 1-1 ante el Lugo, para alivio del Sporting. El palo fue importante, porque en el playoff además le tumbó el Zaragoza por el dichoso goal average. Machín y su tropa se levantaron. Juró volver a dar guerra al siguiente curso, cuando otro hubiera entrado en depresión, y otra vez se salió con la suya. Se clasificó entre los seis mejores, aunque el Girona sólo ganó uno de las dos eliminatorias claves del playoff. Más ilusión derramada. A la tercera debía ir la vencida. Más como consuelo que como lema. Machín creyó y Machín lo consiguió. El 4 de junio de 2017 el Girona consiguió el ascenso a Primera de forma directa por primera vez en su historia.

Entonces pudo irse, pero aguantó. Cuando Machín está a gusto es difícil moverle. Ni el dinero de Las Palmas le hizo cambiar de opinión. Así, se ha colado entre los grandes. Fiel a sus principios, recto pero de trato agradable según los que le conocen, sincero con la prensa aunque receloso de la información, campechano, exigente y disciplinado como pocos. El entrenador de moda pone la misma pasión al fútbol que a la vida, con el mismo éxito como recompensa. Está radiante en Girona con su pareja y sus dos niñas, a la vez que ha hecho del vestuario una piña. Dos decisiones a modo de ejemplo resumen su librillo y explican por qué sus jugadores van a muerte con él. Una: pese a las presiones del City, hermano mayor de este proyecto, él pone a los mejores sobre el césped y no a los que la propiedad sugiere que deben jugar. Se ha ganado el respeto al llevar la justicia por montera. Y dos: si los jugadores le responden en el césped no le importa que vivan en régimen de libertad, como jóvenes que son. En diciembre prometió que si el equipo llegaba a final de año pitando, la duración de las vacaciones las marcaría el vestuario y no él. Y así fue. Es un hombre de palabra. El Girona llegó a las Navidades viento en popa y tuvo más descanso que el resto: once días de asueto. Sabe que para conquistar el futuro conviene cargar las pilas debidamente. Valverde le admira. No tiene mejor piropo para su labor que alinear para este Barça-Girona a su mejor once.

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Clasificación	PTS	PG	PE	PP
7Eibar	35	10	5	9
8Girona	34	9	7	8
9Getafe	33	8	9	7

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*Datos actualizados a fecha 22 de febrero de 2018