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SUSURROS DEL CAMPO

El campo no es de todos

En un lugar de la macha de cuyo nombre no logro acordarme (no es que no quiera).

El campo no es de todos

En un lugar de la macha de cuyo nombre no logro acordarme (no es que no quiera), hace ya más de un lustro (que se dice pronto), andaba yo en una finca en la que, en esa ocasión, se monteaba la solana.

Aparentemente iba a ser una montería buena, pues los resultados del año anterior fueron bastante aceptables, con varios trofeos de jabalí y algún que otro venado "majete", que hicieron del plantel, un buen día de cacería.

El sol calentaba lo justo para no pasar mucho frío y el día, en el monte, al toque de caracolas, merecía la pena fuera cual fuese el resultado.

Estaba tan tranquila en mi puesto, en mitad de la cuerda, bastante limpio y con un tiradero de los que no te cansas de mirar. Se respiraba tranquilidad cuando, de repente, escucho ruidos. No, no son ruidos, son voces, y los perreros aún no habían pasado. Prismático en mano, pero no consigo ver nada en un primer momento hasta que... ¡claro que lo vi! Clarísimo, como que casi caigo de espaldas.

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Una familia tan tranquila, dos adultos y dos niños, con dos narices, cogiendo setas pasaban justo por delante de mi puesto ¡Pa´vernos matao!

- Señores, por favor, que estamos en plena montería, súbanse lo más rápido posible.

- ¡Sí hombre, faltaría más! Estamos cogiendo setas y de aquí no nos vamos.

(Los insultos que el cabeza de familia soltó por su boca los voy a omitir).

- ¿No ha visto los carteles de acción cinegética en curso, prohibido el paso?

- El campo es de todos— señaló el setero.

- Por favor, señora, haga caso omiso a su marido y suba con los niños aquí, por el amor de Dios.

- De ninguna manera, ahora mismo llamo a la Guardia Civil— amenazó su marido.

- Tarde, señor, el Seprona ya ha sido avisado y está de camino.

La señora, con los dos niños, al final no subió por deseo de su marido, pero no creo que el susto se le quitase de su cara en muchos meses.

Y al señor que dijo que el campo es de todos le debió salir el kilo de setas por un ojo la cara (por cierto, no llevaban cesta de mimbre), pues vino el Seprona y, aparte de la denuncia pertinente, tuvo que pagar todos los costes de la montería que había paralizado: puestos de los cazadores, rehalas, catering...

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La mayoría de la gente no sabe que, para poder salir de caza, antes hay que hacer un gran trabajo perfectamente organizado: un seguimiento previo, planes cinegéticos, informes de lo que se puede abatir y los cupos, seguros, etc. Todo ello con un esfuerzo tanto económico como físico por parte de muchas personas. El hecho de que algunos campos no estén vallados no significa que no tengan dueño. Cada olivo, cada higuera, cada parra, han sido plantadas por alguien en su terreno. Ha cuidado su fauna. Y la propiedad existe en el campo, mal que pese, como en la ciudad.

El campo sí tiene dueño, uno que siempre mira por él. Y creo que, al señor de las setas de aquella montería (de cuyo lugar no quiero acordarme), le quedo nítido.