Beitia: hasta siempre y muchas gracias
Ruth Beitia, la mejor atleta española de la historia, dice adiós. Tiene 38 años y las lesiones han hecho presa en ella este año, que ha sido muy triste para la santanderina. Dice adiós y nos deja un poco solos, como casi abandonados nos ha dejado Usain Bolt, el atleta más destacado de la historia, en mi opinión.
Lo primero que se me ocurre es decirle a Ruth: ¡Muchas gracias!”. Por su ejemplo dentro y fuera de las pistas, por su simpatía, por su amabilidad, por las veces que nos ha emocionado, porque hemos saltado de alegría con ella cuando superaba el listón y se llevaba una medalla, una nueva medalla, en una lista casi interminable.
El atletismo español va a sentir un vacío, que espero que alguna chica rellene. Pero será difícil. Porque no es fácil igualar la trayectoria de una atleta como Ruth, con un historial repleto no sólo de presencias en podios de altísimo nivel, en todas y cada una de las grandes competiciones, sino de posiciones entre las ocho mejores.
Atleta de un sólido prestigio internacional, abandona el atletismo activo con el mal sabor de boca de ese duodécimo puesto en los Mundiales de Londres, pero con el reconocimiento oficial, allí mismo, de su fair-play, al consolar cariñosamente en la misma pista de la capital británica a la saltadora italiana Alessia Trost, que no pasó a la final, después de una desgracia personal. El propio Sebastian Coe, mito del atletismo y actual presidente de la IAAF, entregó a Ruth el trofeo.
Yo no me quedo con ese duodécimo puesto de Ruth en los últimos Mundiales, sino con todo lo anterior. Que es mucho, muchísimo.
Teniendo en cuenta sólo las grandísimas citas de élite (Juegos Olímpicos y Mundiales y Europeos al aire libre y en sala), Ruth ha competido en 30 finales y en la mitad ha conseguido medalla, lo que es un porcentaje excepcional. En otras once ocasiones se ha clasificado entre las ocho primeras y sólo cuatro veces ha descendido de ese puesto. Lo tenéis desglosado en el cuadro que sigue a este texto que escribo desde la emoción, desde la admiración y, repito, desde la gratitud.