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JUAN JIMÉNEZ

Sueño de la noche de Sant Jordi

Si algún barcelonista soñó con una victoria en el Bernabéu en la Diada de Sant Jordi tuvo que ser así. Con una carrera memorable de un canterano en el minuto 92, un centro atrás de otro crío de La Masia y un remate delicado pero devastador de Messi, hijo de Rosario y de Barcelona. Un futbolista de leyenda. Messi, máximo goleador de la historia de los Clásicos, 500 goles con el Barça y recordman de casi todo en el fútbol, dejó otra imagen de época enseñando su camiseta al Bernabéu y al mundo. Su gol, el número 14 en Madrid de los 23 que ha hecho en Clásicos, cerró un partido que el Barcelona jugó mal al principio, con la cabeza más tarde y, finalmente, con el corazón. Su timorata puesta en escena fue castigada con 1-0 pero su temple le permitió adueñarse del centro del campo y poner a Messi en el mapa del partido con el 1-1. El 2-3 fue una huida hacia adelante, la de un Barça que había sido incapaz de dominar un partido que, con 1-2, hace años hubiera convertido en un rondo.

Pero también es seguro que hace unos años el Barça hubiese agachado la cabeza con el 2-2 y que, como dijo Piqué, esta generación de jugadores ha cambiado la mentalidad del club. Eso y Luis Enrique, un entrenador al que jamás se le podrá reprochar que no haya agitado el cocktail hasta donde ha podido. Donde empieza a no llegar el toque y la excelencia del fútbol, esta vez al Barça le alcanzó el alma. Anoche se quitó la penúltima espina, ganarle el pulso a Zidane. Lo hizo yendo a la yugular de Casemiro con Messi. El resto lo hizo el argentino con el colofón de un inolvidable 2-3 de abril.