Martín Fiz, la leyenda de un maratoniano
as.com ha puesto en marcha una serie de informaciones que tratan de ponernos al día sobre qué ha sido de deportistas que fueron estrellas en su momento, ya retiradas de la primera línea. Ha iniciado la serie mi compañero y amigo Enrique Ojeda con Maisa Lloret y Ernesto Pérez Lobo, gimnasta diez y judoca con medalla olímpica, respectivamente. Y me corresponde tomar el relevo con Martín Fiz, cuyos éxitos conoceréis de sobra y cuya información saldrá de inmediato.
De Martín guardo muchos recuerdos, pero sólo voy a destacar cuatro. Por orden cronológico.
Primero. Su victoria en aquella apoteosis de los Europeos de Helsinki 1994, en los que ganó el oro por delante de Diego García y de Alberto Juzdado. Diego, antiguo pescador, falleció años después mientras rodaba tranquilamente, ya retirado. Una tragedia. Alberto había sido ilustrador de Niños Jesús y luego fue contratado por Paco Perela, fundador de Mapoma, como sabéis, en su empresa de embutidos. Tanto Martín como Alberto portaron a hombros, entre otros, el féretro de su rival y amigo.
Segundo recuerdo, un año después. En los Mundiales de Gotemburgo 1995, Fiz y el mexicano Dionicio Cerón iban en cabeza a pocos kilómetros de la meta y el centroamericano dio un tirón brusco y se marchó hacia la meta. El alavés, en lugar de responder al ataque, que es lo que todos pensábamos que iba a hacer, se mantuvo tranquilo. Miró su pulsómetro y, según aclaró después, estaba seguro de que su oponente iba muy por encima de sus posibilidades. Tenía razón. Dionicio (no Dionisio) pinchó espectacularmente y Martín le adelantó como un ave a un tren de mercancías. Y venció.
Tercer recuerdo. Atlanta 1996. Cuarto puesto. El mejor conseguido jamás en los Juegos Olímpicos por un maratoniano español, aunque para él fue una decepción. Pudo ser mejor, pero el responsable de la especialidad (no quiero decir el nombre) le equivocó al señalar a un coreano como “el malo” cuando resulta que el coreano se que se había distanciado era el bueno. Y le quitó la medalla a Martín Fiz.
No se me olvidarán las lágrimas de Martín en el estadio de la capital de Georgia. Y jamás se me borrará de la memoria su frase lapidaria poco después, en la zona mixta de prensa: “He perdido un tren que sólo pasa cada cuatro años”. Lo perdió, cierto.
Cuarto recuerdo. Atenas 1997. Mundiales sobre el circuito clásico de la maratón, ese que se supone que recorrió Feidípides (o Filípides) con motivo de la batalla en la que Milciades derrotó a los persas en aquellas guerras intermitentes e interminables entre el imperio asiático y los griegos, fueran atenienses o espartanos o una suma de éstos y de otros.
Carrera tremenda, bajo condiciones infernales, con temperaturas inhumanas. Se quedaron en cabeza Martín Fiz y Abel Antón, codo con codo, pero siempre con el vitoriano tirando. Se distanciaron de todos los demás de forma clara. Martín era consciente de su menor velocidad terminal, de forma que tentaba a Abel: “Dame relevos”. Y Antón le dijo que no. “Martín, los demás vienen muy lejos”. Cada uno intentaba jugar sus cartas, como en una partida de póquer. Cuando faltaba poco para la llegada Antón se distanció sin problemas. Martín ni siquiera reaccionó. Oro y plata, en todo caso.
Yo estuve en todas y cada una de estas batallas y lo único que puedo decir, con independencia de quien ganara o perdiera, es que estoy tremendamente agradecido por haberlas presenciado.