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Esta rivalidad no pasa de moda


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Por Jorge Ducci

Los jeans que usaban los buscadores de oro en el siglo XIX en California se volvieron objeto de deseo en los 80. La publicidad con que los promocionaban era: “la calidad nunca pasa de moda”. El eslogan cobra vigencia hoy nuevamente.

La final soñada, la definición más esperada, la revancha de los grandes, las leyendas siguen vivas, etcétera. Los clichés abundan gracias a Roger Federer y Rafael Nadal, quienes volvieron a tomar por asalto un Grand Slam… Como en los viejos (?) tiempos.

Es difícil no caer en lugares comunes con estos dos monstruos, pero algunos no son tan certeros. Por ejemplo, decir que recuperaron la memoria de su mejor tenis no es totalmente acertado. Es cosa de ver el juego que han mostrado en Melbourne.

Eso es justamente lo que marca la diferencia y los hace ser extraordinarios. La capacidad de reinventarse, adaptarse, ajustarse, asumir realidades y seguir adelante. No hundirse en la nostalgia de los tiempos pasados.

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Roger ya no tiene esa aura de invencibilidad que lo hizo humillar a quien se le pusiera por delante durante tantos años. Pero tiene garra. Y mucha. Quizá estaba adormecida porque cuando dominó el circuito su tenis era superlativo e imparable (excepto por su némesis Nadal). Pero cuando la ha necesitado se ha convertido en el impulso suficiente. Crucial para su desgastado físico ha sido exigirse al máximo, pero en puntos cortos, especialmente ante Nishikori y Wawrinka. Dos partidos a cinco sets en alrededor de tres horas es un saldo extraordinario en cuanto a un ahorro de combustible.

Rafa ya no posee esa impresionante velocidad que le permitía llegar a todas las pelotas, pero logró resetear su mente de la polución de las lesiones y dudas. Así se enfocó en depurar aspectos claves y ahora el zurdo ya no espera tanto sacarle el aire al rival sino que sale a demolerlo. De paso, recordó que no es necesario medir dos metros y meter 40 aces para ganar puntos gratis y ahorrar energías. Por algo fue el jugador con mejor porcentaje de primeros servicios de los cuatro semifinalistas.

No queda duda que esta final es más simbólica para Federer. Con 35 años, cada Grand Slam que pasaba delante de sus narices parecía alejar su opción de levantar una nueva copa, pero la historia es muy sabia y el suizo no podía dejar el deporte como uno más. Debía hacerlo como la leyenda que es, tal cual lo consiguieron hace no mucho Pete Sampras o Andre Agassi, viviendo la gloria máxima pasados los 30 años.

El que espere un partido como los clásicos de la década pasada entre Federer y Nadal deberá buscar un video de esa época. En la final de Australia veremos al Federer versión 3.5 y al Nadal 3.0, con sus nuevas virtudes y defectos, pero con la magia y pasión de siempre. La calidad nunca pasa de moda.