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Pipe Areta, Jonathan Edwards y otras cuestiones religiosas

Viene este post a propósito de un excelente reportaje publicado este domingo por Alberto Martínez, mi compañero de la delegación del Diario AS y as.com en Cataluña: Litus Ballbé, olímpico en hockey hierba, es ahora cura en Mataró. Lo podéis leer (atención a la fotografía)) en

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http://masdeporte.as.com/masdeporte/2016/10/23/polideportivo/1477194052_288706.html

Y con este reportaje de human interes, que dirían los periodistas anglosajones, me viene a la memoria la historia de Pipe Areta, un mito del atletismo español, que fue diploma olímpico en Tokio 1964 y que posteriormente fue sacerdote. Y de otras historias olímpicas con la religión por medio.

Luis Felipe Areta (San Sebastián, 74 años, en la imagen) fue saltador olímpico en tres Juegos, batió varios récords de España, alcanzó títulos nacionales y posteriormente se ordenó sacerdote. El guipuzcoano, conocido popularmente como Pipe, jugó primero al baloncesto, de la mano de Josean Gaska, pero luego se inclinó por los saltos horizontales. En longitud llevó la plusmarca hasta 7,77 y en triple hasta 16,36 metros. Eran los años sesenta.

Cuando tenía 17 años solicitó ser numerario del Opus Dei, una de las tendencias más poderosas e influyentes de la Iglesia Católica. Como tal acudió ya a los Juegos Olímpicos de Tokio 1960 y México 1968 y en los de la capital japonesa consiguió diploma olímpico, al clasificarse sexto en longitud. Fue miembro de una gran generación de atletas, entre los que destacaban Mariano Haro, Ignacio Sola (récord olímpico en pértiga en 1968), Luis María Garriga, Javier Álvarez Salgado… Pipe Areta se retiró en 1972, a los 30 años, a causa de una lesión en la espalda.

En 1980 se ordenó sacerdote en el Monasterio de Torreciudad (Secastilla, Huesca), junto a otros numerarios del Opus y con la asistencia de 5.000 personas. Admirador profundo de monseñor Escrivá de Balaguer, le regaló algunas de sus medallas deportivas “para poder conocerle”, según ha declarado. Trabajó como profesor y director espiritual del colegio Gaztelueta, en Bilbao.

Actualmente disfruta del deporte en televisión y es más de Messi que de Ronaldo. Anecdóticamente, en sus años de estudiante coincidió en el Colegio Mayor Aralar, de Pamplona, con el periodista Iñaki Gabilondo, con el que compartió un grupo musical amateur.

Y otras historias, contadas casi telegráficamente.

En los Juegos de París 1900 ganó la calificación (en sábado) el estadounidense Meyer Prinstein con 7,17. En aquel tiempo esa marca servía para la final y como ésta era en domingo, el atleta, muy religioso, decidió no competir, seguro de que iba a vencer. Pero su compatriota Alvin Kraenzlein llegó a 7,18 y se llevó el título. Prinstein, en la grada, saltó a la pista y se enfrentó verbalmente con el ganador, primero, y físicamente, después, en una actitud poco religiosa, desde luego. Les tuvieron que separar.

En los siguientes Juegos, los de Saint Louis, se decidió que no habría competiciones en domingo, para evitar la repetición de situaciones semejantes.

Forrest Smithson ganó en domingo los 110 metros vallas de los Juegos de Londres 1908, pero como era muy creyente y tenía remordimientos de conciencia, compitió con una Biblia en la mano. Debió recibir ayuda divina, porque ganó por la mayor diferencia histórica, hasta hoy mismo (siete décimas) y batió el récord del mundo con 15.0.

Erik Liddel era pastor protestante y tenía previsto competir en los 100 metros de los Juegos de París 1924, pero renunció al coincidir la prueba en domingo. La película Carros de Fuego se hace ver que el atleta se enteró al tomar el barco en Gran Bretaña con destino a Francia, pero es una bella licencia dramática, porque lo cierto es que ya lo sabía anteriormente. Venció en 400 metros. Años después murió en un campo de concentración en China, donde trabajaba como misionero.

La reina Guillermina de Holanda fue siempre contraria a que Amsterdam organizase los Juegos en 1928. Sus asesores le describieron el acontecimiento como una ceremonia pagana y de culto al cuerpo. La monarca se negó a acudir a la Ceremonia Inaugural. Poco a poco debió cambiar de idea, porque en la jornada final entregó las medallas.

Cornelius Warmerdam, pertiguista estadounidense de la época del bambú, era conocido como El Pastor Volador, por su condición de religioso protestante. Un día compitió por la tarde y lo hizo mal. Preguntado por las causas, respondió: “Esta mañana he oficiado tres misas, Estoy cansado. ¿Qué esperábais que saltase?”. Batió tres récords mundiales con esas pértigas de bambú entre 1940 y 1942 y llegó a 4,77, lo que deja de ser impresionante.

Otro británico, Jonathan Edwards, no participó en los Mundiales de Tokio 1991 porque la prueba se disputaba en domingo. Antes de la cita japonesa tenía la segunda mejor marca del mundo. Sigue teniendo el récord mundial de triple salto.

Y aunque no tenga nada que ver con el atletismo, pero sí con el Olimpismo (este es un blog de ambas cosas), me permitiréis que os cuente un curiosidad de judo. En los Juegos de Seúl 1988 los coreanos, muy creyentes, se entrenaban en un cementerio, para recibir fuerzas de los fallecidos. Les dio resultado: fueron la segunda potencia de este deporte tras Japón, donde nació esta modalidad deportiva.