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Murray, rozando lo más alto

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Por Marta R. Peleteiro

Hace tiempo que pienso que uno de los mejores placeres del tenis es ver jugar a Grigor Dimitrov. Me ocurría algo muy similar con Michael Llodra. Sabía que difícilmente iba a ganar, pero cada golpe me resultaba más bello, y a veces la estética también ha de imponerse a los resultados. El equilibrio entre ambos factores es algo que muy pocos logran, así que, ¿por qué no quedarse con lo bueno de cada jugador?

El partido de hoy ante Andy Murray ha sido todo un recital de golpes bonitos. De hecho, cuando iban 5-3 en el segundo set le vimos golpear por debajo de las piernas para poder llegar a la bola y hacerlo de una forma tan natural que nos hace envidiar esa soltura y anhelar verla más. Pero igual ha sido la tónica de todo el torneo del búlgaro. Incluso se impuso a Rafael Nadal, a quien llegó a dejar sin respuestas y sin reacción ante el juego que tan bien desplegó, lo que me recuerda ese artículo en el que Tomás de Cos pedía savia nueva para su equipo.

Pero el del escocés ya es otro nivel. Murray es todo un muro que deja sin opciones hasta al tenista más inspirado. Cerrar un juego frente a él parece desquiciar a cualquiera. Se trata de un muro que apenas da opciones. Es como si la pista se hiciese para él más pequeña que para el resto de jugadores. Es capaz de llegar a cualquier bola y devolverlo todo. No sabemos si son esas notas que guarda en la mochila y que repasa en cada descanso, pero el caso es que es muy complicado verle cometer un error.

Con 6-4 en el primer set e imponiéndose en el tie-break del segundo, se ha llevado la final del Abierto de China, su primer título en esta pista de Pekín. Pero quizás la conclusión más importante a la que podemos llegar es que está cada vez más cerca de tocar el cielo, sin techo. Y es probable que no tardemos en ver cómo el que faltaba del big four llega al número uno.