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Lavillenie, los nazis y otros abucheos famosos en atletismo

Se quejó el francés Renaud Lavillenie del público brasileño por abuchearle en su lucha por el oro con el local Da Silva, que finalmente le derrotó con récord olímpico de 6,03 metros. Tiene razón. Los abucheos no me gustan en ningún deporte y no los he practicado en mi vida. Dice el perchista galo que algo así no se había visto desde los presuntos abucheos a Jesse Owens en los Juegos de Berlín 1936, abucheos que a mí, lector empedernido de historias olímpicas, no me constan, aunque no digo que no hayan sucedido.

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Lavillenie se arrepintió aparentemente de haber comparado al público brasileño con el nazi y pidió disculpas. Demasiado tarde. Le volvieron a abuchear en la entrega de medallas.

Dijo Lavillenie que había que remontarse a 1936 para escuchar abucheos. Tiene escasa memoria. Ha habido otros, mucho más recientes. Dos de los cuales los viví en persona y que cuento por orden cronológico.

En los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, esos en los que el que escribe fue seleccionado en los relevos 4x400, pero no pudo actuar por una lesión en el bíceps femonal derecho en el calentamiento del primer día allí.

La prueba de pértiga fue excepcional. La vi desde la grada, junto a gran parte de la Selección española. Nuestro favorito era el polaco Wladyslaw Kozakiewicz, al que conocíamos algo porque a veces se concentraba en la Residencia Blume de Madrid, junto a otros miembros del equipo centroeuropeo, con algunos de los cuales hicimos amistad.

Koza tenía como grandes rivales a los soviéticos Konstantin Volkov (ruso) y Sergei Kulibaba (kazajo) y cada vez que saltaba era abucheado por la totalidad del estadio. Nosotros intentábamos contrarrestar aquello con nuestros aplausos. Pues bien, ganó Kozakiewicz con 5,78, récord mundial. Y una vez aterrizado en la colchoneta, se levantó y dedicó al público un corte de mangas de antología. Nada disimulado. Algún fotógrafo recogió el instante, en una foto extraordinaria.

Acto seguido Koza fue corriendo hasta la zona donde estábamos y nos hizo una reverencia poniéndose la mano en el corazón. Nunca se me olvidará aquel instante. Hay que añadir que en aquellos momentos Polonia estaba tratando de salir de la órbita soviética, con el sindicato Solidaridad agitando las calles y las fábricas. La rivalidad era extrema y no sólo deportiva.

Para mayor dolor de los soviéticos, el segundo clasificado fue otro polaco, Tadeusz Slusarki y los representantes de la URSS fueron bronce (Volkov) y octavo (Kulibaba). Derrota dolorosa.

Y también recuerdo los Europeos de Stuttgart 1986. Allí el duelo estaba entre el británico Daley Thompson y los alemanes occidentales Guido Kratsmer, Jüngen Hingsen y Siegfier Wentz. En la rueda de prensa previa Thompson, famoso por ser un provocador simpático, pero provocador, dijo que sus tres rivales alemanes, atletas locales no podían ganarle, y lo explicó así: “Kratsmer es demasiado viejo (tenía 33 años), Hingsen demasiado alto y guapo (medía dos metros y había posado desnudo en una revista bañado en oro) y Wentz demasiado inteligente (estudiaba Medicina con matrículas de honor)”. Y añadió: “Voy a ganar yo porque soy bajito, feo y negro”.

Esos comentarios desataron las iras del público alemán. Nunca he visto un estadio abarrotado a primeras horas de la mañana para presenciar el decatlón y muy pocas más, de interés relativo. Y cuando digo abarrotado escribo de 50.000 espectadores.

Abucheo tremendo a Daley Thompson, repetido en cada una de las actuaciones. Una y otra vez. Pues bien, ganó Thomson. Era el mejor. Le volvieron a abuchear cuando recogió su oro. Le daba lo mismo.

Es decir, que los que ahora se escandalizan de que se haya pitado a Renaud Lavillenie (cosa que censuro absolutamente) deben tener más memoria. El atletismo tampoco es un deporte inmaculado.