Setién, por fin en el Bernabéu
Quique Setién debutó el pasado fin de semana como entrenador de Primera en el banquillo de Las Palmas. Lo hizo nada más y nada menos que con 57 años. Algo más joven sólo que cuando lo hicieron, por ejemplo, Chaparro en el Betis o Jesualdo Ferreira en el Málaga (64 ambos). Y lo ha logrado con el triple de edad con la que se estrenó en la élite como futbolista en las filas de su adorado Racing (2-10-77, Racing 1 – Betis 1). Así, esta próxima jornada llega al Santiago Bernabéu (ganó allí 0-4 en el 87 con el Atlético), donde un día pudo jugar de blanco tras ir convocado al Mundial de 1986 y por donde ya pudo pasar como técnico de la máxima categoría hace ahora 13 años.
En el primero de los deseos incumplidos, las lesiones fueron determinantes. Ramón Mendoza, expresidente blanco, le llegó a confesar a Quique pasado mucho tiempo que su nombre era prioritario para reforzar al Madrid y que únicamente esos problemas físicos truncaron los planes. El segundo de los sueños frustrados fue por iniciativa propia. Como lo oyen. El santanderino se hizo cargo del Racing en Segunda a principios de la temporada 2001-02, en sustitución de Gustavo Benítez, para catapultarlo desde la antepenúltima posición donde se arrastraba hasta el ansiado ascenso. Con el equipo confeccionándose para el regreso triunfal a Primera, decidió echarse a un lado de manera sorprendente para quedarse -como director deportivo- a organizar el club y poner en el banquillo a nuestro añorado Manolo Preciado. Juntos caminaron hasta que Piterman llegó y arrasó con todo de la forma que ya saben.
Setién siempre ha sido así. Un caballero con carácter. Peculiar. Único. Una especie en extinción. Jamás se ha sentido más orgulloso que de aquella decisión en el Racing. Sabía que la oportunidad le llegaría algún día. Y le llegó. Pudo ser incluso este verano. Pero tampoco se precipitó. El técnico recibió varias ofertas tras seis años brillantes en el Lugo. Nunca impuso la pasta y las prisas por llegar antes que sus ideales. A algunos presidentes les dio largas y con otros se reunió para explicarles su modus operandi (exigencia), el método a seguir (seriedad), su proyecto de futuro (cantera) y su nuevo contrato (contrato corto y ampliable si se cumple el objetivo). Casi siempre espantó al personal. Donde los dirigentes buscaban un entrenador, encontraron al último mohicano. Un hombre que ya fue capaz de enfrentarse al mismísimo Jesús Gil y Gil en su etapa como jugador del Atlético, y que siempre, en el vestuario o a través de su afilada pluma como columnista de El Mundo, ha dicho lo que piensa. El mismo que podrá contarle ahora a Valerón (40 años) que hubo un tiempo, siendo ya una estrella veterana como él, en el que tuvo que entrenarse en la playa de El Sardinero porque Miera le aportó y le daba por muerto (“Igual es mejor que vayas dedicándote a otra cosa”, le dijo en verano al ídolo).
La última vez que le entrevisté, poco había cambiado. Y muchas de sus lecciones son aplicables ahora para su nueva aventura. Más que esclavo de sus palabras, hace bandera de ellas. De su etapa en los banquillos fue y sigue siendo tajante: “No aspiro a ser un entrenador de renombre, sólo a ser honrado y a dejar un buen recuerdo. No diré que el dinero me da igual, pero no voy a decantarme nunca por lo económico”. Su concepto de la justicia es el de siempre: “Mientras todo prospera y mejora en el fútbol, los directivos son los únicos que no se han profesionalizado”. Los fichajes de invierno, aunque alguno tendrá que hacer ahora, no le gustan: “Cuando se tuercen las cosas, son los primeros en desconectar. Tienen contratos y la cabeza en otros lugares”. Y su sabiduría está intacta tras tantas horas de ajedrez, su pasión. Con la reciente llegada de Alí Syed a Santander ya se atrevió a pronosticar el desastre: “Al final, volveremos los de la casa; esto es cíclico y no aprendemos”. Dicho y hecho. Setién, en la distancia, es miembro de la Comisión Deportiva del Racing actual e ideólogo en un proyecto de los que le gustan: con lo justo y alejado por ahora del fútbol profesional, pero empezando de cero con la gente de la casa, como su hijo Laro.
Ya lo ven. Llega a la Liga un tipo fascinante. Y conviene disfrutar de él. No todos los días estamos ante un discípulo de Luis Aragonés: “Él significó mucho para mí porque me cambió la manera de ver el fútbol y de entender esta profesión”. No todos los días estamos ante alguien al que el mismísimo Cruyff alaba en la fabulosa biografía que de Setién escribió Raúl Gómez Samperio: “Tendremos la suerte de seguir contando mucho tiempo con él”. O como también lo hace Valdano: “Fue otro disidente del Imperio de la Furia que le puso pausa al vértigo, claridad y elegancia. Quique se fue derechito hacia la historia, ese lugar donde los números le dan la razón a quienes, como yo, le declaramos inolvidable”.
Pero sobre todo conviene aprender con un entrenador al que no le han regalado nada, que ha subido todos los peldaños de uno en uno sin precipitarse (entrenó además al Logroñés, al Poli Ejido, a la Selección de Guinea…) desde las calles donde jugaba en la Plaza Esperanza hasta el profesionalismo que le honra. Un hombre sensato que tanto amaba el fútbol y sus orígenes que su prioridad cuando reunió algo de dinero fue comprarse una casa en Liencres por cuyos pinares hizo mil pretemporadas. Su paraíso, donde lo primero que ordenó construir fue un campo de fútbol en el que, cada vez que puede, convoca a los amigos de verdad para jugar. Su verbo preferido.