Nick Kyrgios: quiero ser cool
Por Jorge Ducci
El insulto que Nick Kyrgios le lanzó a Stanislas Wawrinka en Montreal debe de ser pan de cada día en cualquier deporte. Seguramente en el fútbol se dicen cosas mucho peores. ¿Qué le habrá dicho Materazzi a Zidane?, por ejemplo. Pero en el contexto de ese deporte, pasa inadvertido, por el ambiente en que se desenvuelve. ¿Está bien? No. Pero pasa a cada rato.
Sería hipócrita por mi parte predicar sobre buen comportamiento en una pista de tenis cuando todo el que ha jugado a nivel competitivo, a cualquier escala, alguna vez ha sabido qué se siente al perder, frustrarse, enojarse o, en este caso, según acusó Kyrgios, ser provocado.
Lamentablemente para Kyrgios, escogió un deporte que se maneja bajo ciertos códigos y, para peor, uno donde el silencio es fundamental y, por lo tanto, cualquier exabrupto será captado inmediatamente. No sólo por una cámara oculta con súper zoom que pueda leer los labios, sino por los espectadores, los jueces e, incluso, los propios rivales.
El fondo de esto son los códigos y el respeto. Y los límites. Siempre hay una frontera. Kyrgios, al decir que su amigo, compatriota y colega Thanasi Kokkinakis se había relacionado con la supuesta novia de Wawrinka, Donna Vekic, insultó al suizo, a la tenista y al propio Kokkinakis. Mató tres pájaros de un tiro. Innecesario y ofensivo.
No es la primera vez que el australiano tiene problemas. Este año le dijo "eres una basura" a un juez de línea. En Wimbledon fue multado por regalar un par de puntos en su derrota de cuarta ronda, sin contar las innumerables raquetas que ha destrozado en todo el mundo.
Acá no se cuestiona la rebeldía de Kyrgios. Hay que separar las cosas. Más de alguno mete en el mismo saco factores tan superficiales como sus audífonos rosados, sus extravagantes cortes de pelo, su teñido de amarillo y rosado o sus cadenas y aros. Cosas que no influyen en nada y que son entendibles para un chico de 20 años, una edad en donde quienes llevan una "vida normal" buscan su identidad como todos. Es parte de su atractivo como personaje.
Su rebeldía tenística también es algo que asombra. Ya tiene en su palmarés triunfos sobre Federer y Nadal y su juego, sin ser formalmente bonito, seduce por su agresividad, sus movimientos poco estéticos pero efectivos, y su actitud de ‘no le tengo miedo a nada ni a nadie’. Bien, así debe ser.
No estoy de acuerdo con Boris Becker, quien hace poco insinuó que el tenis sería más atractivo si Federer, Djokovic o Nadal dejaran su cordialidad mutua de lado y dijeran públicamente el poco afecto que se tienen. Yo al menos agradezco que dentro de la cancha han batallado a morir, entregando partidos legendarios y que así, sin provocaciones, se han exigido al límite. Si se caen bien o no, me tiene sin cuidado. Es parte de un circo que no aporta.
Se sabe que dentro del circuito Wawrinka no es de los más queridos. Tuve la oportunidad de entrevistarlo un par de veces y de coincidir con él en muchos torneos, y aunque es un tipo correcto, no destaca precisamente por su carisma. Bien por él, es su personalidad, pero sabe cómo se maneja esto.
Kyrgios tiene todo para ser una estrella internacional y tomar la posta del tenis mundial. Pero debe aprender algunas lecciones y que existen códigos y límites que no se deben vulnerar jamás, por mucha calentura que se tenga. Eso es un trabajo que no lo va a lograr la ATP con alguna sanción (que está bien que la reciba, lógicamente), sino de su familia y su entorno. Si Federer y Agassi lo entendieron a tiempo, él también puede hacerlo. Tampoco hay que crucificarlo antes de tiempo.
Pero Nick, si quieres ser cool, este no es el camino.