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¿Dónde está Soderling?



Por Marta R. Peleteiro MPeleteiro_AS

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Rafael Nadal busca su décimo Roland Garros. El manacorí siempre ha reinado sobre la arcilla de París a excepción de en una ocasión: 2009, su único partido perdido allí. Aquella vez allanó el terreno para que Roger Federer pudiese completar así su cuadratura de grand slams. Pero ¿qué fue del verdugo del mallorquín, el mismo al que el helvético tuvo que medirse en esa final? Aquel que lo puso difícil fue Robin Soderling, un sueco huraño del que se esperaban maravillas.

Se suele decir que el tenis es cabeza, piernas y brazos. Pues el de Tibro, con 1,93 metros de estatura y un peso de casi 90 kilos, deslumbró al mundo con una coordinación y un juego de piernas impropios de alguien de tal tamaño.

Su derecha no se quedaba atrás, plana y veloz en cualquier superficie. Su saque, potente, como cabe esperar de una constitución así. Y su cabeza…, qué decir de su cabeza. “Yo no estoy aquí para hacer amigos”. Su declaración define a la perfección su filosofía profesional.

Contra todo pronóstico, Soderling venció a Nadal en aquella cuarta ronda de París y explotó como tenista, llegando a alcanzar incluso el cuarto puesto de la clasificación de la ATP. Pero en Bastad, en su país, el 11 de julio de 2011 y con una victoria aplastante sobre David Ferrer (se impuso con un doble 6-2) para llevarse su décimo torneo, jugó su último encuentro.

Cuando se supo que esa temporada no participaría en el US Open, saltaron las alarmas. Era quinto y colgaba la raqueta con la esperanza de que fuese algo temporal. Una mononucleosis tuvo la culpa. La enfermedad del beso, esa por la que también pasó Roger Federer y que retiró al croata Mario Ancic con 26 años, puso freno a una carrera que prometía dar que hablar, especialmente por el morbo que tenía su faceta de chico malo. Normalmente esta dolencia se manifiesta con fuertes fiebres y un cansancio difícilmente aplacable. Los efectos pasan normalmente al cabo de unas semanas y un par de meses de agotamiento, pero a veces este padecimiento puede volverse crónico, y eso es lo que mantiene al sueco alejado de las pistas desde hace ya unos tres años.

Cuando hace ya meses convocó una rueda de prensa, muchos creían que anunciaría que iba a colgar la raqueta de manera definitiva. Se apoyaban en sus propias palabras a finales de 2012: “Si no puedo volver en 2013, me retiro”. Pero no, no ceja en su empeño. Sigue entrenándose con la esperanza de disfrutar de dos o tres años más como profesional. El problema, como él mismo explicaba, es que sólo puede entrenarse media hora como máximo y pasarse los dos días siguientes derrotado, sin fuerzas para repetir el esfuerzo. “Me siento impotente. Estoy frustrado porque estoy haciendo todo lo que puedo”, había dicho el sueco, quien incluso ha llegado a recurrir a la acupuntura.

¿Y para qué era aquella convocatoria? Para anunciar su actividad como director de los dos ATP 250 de su país: Estocolmo (pista dura cubierta) y Bastad (tierra batida), donde precisamente se despidió anotándose la edición de 2011 y su décimo y último título hasta la actualidad: Lyon (2004 y 2008), Milán (2005), Bastad (2009 y el ya mencionado), Rotterdam (2010 y 2011), Masters de París (2010), Brisbane (2011) y Marsella (2011).

Lo bueno de su situación es que ya se ha acostumbrado a vivir con la enfermedad. “He aprendido a pensar que mi regreso quizás no sea posible. Por primera vez en mi vida no pienso en mí mismo, tengo otras prioridades. Podría haber sufrido esta enfermedad con 18 o 20 años, pero me ha llegado con 27 y puedo decir que he hecho carrera”. Esas prioridades son su paternidad y también esta actividad en los despachos. Y aunque no descarta todavía por completo el volver, rondando ya la treintena es cierto que también contempla la retirada y competir en el menos exigente circuito de veteranos.

Pese a su ausencia, Soderling siempre será recordado por esa actuación en 2009 y también por haber llegado a la misma final al año siguiente, cuando el tenista mallorquín se tomó la revancha. Él, sin embargo, como explicó hace unos días al diario The Telegraph, está deseando que alguien más derrote al mallorquín. “Está bien ser el único en haberlo conseguido, pero todo el mundo me pregunta solamente por este partido. Estoy muy orgulloso de otras cosas de mi carrera, como estar en el top-5 o llegar a una final de grand slam en dos ocasiones. De hecho, estoy más orgulloso de haber entrado en la final de 2010 que del año anterior, ya que defender aquellos puntos era un gran reto. Así que quizás sea bueno que Rafa pierda otra vez, entonces la gente dejará de preguntarme por esto. Es casi como una leyenda y muchas veces hay versiones equivocadas: algunos piensan que soy la única persona que le ha ganado un partido, otros que fue en la final de Roland Garros, y otros incluso que fue en Wimbledon”.

Nadal fue también su máximo rival y quien le ayudó a granjearse su fama de malhumorado. Aunque muchos achacaban su comportamiento a una timidez extrema, esta introversión se puso en duda durante un partido entre ambos en la edición de 2007 de Wimbledon. Harto de que Nadal no respetase los tiempos, lo que en tenis se conoce como la regla del juego continuo, se fue a cambiar la raqueta cuando el manacorí empezaba a armar su saque. La sorpresa de este fue tremenda cuando miró al frente y no vio al rival para restar. Cuando se reincorporó, Nadal le devolvió la broma haciendo una pequeña parada y anunciando jocosamente “bolas nuevas”. El sueco no se quedó atrás, se tiró por un hombro de la camiseta, después por el otro, se tocó la nariz, la oreja… Una imitación que no gustó al de Manacor.

Bromas aparte, el tenis extraña a villanos capaces de romper la hegemonía de los que siempre se llevan todos los títulos y a algún hostil ‘bad boy’ que altere de vez en cuando el circuito.

PD: En el nuevo AS Color (número 156) tenéis un buen tema sobre cómo escoger la raqueta adecuada, escrito por un maestro encordador.