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Mike Agassi: “He sido un padre tirano, pero lo he hecho bien”

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Marta R. Peleteiro MPeleteiro_AS

Hace unos meses descubríamos el infierno interior que había vivido uno de los grandes campeones de la historia del tenis: Andre Agassi. En sus memorias, tituladas Open, el chico rebelde de la raqueta, que hoy cumple 45 años, contaba cómo había llegado a convertirse en número uno mundial, así como la infelicidad que le producía golpear día tras día la pelota amarilla. Su padre, Mike Agassi, había estado en la génesis de todo aquello.

Pese a todo lo bueno que le había dado el tenis, el campeón de ocho majors describía a su padre como un tirano que no le permitía hacer aquello que todos los niños de su edad hubiesen deseado: jugar, divertirse o, al menos, escoger su futuro. Pero su padre no iba a cejar en su empeño de tener un hijo tenista. Ahora, en una entrevista en La Repubblica, se defiende de esa imagen ofrecida al mundo por Andre. “Seamos directos. ¿He sido un tirano? Sí. ¿He sido duro y severo? Sí. Pero mejor un padre al lado de un hijo deportista que un entrenador. Es más, a los padres de hoy les digo: ‘Rebelaos. No dejéis que os roben a vuestros chicos en los centros técnicos, en esas escuelas especializadas, esos gurús. Aman por contrato, no por sangre. Un padre ama a su hijo, un entrenador lo hace por dinero. Esa es la diferencia. Pero siempre a los ojos del hijo el entrenador sabe más que el padre”.

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De hecho, se arrepiente de haber llevado al menor de sus hijos a la academia de Nick Bollettieri. “Cuando Bollettieri lo vio, me llamó diciéndome que corría con todos los gastos porque mi chico era un fenómeno. Fui a por él, puesto que Andre no volvía a casa y lo que vi no me gustó. Mi hijo se quedaba en el fondo de la pista golpeando una y otra vez, en lugar de ensayar el saque y la volea, el remate y la anticipación. Así es muy fácil, pero si los entrenas a todos de la misma forma, ¿dónde vas a encontrar esa diferencia que te haga un ganador? ¿Dónde fue que mi hijo comenzó su alcoholismo y a hacer cosas extrañas? Pelo teñido, maquillaje en los ojos, esmalte de uñas… Allí”. Se queja también de la influencia que tiene el dinero en la carrera de los deportistas y en la relación con su familia: “Los padres no pueden competir con el dinero, y así nos roban a los hijos. El dinero te hace sentir un dios superior, es lo que manda”.

A la pregunta acerca de si ha sacrificado a sus cuatro hijos en pro del deporte, Mike, frustrado quizás por su falta de éxito cuando acudió por Irán a competir como boxeador en dos ediciones de los Juegos Olímpicos, contesta que solamente a tres. “Quería que se convirtieran en campeones. Rita, la mayor, nacida en el 60, era una chica fortísima, por físico y potencia, pero Pancho González me la robó. Se convirtió en su entrenador y se casó con ella pese a los 20 años de diferencia, la alejó de mí y me la robó. El segundo, Philip, era un buen jugador, pero Rita siempre le ha picado diciéndole que era un perdedor. Vivíamos en Nevada, que linda con muchos estados mormones, él no lo era y así nunca encontró buenas bolsas de estudio. Tami también era una chica dotada, pero no tenía el físico necesario, siempre estaba cansada, prefirió estudiar. De Andre, el más pequeño, nunca diré que lo he sacrificado, viendo que se ha convertido en un campeón y que ahora es un millonario generoso y comprometido socialmente. Tenía siete años cuando predije que sería el número uno del tenis”.

Este cuenta en su libro que incluso cuando buscaron una casa, lo único que le preocupaba a su padre era tener un espacio para poder instalar una cancha donde practicar. Tras los tres primeros intentos fracasados, su única esperanza era Andre, a quien llegó a fabricarle una máquina conocida como ‘Dragón’, que escupía bolas a una velocidad endiablada para que él pudiese practicar y convertirse en lo que luego fue. Respecto a su invención, dice: “Avisé a un tipo para que se la llevara y le di 50 dólares por las molestias. Si hubiera sabido que se iba a convertir en el símbolo del mal, la habría guardado en un museo. Debo decir que por eso desarrolló la vista de un modo extraordinario. No necesitaba mover los ojos para ver. Por eso encontraba ángulos imposibles y si se entrenaba con la máquina, lo hacía a un ritmo de un millón de pelotas al año”.

Sobre los comienzos del antiguo número uno y la importancia de su presencia a su lado, relata “Cuando Andre era un chiquillo y los campeones venían a Las Vegas, hacían algún peloteo con él, bajo mi insistencia, naturalmente. Ilie Nastase, enfadado por un globo que lo había superado, se vengó tirándole una pelota directa a la cara. Y Bob Sherman, otro gran tenista, me dijo: ‘Págame 100 dólares, no juego con niños’. Yo le respondí que le daba 100 si ganaba el partido y que él ponía 10 si lo perdía. André ganó 6-3 y 6-3. Sherman no me pagó y se fue furioso. Le perseguí: ‘Maldito, al menos devuélveme las pelotas’. ¿Y me queréis decir que mi hijo no nació para jugar al tenis? Un padre tiene que estar presente en esos momentos y defender a sus hijos de esos abusadores”.

Pero además de para defender, Mike Agassi estaba también para exigir, y recuerda el momento en el que sacó un martillo en una pista. “Y lo habría hecho alguna otra vez. Porque estaba descontento por el juego de Andre. Le pegué un martillazo a la valla. Y le grité a los árbitros, y cuando Andre perdió una final júnior contra Courier, le quité el trofeo por el segundo puesto y lo tiré al río”. Una muestra de lo que su hijo siente que echaba en falta, la felicitación por los logros. Aunque al final del libro deja entrever que su padre simplemente no mostraba sus sentimientos. “Seré un monstruo, pero no me arrepiento. Cuando Andre dejó el tenis, lloré porque se acababa también una parte de mí. Soy rudo y brutal. Digo lo que pienso. Cuando le ganó a Ivanisevic en Wimbledon después de tres finales de Grand Slam perdidas, me llamó. ¿Qué debía decirle?”. El periodista de La Repubblica le sugiere o un “bravo” o “felicidades”. “No, maldita sea, me quejé: ‘¿Cómo has podido perder el cuarto set?’. Lo pensaba sinceramente”.

Mike sentencia: “Connors, Evert, Seles, Capriati, Pierce, Graf, Nadal, Sharapova, las hermanas Williams… Detrás hay siempre alguien de la familia que ha perseguido una obsesión, como la llamáis vosotros. Esta casa tiene una dirección: calle Agassi. Sólo me arrepiento de haber escogido el tenis, porque es un deporte que exige mucho, especialmente en cuanto al físico. Hoy me hubiese decantado por el golf. Mi gran pecado ha sido amar el tenis y querer hacer de mis hijos unos campeones. Pero si soy un monstruo, lo he hecho bien”.