Sangre charrúa
La vida da escasas segundas oportunidades y menos a los deportistas. Son pocos los que pueden volver de lesiones o retiros para recuperar la gloria perdida o, en muchos casos, la gloria nunca conseguida.
Pablo Cuevas es alguien que rompe esa tendencia. Un jugador humilde, cercano y proveniente de un país acostumbrado a entregar súper estrellas en fútbol pero poco más que eso. Quizás su receta es el anonimato y las ganas de triunfar por amor al deporte.
Cuevas estuvo casi dos años fuera por lesiones en su rodilla derecha - dos operaciones incluidas - luego de llegar a ser un buen jugador, correcto, reconocido entre sus pares pero lejos del nivel top al cual la gente común y corriente suele apreciar.
Pero su juventud, sus ganas o, en una de esas, su sangre no le permitieron rendirse. Esa famosa sangre charrúa que para muchos es mito hasta que Uruguay gana una Copa América, sale tercero en un Mundial y en el siguiente elimina a Italia e Inglaterra. Esa que permite que un país de 3,5 millones de habitantes tenga una selección con dos copas del mundo.
Parece que esa sangre no es solo de los futbolistas. En 2014 Cuevas jugó sus dos primeras finales ATP y las ganó en semanas seguidas en Bastad y Umag, y en 2015 ya fue campeón en Sao Paulo. Ahora es No. 23 del mundo, el mejor ranking que ha tenido algún uruguayo en la historia.
Todo el mundo tenístico sabe quién es Pablo Cuevas. Todos pondrán atención a ese revés clásico que tanto agrada a la vista y ese juego fácil que es envidia de tantos. Dicen que el tenis moderno es de los poderosos físicamente, pero gracias a él todavía queda esa cuota de poesía que, no es casualidad, generalmente proviene de estas tierras (pregúntenle a un tal Ríos o Coria).
¿Hasta dónde puede llegar cuevas? Quién sabe... ¿Importa? Probablemente no mucho porque ya tuvo su triunfo personal, el que más cuesta, y ahora sólo le queda disfrutar y, sobre todo, que nosotros disfrutemos de él.