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La picadora de carne (Tercera parte: Los Conductores)

Mariano Tovar

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Hoy subimos un nuevo escalón. Ya no hablaremos de quarterbacks que no merecen dicha calificación, ni de meras marionetas que se limitan a ejecutar lo que se les ordena con más o menos éxito. Los tipos a los que me referiré también son capaces de tomar decisiones, cambiar jugadas con regularidad, conducir drives con éxito en ‘no huddle’, arriesgar bajo su responsabilidad y cuestionar el game plan o las decisiones de la banda. Son los conductores.

Pero ni siquiera este nivel garantiza que un quarterback sea ese jugador franquicia por el que suspiran todos los equipos. Muchas veces es mejor una buena ‘Marioneta’ que un mal ‘Conductor’. Andy Dalton personaliza esas dos facetas. Cuando se limita a ejecutar la jugada marcada no suele hacerlo del todo mal. Cuando tira de galones y decide echarse el equipo a la espalda, los gritos de terror brotan como setas en las gradas del Paul Brown Stadium. El problema es que ese tira y afloja amenaza con convertirse en una digestión de dos mil años en una nueva dimensión del dolor. Dalton lleva algunos años siendo un mal menor en tierra de nadie, pero sus Bengals necesitan algo más que eso para ser competitivos.

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Sin embargo, Joe Flacco sí que tiene éxito en esa zona de nadie, mitad marioneta, mitad conductor. Sus mejores partidos suelen ser precisamente esos en los que no inventa y se dedica a ejecutar con diligencia lo que le ordenan. Cuando se emociona y empieza a tomar decisiones motu proprio sus Ravens suelen colapsar, pero curiosamente eso cambia radicalmente en postemporada. En enero, el Flacco con iniciativa, e incluso temerario, suele convertirse en una máquina de matar. No me pidáis una explicación racional al fenómeno. Me gusta mucho Flacco cuando en temporada regular es una mera marioneta, pero me gusta aún más cuando se convierte en conductor estelar en postemporada.

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Hay un nuevo perfil absolutamente esquizofrénico. Me refiero al de algunos quarterbacks móviles. Técnicamente son ‘incapacitados’, dentro del pocket son ‘marionetas’, pero cuando arrancan a correr o ejecutan la ‘read option’ adquieren galones de ‘conductor’. Entonces vivimos auténticos dramas. Carreras contra el tiempo de jugadores que son conscientes de sus limitaciones, que notan que sus trucos de prestidigitador no les van a funcionar durante mucho tiempo y que intentan mejorar en esa faceta pasadora como sea. Algunos lo consiguen y otros se quedan por el camino. Mientras tanto, los aficionados nos lo pasamos bomba con nuestros encendidos debates sobre la auténtica valía de Griffin, Newton o Kaepernick.

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Además, esos quarterbacks corredores suelen tener carreras cortas incluso después de evolucionar hacia un perfil más pasador porque nunca dejan de ser esclavos de sus condiciones físicas. Pero como para todo debe haber excepciones, Randall Cunningham consiguió una mutación casi milagrosa de scrambler radical en su etapa como Eagle, a pocket passer estático en los Vikings. Y siempre entre la élite de la NFL.

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Hay otros conductores con talento infinito y condiciones extraordinarias que no acaban de arrancar, como Stafford, o que involucionan, como Cutler. Estamos acostumbrados a escuchar que las grandes estrellas son como el buen vino: mejoran con los años. Cada posición tiene una edad. Los running backs suelen rendir al ciento por ciento desde su temporada de rookie, pero muchos están acabados bastante antes de cumplir 30 años. Los jugadores de la mayoría de las posiciones desarrollan sus mejores temporadas entre los 27 y los 30 años, cuando se junta el cenit físico y la veteranía. Sin embrago, las grandes estrellas en la posición de quarterback suelen vivir sus mejores momentos bien entrada la treintena, cuando el resto se está jubilando.

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Volviendo a Stafford, no hay duda sobre su capacidad para echarse el equipo a la espalda. Y este año ha demostrado que no es un simple esclavo de Megatrón, pero sin embargo no termina de dar ese paso que diferencia a los buenos de las auténticas estrellas. La sensación es que lleva un tiempo estancado y, si hacemos caso de lo que dicen sobre el jugador, que no tiene demasiado interés en evolucionar tanto en el aspecto táctico como en el mecánico. Estrellas como Tom Brady o Peyton Manning dedican muchas horas en postermporada a mejorar su mecánica de pase, pulir defectos, estudiar partidos, etc… parece que Stafford no es muy aficionado a ese tipo de sacrificios. Quizá piense que no los necesita, que ya es una estrella.

Parece que Jay Cutler es otro jugador poco aficionado a trabajar durante la offseason. A eso se le suma un carácter muy complicado, una rebeldía natural y una tendencia a cuestionar las decisiones de sus coordinadores ofensivos. Cutler juega como a él le da la gana y nadie tiene que decirle cómo hacerlo. Al final siempre consigue salirse con la suya. Lo malo es que su actitud tampoco garantiza el éxito a su equipo. Es más, normalmente es garantía de fracaso. A todo lo anterior hay que sumarle una tremenda fragilidad mental. Cutler no es un luchador. Cuando las cosas se tuercen se viene abajo y le da igual su equipo o sus compañeros. Tira el partido sin que le importe un pimiento nada ni nadie. A veces creo que Culter solo necesita un par de tortas bien dadas y un entrenador que sea capaz de meterle en vereda para auparse como una gran estrella, pero por ahora solo es un tipo empeñado en autodestruirse y arrastrar con él a los que le acompañan.


No hace mucho Carson Palmer también era considerado un tipo complicado y de carácter frágil, como Cutler, y con una facilidad preocupante para lesionarse. En realidad, uno más de la larga lista de quarterbacks estrellas de la USC que fracasan en el profesionalismo (Mark Sanchez y Matt Leintart también fueron Troyans). Palmer sigue lesionándose sin parar, pero quizá eso nos impida ver a un jugador que ha mejorado significativamente cuando ha bajado su perfil. Sus últimas temporadas en Arizona han sido estupendas cuando ha conseguido mantenerse sano. Sigue siendo capaz de tomar decisiones y colar el balón por el ojo de una aguja para que llegue a las manos de un receptor en triple cobertura, pero parece más dócil, más dispuesto a perder protagonismo y a apoyarse en el backfield… peeeeero nada de todo esto podrá se considerado una certeza hasta que no consiga jugar una temporada completa sin lesionarse.

Eli Manning ya ha demostrado de sobra que puede echarse el equipo a la espalda para ganar dos Super Bowls nada menos que a los Patriots. Que funciona como marioneta y también como conductor, pero también tiene un punto de jugador de ruleta insensato. Como sabréis, el buscador de Google tiene una pestaña que se llama “voy a tener suerte”. No conozco a nadie que la use. Si quiero encontrar una respuesta prefiero encontrarme con un abanico de posibilidades. Si Eli usa Google como juega al football, estoy seguro de que es adicto al botoncito de la suerte. Porque Eli no tiene ningún inconveniente en soltar el balón y encomendarse a los dioses del football para que llegue a su destino. Algunos piensan que simplemente no es capaz de analizar todas las circunstancias de la jugada, de leer el campo, como debe hacerlo un buen conductor antes de soltar el balón. Y que por eso debería ser relegado de nuevo a la categoría de marioneta para dejar de tirar intercepciones. Otros defienden que en muchas ocasiones ha demostrado un talento superior, imposible para alguien con problemas para enterarse de lo que pasa a su alrededor. Lelo o no, Eli nunca termina de dar el salto a gran estrella que correspondería a un tipo elegido MVP en dos Super Bowls.


Hay otros conductores con una mecánica extraordinaria, talento garantizado, sin esquizofrenias, sin altibajos inexplicables, trabajadores, disciplinados, sin tendencias ludópatas, capaces de conducir drives ganadores y de echarse el equipo a la espalda, con números sobresalientes y que tampoco terminan de dar el salto a gran estrella. Tony Romo o Matt Ryan son un ejemplo claro de esa categoría y en cada generación hay unos cuantos como ellos. Su principal problema suele ser la falta de éxito en postemporada. Son jugadores que no han pasado la reválida de enero. Vuelvo al inicio del artículo. Quizá Joe Flacco sea la mayor parte del tiempo peor jugador que los dos que he nombrado antes, pero ya ha demostrado que en los partidos que de verdad importan sabe dar un paso adelante que aún no hemos visto dar a Romo o Ryan. Y ese primer interrogante abre de inmediato una segunda cuestión: ¿de verdad son jugadores capaces de marcar la diferencia y de hacer que sus equipos ganen? ¿O son solo jugadores buenos que brillan cuando lo hace el resto del equipo?

Porque para hacer que un ataque juegue por encima de sus posibilidades es necesaria una gran estrella, y de sus características hablaremos en la última entrega de este serial.

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl