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Seattle Seahawks 28 – Green Bay Packers 22

Jamás hay que dar por vencida a una bestia salvaje

Mariano Tovar

Olvidaos de cualquier guión previsto, de todos esos partidos que los aficionados jugamos en nuestras cabezas en la jornadas previas al choque. De análisis sesudos, y estudios concienzudos. No creo que nadie en el mundo imaginara, soñara, previera o adivinara la debacle que sufrió Seattle durante, posiblemente, la peor primera mitad ofensiva de cualquier equipo de la NFL en toda la temporada. Quizá la peor que se recuerda. Tampoco creo que nadie sea capaz de explicar de una forma razonable cómo hicieron los Packers para terminar perdiendo en la prórroga.

El arranque de los Seahawks no fue provocado por un problema puntual; por un detalle. Fue ‘La Debacle’ con mayúsculas. El ‘si algo puede salir mal’ llevado a la categoría de arte. Posiblemente, lo único que les salió bien a los actuales campeones, salvo por una intercepción temprana de Sherman, fue la ceremonia previa al kickoff inicial, cuando Paul Allen, propietario de los Seahawks, incendió a las masas del CenturyLink, que ya de por sí no necesitan demasiado para llegar al paroxismo, para que el mundo retumbara con sus gritos. A partir de ahí, y hasta el descanso, el cero absoluto.

La defensa local salió al campo sobreexcitada. Casi desbocada. Empezó a acumular penalizaciones desde el primer minuto. Diez de los Seahawks en la primera mitad. Tres de ellas casi seguidas en la primera serie ofensiva de los Packers, que terminó con esa intercepción de Sherman que os anunciaba. Y que además consiguió en su propia end zone. Cuando la mayoría nos preparábamos para presenciar el rodillo de los campeones, Wilson sufrió su primera intercepción; en la siguiente serie de los locales, balón perdido en el retorno; en el tercer drive, tres y fuera; en el cuarto, nueva patada inmediata, y punt lamentable para que los Packers empezaran atacando en la yarda 33 de sus rivales; en el quinto llega la segunda intercepción a Wilson; en el sexto drive, tercera intercepción… en el último, con treinta y cinco segundos por jugar, Wilson completa su segundo pase de toda la primera mitad.

Dos pases completos y tres intercepciones del quarterback de Seattle en dos cuartos completos. Muy probablemente, los dos peores cuartos de un quarterback en la NFL moderna. Y no estamos hablando de alguien en entredicho, sino del pasador de los vigentes campeones. La inteligencia convertida en jugador de football americano, como demostró durante un final de partido de locura. Tras la victoria, lloró como un niño delante de los micrófonos. Subir de lo más profundo del infierno a la cima del cielo en menos de dos horas puede acabar con el corazón de cualquiera.

Tras esa mitad de pesadilla, uno puede imaginar que los Packers dejaron el partido sentenciado antes del descanso. Ni de lejos. La realidad es que Green Bay dejó escapar una oportunidad histórica. Que así no se las ponían ni a Fernando VII. Después de la primera intercepción sufrida por Rodgers, los visitantes tuvieron dos posesiones inmejorables. En la primera empezaron a atacar en la yarda 19 rival y se atascaron a pulgadas de la end zone. Anotaron un field goal para adelantarse en el marcador 0-3. En la siguiente empezaron en la 23 y volvieron a quedarse en la uno para sumar un field goal más. Seis puntos en total que sabían a muy poco, y que a la postre fueron insuficientes. Que la defensa de los Seahawks resucitaba en la yarda final, pero hasta ahí acumulaba errores que Rodgers no era capaz de explotar.

Rodgers, que no cojeó hasta los minutos finales y que pareció muy recuperado de la lesión de gemelos que viene arrastrando, jugó un partido bastante gris comparado con el de la semana pasada. La mejora física no fue ayuda suficiente. El ruido del estadio y la rapidez de la secundaria de Seattle parecieron tenerle siempre bastante acogotado. La primera mitad suena a decepcionante tras solo 12 completos de 21 lanzamientos, un touchdown y dos intercepciones. El touchdown, un pase a Cobb, llegó en la última jugada del primer cuatro y dejó el marcador 0-13. Después llegó un field goal que dejaba a los locales tres anotaciones por debajo con medio partido por delante y la sensación de que sería imposible que levantaran una losa tan pesada.

Pero la segunda mitad de los Packers fue casi tan mala como la primera de los Seahawks. Esta vez el problema no fue la acumulación de errores, sin la vulgaridad. El único objetivo era dejar que el reloj corriera. Que pasara el tiempo. Rodgers completaba 7 de 13 para 63 yardas, casi todos en el último drive. Lacy sumaba 16 por tierra en ocho intentos. Starks ayudaba algo más, pero era insuficiente.

Como insuficiente parecía el esfuerzo del ataque de los Seahawks para remontar. Pero los campeones lo son, sobre todo, por su espíritu indomable. Nunca se rinden y son capaces de encontrar un halo de vida donde cualquier otro equipo se daría por vencido. Mediado el tercer cuarto su ofensiva pareció entrar en un callejón sin salida, obligada a anotar un field goal que no servía para nada. Entonces, Carroll inventó una jugada imposible. Un engaño que transformó la patada en un pase de touchdown del punter como por arte de magia. Sí, hablamos del mismo Ryan que había dado patadas horrorosas en la primera parte, y que renacía saliéndose del guión para conectar con Gilliam y dejar el marcador 7-16. Green Bay aún estaba dos anotaciones por delante.

Los Packers no se ponían nerviosos. Poco después sumaban tres puntos más 7-19 tras despertar durante unas pocas jugadas del sopor en el que habían entrado en su intento de dormir el partido. A poco que hubieran apretado, que se hubieran comportado como debe hacerlo un aspirante a campeón, habrían podido dar el tiro de gracia a unos Seahawks que seguían sufriendo su mayor crisis de identidad de los últimos años. Hasta tal punto que Wilson sufría una cuarta intercepción a falta de cinco minutos. Los Packers se veían en la Super Bowl.

Entonces llegó la locura.

Lynch, desaparecido durante todo el partido, más preocupado de lucir botas doradas que de jugar, se lanzó a sumar yardas como un poseso. Wilson dejaba de lanzar intercepciones y se convertía en infalible. Los Seahawks se transformaban en una tormenta perfecta. Intentaban arreglar en cinco minutos todo lo que habían roto en cincuenta y cinco.

Atravesaron el campo para que Wilson anotara un touchdown de carrera que dejaba el marcador 14-19. Quedaban poco más de dos minutos de partido y estaban obligados a buscar el milagro con un ‘onside kick’. Tras la patada, Brandon Bostick parecía tenerlo todo a favor para controlar el balón y que los Packers redondearan la victoria, pero lo dejó escapar para que Lockette hiciera la jugada de su vida y diera la última oportunidad a unos Seahawks que no se lo podían creer.

El estadio, en silencio durante gran parte del encuentro, volvió a enloquecer. Seattle temblaba bajo un terremoto cuyo epicentro se encontraba en el CenturyLink. Lynch ya se encontraba en su salsa. ‘Modo Bestia’ conseguía lo imposible. Touchdown en medio minuto mientras Wilson sacaba el cañón Berta a pasear. Y para redondear el milagro, el propio Wilson completaba un lanzamiento imposible en el intento de conversión, para adelantar a los Seahawks por tres puntos: 22-19.

Pero darle 44 segundos a Rodgers es muy peligroso y los Packers pudieron forzar la prórroga con el cuarto field goal de Crosby 22-22.

Después de tantas taquicardias, sucesos extraordinarios y milagros deportivos, el tiempo extra no tuvo historia. Es más, transcurrió por los derroteros que la mayoría esperábamos vivir en los cuatro cuartos anteriores. El ataque de Seattle, explosivo, infalible, imparable, se atravesó el campo en seis jugadas, a ritmo de Lynch y Wilson formando su dúo infernal, para que un pase profundo del quarterback a Kearse certificara uno de los finales más apoteósicos que se recuerdan.

Los Packers lo tuvieron todo a favor, pero no mataron a su rival cuando pudieron. Jamás hay que dar por vencida a una bestia salvaje.

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl