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Carta abierta a Llodra: “Te debía unas palabras”

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Por Marta R. Peleteiro @MPeleteiro_AS

Hace tiempo que te vengo debiendo algo y lo voy a hacer en forma de palabras. A mí me gustaba el tenis, cierto, pero verte jugar me hacía no despegarme del televisor durante un rato. Un rato sólo, claro, porque un tenis kamikaze como el tuyo no te da opción a más. Saque y volea. Un tremendo zurdazo bien colocado y enseguida te ibas arriba, nada de defender, a ti lo que te gustaba era atacar. Si estás inspirado, lo bordas. Pero como tengas un mal día o algún hueso duro enfrente… Eso te pasaba a ti, Michäel Llodra, que lo arriesgabas todo y en la mayoría de las ocasiones acababas volviéndote antes de tiempo a casa. No te lo critico, todo lo contrario, te doy las gracias por hacerme creer en la belleza del tenis clásico. Nunca claudicaste y te pasaste a esa modernidad de poner el físico por encima del talento y la estética. Decían que seguías los pasos de Stefan Edberg, tu ídolo. Quizás él tuvo algo más de suerte, pero tú no lo hiciste nada mal. Llegaste a ser 21º del mundo y lograste cinco títulos en individuales (Eastbourne, Marsella, Rotterdam, Adelaida y 's-Hertogenbosch). Donde más lo bordaste fue en el dobles con tu saber hacer, todo un maestro y con 26 títulos.


La retirada te llega ahora con 34 años y quizás con todavía algo más de tenis por darnos. Aquí lo teníamos complicado para seguirte hasta que llegaron las plataformas de vídeos, porque parece que las teles siempre priman el emitir partidos de nacionales. Pero cuando jugabas con alguno de ellos lo disfrutábamos mucho. Pero lo dicho, te quedaba tenis. Tú lo sabías. Quizás por eso decidiste aplazarlo y esperar a ser convocado para el dobles en la final de la Davis ante Suiza. No pudo ser, pero en tu país te lo reconocen, saben lo mucho que les has dado, como en 2010, cuando fuiste el héroe implacable en el dobles que jugaste con Julien Benneteau frente a los españoles Feliciano López y Fernando Verdasco. Con ese servicio no te pudieron parar. Y por eso subiste al podido a recoger la medalla del segundo puesto de tu país frente al equipo helvético. Porque tus compañeros te pidieron que estuvieras allí y porque era el sitio que merecías ocupar, aunque el final no fuese el deseado.

Eres diferente. Serás recordado por ser aquel que jugaba concentrado y con una sonrisa, hasta que se enfadaba porque las cosas no salían como él quería. Tampoco olvidaremos tu imagen de precisión protegiendo una y otra vez las cuerdas de tripa durante los descansos con el elasto-cross para que te duraran más. Ni ese conocimiento que tienes hasta el extremo de las reglas de tenis, aprovechándote de que no siempre la bola ha de pasar sobre la red para tocar el campo contrario. Supiste vivir del deporte (como habías mamado en casa con un padre futbolista en el Paris Saint Germain) y disfrutar con él. Me hiciste reír cuando se te cayó la red en mitad de un partido y desplazaste a aquella línea que se sacó el título de árbitro conmigo para descansar en su silla un rato, y cuando más tarde reprendiste al mozo que la colocaba de nuevo con un golpe de raqueta en la cabeza.

Pero en todo el mundo te vimos quedarte en ropa interior por la alegría de ganar el Abierto de Australia de 2004 junto con Fabrice Santoro. Lo de despelotarte debía de ser lo tuyo, porque mítica fue también aquella anécdota que contaba Ivan Ljubicic, quien se encontró lo que guardaba en su taquilla de Cayo Vizcaíno en el suelo y contigo sin ropa dentro de la misma. “¿Qué haces aquí?”, te preguntó. “Me concentro para el partido”, respondiste. “Son las diez menos diez y tú juegas a las diez en punto”, replicó el croata. “Estaba intentando concentrarme para mi partido, quiero captar tu energía positiva porque estás ganando muchos partidos este año”. Ese eres tú, único dentro y fuera de la pista. Conocido como “el cazador” por haber matado a un pájaro durante su vuelo con un pelotazo de tu resto.