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Las 12 uvas de la ira

Mariano Tovar

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Pero vamos a ver ¿a quién se le ocurrió la peregrina idea de que había que terminar el año comiendo doce uvas? Porque, para empezar ¿estáis seguros de que las uvas son comestibles? Todo el mundo sabe que Dios creo las uvas en no sé que día de la creación para que fueran bebidas. BE-BI-DAS. Y jamás he sido capaz de comprender cómo en este mundo hispano nuestro, tenemos la tradición de dedicar los últimos segundos de cada año a sufrir la horrible tortura de atragantarnos con una docena de uvas.

Yo dedico los últimos diez minutos del 31 de diciembre, en una práctica que me persigue desde mi más tierna infancia, a elegir las 12 uvas más minúsculas y con menos cara de asesinas en serie del racimo. Pero con todo y con eso, el trámite se convierte inevitablemente en un suplicio. Solo un par de veces conseguí convencer a mi familia de que me pusieran doce aceitunas rellenas, pero tras dos años se negaron porque después me bebía yo solo una botella de espumoso para calmar la sed, y no era plan.

Las dos o tres primeras, pase. Pero a partir de la cuarta empiezo a acumular pellejos en los mofletes. Que la piel de la uva es áspera, y en algunos casos con tacto peludo. Con lo que a la altura de la octava uva, tengo la sensación de que un mus (ratón pigmeo africano) corretea por mi boca. Por no hablar de las malditas semillas que se van incrustando entre los dientes. Así que tras conseguir terminar con la maldita última uva, tienes la boca llena con una especie de estropajo, y el cargador lleno de pepitas. Y esas pequeñas revoltosas amenazan con salir disparadas como si la boca fuera una ametralladora en cuanto llega el tradicional carrusel de besos familiares, que se convierte en una especie de gincana en la que hay que evitar que toda la familia termine con un tito de uva dentro de la oreja.

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No sé vosotros, pero yo me arrojo en cuanto puedo hacia la primera copa de la bebida que sea que se encuentre a mano, para intentar limpiarme la boca de semejante mejunje.

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Estoy seguro de que a algunos de vosotros os encanta la tradición, las uvas, los pellejos, las semillas, los besos ametralladores y toda la parafernalia. Pero ¿por qué nadie se ha parado a pensar en los muchos millones de personas que estamos convencidas de que las uvas no son comestibles, y simplemente compartimos planeta con ellas bajo el precepto ‘vive y deja vivir’. “Uva, si tú no te acercas a mí, prometo ignorarte. Y ambos seremos felices”.

Seguro que ninguno de vosotros sabe las veces que ha comido un alimento a lo largo de un año. Pues yo sí. Sé exactamente que cada año de mi vida ingiero religiosamente la ingente cantidad de doce puñeteras uvas. Y lo hago durante los últimos puñeteros y odiosos últimos segundos del año. La traca final. El acabose. Solo le pido a Dios no morir de atragantamiento comiendo las doce uvas de la suerte. Porque ya es lo que me faltaba después de tantos años de tortura.

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Por eso, desde hace mucho tiempo reclamo el cambio inmediato de la tradición, que debería convertirse en la de las 12 cucharadas. Sin especificar el contenido del insigne cubierto. Por ejemplo, los seres extraños que siguen considerando la uva como un objeto comestible, pueden terminar diciembre con doce cucharadas de uvas. En sólido, o tempranillo, Rioja, Ribera o cualquiera de sus versiones. Que de niño hubiera suspirado por doce cucharadas de quina Santa Catalina mientras sonaban las campanadas, y luego de farra a gatas, como Dios manda.

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Pero el abanico de las doce cucharadas sería amplísimo, y todos seríamos felices. Los golosos podrían elegir doce cucharadas de natillas con canela, o de arroz con leche. Siempre está la opción de una tarta, tiramisú por ejemplo, pero deberían usarse cucharas de té, minúsculas, para evitar atragantamientos, que en 12 segundos Aaron Rodgers es capaz de ganar un partido hasta cojo, pero no mucha gente puede devorar una buena tarta sin que se le salgan los ojos.

Y los amantes del salado tendríamos miles de posibilidades. Yo, sin duda, terminaría el año con doce cucharadas de patatas a la importancia. Pero no pienso descartar unas buenas sopas de ajo, unas patatas guisadas con níscalos, o incluso una buena fabada, para empezar 2015 acompañando los tradicionales fuegos artificiales con todo el esplendor asturiano. Que hay cosas que no se deben dejar dentro.

Así que, desde aquí hago un llamamiento a la sensatez y el buen juicio. Dejemos que las uvas maduren. Pisémoslas y metámoslas en barricas para que en meses o años nos traigan la felicidad. Mientras tanto, terminemos el año con las 12 cucharadas y disfrutemos de los últimos instantes con auténtica alegría, cada uno ingiriendo su comida favorita.


Por ejemplo, la NFL despide el año con doce equipos clasificados. Aquí, ni uvas ni leches, que los anglosajones directamente cuentan hasta doce y se meten para el cuerpo las uvas ya disueltas, en un ejercicio de sabiduría sin igual. Como os digo, doce equipos. Con cascos, corazas y toda la pesca. Vamos, lo ideal para una indigestión. Pero sabiendo que tal menú no entra ni con bicarbonato, dejan cuatro en la nevera y nos presentan solo a ocho, en un repertorio que se convierte en regalo de reyes perfecto.

Aunque después de lo discutido por los dueños de los equipos en la anterior offseason, y visto lo visto durante la temporada regular, con los impostores brotando del suelo como setas, me temo que este será el último diciembre en el que disfrutaremos de los 12 equipos clasificados. No, no os preocupéis. Goodell no va a obligar a nadie a comerse un racimo de uvas tras otro mientras ve los partidos de wild card. Sería demasiado terrible. Lo que va a hacer, no tengo ninguna duda, es convencer a los propietarios, que ya de por si ya estaban bastante convencidos, de que a partir de la temporada 2015 en cada conferencia haya siete equipos clasificados y solo el mejor récord de cada conferencia tenga semana de descanso.


Y qué queréis que os diga, si mañana se decidiera por decreto que las doce uvas deben convertirse en catorce, es posible que pidiera asilo en cualquier país que dejara de torturarme con la puñetera tradición, pero que me obliguen a ver dos partidos más en el fin de semana de wild card, no me importa en absoluto. Que la temporada regular es una cosa y la postemporada una muy distinta. Y cuando se habla de football americano, no me importa ni siquiera ver un drive de los Browns con Manziel a los mandos. Que después de haber comido 532 uvas a lo largo de mi vida, ya tengo hecho el estómago a casi todo.

Aunque ya puestos a hacer cambios, que eliminen los famosos ‘seeds’, tan indigeribles como las uvas, para que la ventaja de campo empiece a depender del récord en temporada regular.

Ya solo me queda desearos a todos un feliz 2015, que no os atragantéis con esos objetos repugnantes llamados uvas, y que dentro de doce meses podamos disfrutar de unos playoffs con catorce clasificados y todos los impostores que haga falta. Que este año los Panthers llegan con cuatro victorias consecutivas y Cam Newton con la capa de Superman recién planchada, y a ver quién es el guapo que dice que su lugar debía estar ocupado por los Eagles.

¡¡¡FELIZ 2015 A TODOS!!!

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl